Nuevas tradiciones

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Cuando el tren se detuvo en Kings Cross la castaña sintió un enorme vacío formándose en su estómago, casi en cuanto se detuvieron en la estación logró divisar al grupo de hombres esperando pacientemente a que los alumnos comenzarán a bajar.

— James no veo a tus padres — informó Lily mientras se asomaba por la ventana.

— Deberían estar por ahí, dijeron que vendrían por nosotros — el morenos no se notaba ni un poco preocupado — quizás solo se les hizo tarde.

Cuando los chicos terminaron de bajar los baúles y entregarlos a sus respectivas dueñas, el grupo de amigos finalmente bajó del tren; Louisette sostenía fuertemente el brazo de Sirius.

— ¿Tienes frío? No has dejado de temblar desde que bajamos del tren — la chica ni siquiera se había percatado de los temblores de su cuerpo, el pelinegro se quitó la bufanda para enrollarla en el cuello de su novia, posteriormente se quitó los guantes y el gorro.

— ¿Tu no tienes frío?

— No demasiado — besó suavemente su frente y emprendieron su camino hacia donde el resto del grupo se dirigía.

Ella no quería, se repitió mil y un veces que mantuviera su mirada enfrente, pero cuando pasaron junto al grupo de hombres su mirada la traicionó y cayó sobre ellos, sus pies dejaron de responderle y la castaña se quedó inmóvil justo frente a ellos.

El primero en notarla fue Damián, una sonrisa leve se asomó sobre sus labios, Adriel notó que su hermano no se encontraba riendo de su chiste y siguió su mirada, ninguno de ellos alertó a los demás. Louisette creyó que nadie más la notaría, que solo sus primos sabrían que ella los había visto a todos juntos como una familia, la esperanza se desvaneció cuando un tercer par de ojos cayó sobre ella. El moreno examinó a Louisette de pies a cabeza, era notorio el cambio en la chica desde la última vez que se habían visto, su cabello más corto, sus ojeras más prominentes, su ropa mucho más holgada y ese tono carmín que siempre caracterizó sus mejillas parecía haberse esfumado.

— Nena — el llamado solo fue un poco más sonoro que un susurro, casi imperceptible; el temblar de la chica se hacia cada vez más violento.

— Cielo — escuchó la voz de Sirius, lejana, como si el pelinegro estuviera a muchos metros de distancia.

Estaba tentada, tentada a correr hacia su padrino, tentada a sumergirse en sus brazos y no soltarlo nunca más, tentada a llorar y rogar por el perdón; pero sus piernas parecían no querer obedecerla, era como si sus piernas supieran qué eso que Louisette anhelaba no era lo correcto.

Finalmente, y después de lo que pareció una eternidad, las piernas de Louisette siguieron el lento caminar de Sirius, la mirada de su padrino y sus primos se perdió entre las familias que alegremente recibían a sus hijos.

El departamento de Louisette y Regulus estaba en completo silencio, la pareja de amigos llevaban un par de horas completamente solos y ninguno parecía con el suficiente ánimo como para hacer algo.

Regulus se encontraba acostado sobre el sofá más grande, sus pies se movían lentamente de un lado hacia el otro perfectamente coordinados con el tamborilear de sus dedos; por su parte, Louisette se encontraba en el suelo de la sala, con la cabeza recargada en el sofá y luchando por qué sus ojos no se cerrarán.

— ¿Te molesta si enciendo la radio? Esto parece un funeral — preguntó Louisette.

— Justo pensaba lo mismo —la castaña se estiró lo suficiente y encendió la radio, una melodía lenta llegó a sus oídos — Oh si, eso es perfecto — comentó sarcástico.

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