SESENTA MINUTOS ANTES
DE MEDIANOCHE
EL HOTEL ESQUIRE
Serena se secó el pelo con una toalla y levantó algunos mechones para
examinarlos a la luz del baño, para asegurarse de que no le quedaran manchas de
Zachary Flinch. Había tenido que ducharse tres veces para quitarse de la piel la
sensación de los sesos y la sangre que la habían salpicado, e incluso ahora, con
la piel enrojecida de tanto frotarse y el cabello probablemente dañado por tanto
lavado, no se sentía limpia.
Resultaba evidente que, cuando se mataba a alguien, la limpieza no era un
asunto superficial.
Era solo la segunda ejecución que había presenciado. La primera había sido la
de Sydney. Serena se sobrecogió al recordarlo. Tal vez por eso había querido
estar presente, para borrar de su mente el recuerdo del casi asesinato de su
hermana y reemplazarlo con un horror más reciente, como si se pudiera pintar
una escena encima de la otra.
O tal vez había pedido ir porque sabía que Eli detestaría que lo hiciera —ella
sabía lo importantes que eran para él sus exclusiones, cuánto le pertenecían— y
que se resistiría. A veces, esos momentos en los que él se resistía, cuando ella
veía aquella chispa de desafío, eran los únicos instantes que la hacían sentir viva.
Odiaba vivir en un mundo tan pusilánime; cada mirada vidriosa y cada
asentimiento le recordaban que nada tenía importancia. Ella empezaba a aflojar,
entonces Eli se resistía y la obligaba a doblegarlo. Se preguntó con entusiasmo si
algún día Eli lograría incluso liberarse.
Satisfecha al fin de ver que no le quedaban manchas de sangre, se secó el pelo,
se puso una bata y salió a la sala de estar, donde activó el ordenador con un
golpecito. Entró en la base de datos de la policía y completó el campo de
«Segundo nombre» en el formulario de búsqueda con ELI, suponiendo que no
habría ningún resultado, ya que a esa altura Eli habría despachado a Dominic,
pero la búsqueda arrojó dos perfiles. El primero pertenecía a Dominic.
El segundo era de Victor.
Leyó el perfil tres veces, mordiéndose el labio, y luego buscó su teléfono, que
había dejado sobre la cama al llegar. Lo encontró bajo una pila de ropa y de
toallas, y estaba marcando el número de Eli cuando se detuvo.
Faltaba menos de una hora para la medianoche.
Era una trampa. Eli también lo sabría, desde luego, pero iría de todos modos.
¿Por qué no? Lo que el enemigo de Eli estaba tramando, fuera lo que fuese,
podía terminar de una sola manera: con Victor Vale en una bolsa para cadáveres.
¿Y Sydney? A Serena se le oprimió el pecho. La última vez había flaqueado; no
sabía si tenía fuerzas para ver a Eli intentarlo otra vez. Aunque no fuera
realmente su hermana, sino solo una sombra de la chiquilla que se había aferrado
a ella durante doce años, una impostora con la forma de su hermana. Aunque así
fuera.
Sus dedos flotaron sobre la pantalla. Podía arrastrar el archivo a la papelera.
Eli no lo encontraría a tiempo. Pero solo sería demorar el final. Victor quería
encontrar a Eli, y Eli quería encontrar a Victor, y de una u otra manera lo
lograrían. Serena miró por última vez el perfil de Victor e intentó imaginar al
hombre que había sido amigo de Eli, que lo había resucitado, lo había convertido
en lo que era, había salvado a su hermana… Y por un momento, mientras terminaba de marcar el número de Eli, casi deseó que pudiera ganar.
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Una obsesión perversa
Teen FictionVíctor y Eli eran dos estudiantes universitarios brillantes pero arrogantes que reconocían, el uno en el otro, la misma agudeza y la misma ambición. En el último año de su carrera, el interés compartido por la adrenalina, las experiencias cercanas a...