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Louisette terminó de arreglar los últimos detalles de su ropa, intentó no vestirse demasiado formal pero tampoco tan informal, ni siquiera sabía a dónde irían, escuchó el timbre de la puerta y bajó rápidamente.

— ¡Ya voy! — gritó mientras bajaba las escaleras, rápidamente caminó hasta la puerta — ¡Voy! — abrió — ¿Tu que haces aquí?

— Hola Sirius, es un placer verte de nuevo— dijo con voz chillona — hola Lou, también me alegro de verte de nuevo — se respondió, la castaña rodó los ojos.

— Hola Sirius ¿A qué se debe tu linda visita?— preguntó.

— Así está mejor — le sonrió — ¿Ahora no puedo venir a visitar a mi Slytherin favorita?

— ¿Ahora soy tu Slytherin favorita?— preguntó con burla apoyándose en el marco de la puerta.

— No te ilusiones, eres tu y Regulus.

— Sigo siendo yo — respondió.

— ¿Vas a salir? — la señaló — corrijo ¿Vamos a salir?

— Yo si, tu no — la miró ofendido.

— ¿A dónde vas?

— Tengo una cita — Sirius asíntio — a la cual obviamente no estas invitado.

— ¿Cita con quién?

— Evan, me invitó a comer.

— ¿Con el francesito idiota? — Louisette rodó los ojos — no vayas.

— Se llama Evan — dijo — y claro que iré.

— ¿Y a dónde nos llevará Evan?

— No irás, ya me has arruinado demasiadas citas — reclamó — y Evan me agrada.

— ¡Oh vamos!

— Te conozco, vas a hacer que Evan se moleste y yo voy a quedar como la mala por llevarte. Además es una cita, dos personas.

— Podemos ser tres — Louisette negó — ¿Planeas dejarme plantado a mi por irte con el francesito ese?

— No te dejare plantado — Sirius sonrió — porque nunca te invite.

— Me tenías.

— ¿Linda?— Louisette miró hacia atrás, Evan había llegado — hola.

— Hola— saludó alegremente, movió a Sirius hacia un lado para irlo a saludar — pensé que llegarías más tarde.

— La puntualidad es cosa de caballeros — respondió — para ti — le entregó un ramo de rosas.

— No le gustan las rosas — escuchó Louisette detrás de ella.

— Oh, yo no sabía.

— No te preocupes, son muy bonitas — dijo la chica quitándole importancia — muchas gracias.

— Le gustan las margaritas y los girasoles — Sirius volvió a hablar — a la otra si vas a traerle flores por lo menos que sean las que le gustan.

— ¡Sirius! — lo regañó la chica — ignóralo, solo está de insoportable.

— Lo tendré en consideración, gracias Sirius.

— Y... ¿A dónde nos llevarás?— el pelinegro pasó su brazo por los hombros de la castaña.

— Sirius— dijo en tono de advertencia.

— ¿Si cielo?

— Tienes otra cosa que hacer.

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