Capítulo cuarentaidós.
Los primeros rayos del sol se asomaban por la ventana. Estaba recostado sobre la cama de la que fue mi habitación hasta cumplir los dieciocho años. La mata de pelo rojo reposaba sobre mi pecho, moviéndose al compás de mi propia respiración. Sus brazos descansaban sobre mi vientre mientras mantenía oculto el rostro en la base de mi cuello. Mantuve los ojos cerrados, deleitándome del vaivén de sus labios contra la piel de mi cuello.
-Oh, ya estás despierta -musité bajito.
Amanda soltó una risilla.
-Estaba tomando mi desayuno.
- ¿Así que ahora soy tu desayuno?
Rosó los labios por mi mentón.
-De hecho, sí -soltó una risilla-. Y sabe delicioso.
La halé de la cintura, de modo que su cuerpo quedó sobre el mío.
- ¿Dormiste bien? -le pregunté.
Acaricié la curva de sus caderas, los muslos lenta, lentamente...Oh, Cristo. Estaba desnuda.
-Mm, se siente tan bien -musitó ella.
- ¿Te levantaste muy inquieta, eh?
-Nunca me he despertado con alguien en mi cama -tiroteó del elástico de mi pantalón- y yo quiero que me hagas el amor. Ahora.
Antes de que pudiese terminar bien del todo la frase, tomé su boca con un beso sobrecargado de deseo. Gimoteó mientras luchaba por halar del elástico de mi pantalón. Cuando menos lo esperaba, nos descubrí a ambos completamente desnudos, unidor de una forma total y completa. Nos movimos al mismo ritmo lento y apasionado, como si mañana no hubiese luz.
-Ted -presionó sus manos contra mis hombros, para no perder el ritmo-. Eres el hombre más maravilloso que he conocido.
Cerré los ojos con fuerza, cuando un fuego devastador me bañó entero. Sus pequeñas manos acariciaron mi rostro, hasta que sus labios se unieron con los míos. Gemí. Aquella pequeña invasora seguía consumiéndome, haciendo conmigo lo que deseara. La aferré más a mí como si fuese posible.
El molesto sonido de alguien tocando la puerta nos tomó desprevenidos, pero me negué a detenerme. Amanda ocultó su rostro en mi cuello, absorbiendo en suaves besos de la carne expuesta.
-Eh, Amanda ¿Estás despierta.
Amanda gimoteó.
-Mierda, es John.
La tomé de la cintura y giramos sobre la cama, quedando, esta vez, yo sobre ella. Sus brazos se aferraron a mí a medida que nos movíamos más a prisa.
- ¿Amanda? -insistió.
Ella contuvo un gemido, mordiendo con fuerza mi hombro. Mierda.
-Ted, oh, detente.
Aceleré los movimientos. Amanda gimoteó con fuerza y noté como se rompía en mis brazos. Me desplomé sobre ella, satisfecho.
-Este, ya he entendido -John soltó una risilla-. Te veo en la sala.
Hubo un largo silencio, donde sólo se escuchaba nuestras respiraciones. De repente la escuché reír.
-Oh, Dios mío -se pasó la mano por la frente-. John va a hacerme un inferno embotellado con esto.
Acaricié la piel de su muslo, deleitándome con el suave tacto.
-John no tenía que interrumpirnos, nena -le di un largo beso-. Le estaba haciendo el amor a la mujer que amo.
Sus ojos brillaron con un brillo especial.
-Eres maravilloso, Ted -acarició mi rostro-. Eres un buen hombre. El mejor de todos. Ahora entiendo por qué todas las mujeres te quieren.
Le sonreí burlón.
-No es por mi ser un buen hombre que las mujeres me buscan, nena. Es porque soy un Grey. El apellido Grey es sinónimo de dinero, poder y lujos.
Noté como temblaba.
-Oh, Ted. No te sientas así. Eres un hombre verdaderamente maravilloso: eres tierno, comprensivo, alegre, fiel a tu familia, un buen amigo, el mejor de los amantes, el más detallista y un sobreprotector asfixiante, lo cual no sé si es bueno o malo, pero me encanta.
Solté una carcajada.
-Me subestimas demasiado. Podría llegar a defraudarte.
-Eso jamás.
- ¿Por qué?
-Porque he probado ya lo que es sentirse defraudada y duele menos que estar sin ti.
- ¿Por qué simplemente te niegas ver que eres una mujer por demás maravillosa?
Sonrió triste.
-Quizá porque he estado tanto tiempo rodeada de personas que son un montón de basura que podría sentirme igual -tocó mis labios con los suyos-. Pero cierto loco día me topé con el hombre que me hace sentir mujer de verdad.
- ¿A pesar de los otros?
Sonrió apenada.
-Muchos hombres tocaron mi cuerpo, Ted, pero sólo tú tocaste mi alma.
Y ante aquella confesión, todo lo que pude hacer fue estrecharla entre mis brazos con fuerza y volver a hacerle el amor.