Capítulo cincuentaiocho.
Aparqué frente a la casa de mis padres. Amanda bajó como una bala, disparada directo hacia la entrada. Bajé a prisa para detenerla, envolviéndola con fuerza entre mis brazos.
- ¡Suéltame! -gritó.
La sujeté desde el vientre, apegándola a mí, y la arrastré hasta el interior de la casa. Era tarde, todos estaban dormidos. Las luces estaban apagadas y no se escuchaba más ruido que el que nosotros estábamos haciendo. Amanda siguió forcejeando y no me quedó más remedio que soltarla. Flanqueé con mi cuerpo la puerta de entrada para evitar que saliera.
-Por favor, Ted, déjame salir.
-Ya debe haberse ido, nena. Aunque regreses, ya no va a estar ahí.
Soltó un chillido.
-Por favor, te lo suplico ¡William pudo hacerle daño!
-Lo dudo, cielo. Llamamos a la policía en el camino. Ya nos hubiesen dicho si encontraron a alguien más.
Las luces de la entrada se encendieron. Papá bajaba con un pantalón gris, los ojos entrecerrados por el sueño y el pelo desordenado.
- ¿Ustedes que hacen aquí? -preguntó. Abrió los ojos como plato-. Cielos, ¿qué te sucedió, Amanda?
Papá debió haber reparado en la sangre seca de su boca y sus manos.
-Por favor, necesito salir -dio dos pasos hacia mí-. Por favor, Ted, déjame.
- ¡Que no! -gruñí-. Tú no vas a ningun maldito lugar.
- ¡Es que no me entiendes! -se haló del cabello-. No puedo quedarme tranquila ¡Está viva, Ted! ¡Viva!
- ¿Pero qué son esos gritos?
Mamá bajó las escaleras a prisa, amarrándose el alzo del albornoz al cuerpo.
- ¿Pasó algo, verdad? -se aferró del brazo de papá-. Ya, digan algo ¿Qué sucede?
Suspiré.
-Jack y su hijo estaban en el Escala cuando llegamos. Jack golpeó a Amanda y se veía bastante dispuesto a matarnos.
Mamá se puso pálida. Papá soltó una maldición.
-Te lo dije, Theodore. No era buena idea que fueras al Escala todavía.
-Lo sé, yo...
-Ted -dijo Amanda-. Por favor...
- ¡Te dije que no, maldita sea! -la tomé con fuerza de los antebrazos-. No iremos a ese maldito lugar. Tu maldito padre ha acabado con mi paciencia, ¿entiendes?
El silencio se hizo un eco doloroso entre nosotros. Pequeñas lágrimas se escapaban de sus ojos, haciéndome sentir culpable. Oh, ¿pero qué mierda me está pasando?
-Sé que nunca voy a presentarte a un hombre que le caigas bien y acepte que somos pareja, sé que nunca vas a poder soportar la idea de que el hombre que quiere matar a tu familia sea mi padre, o que mi hermano desee vengar las mentiras que Jack ha inventado -se soltó de mi agarre-. Pero tú nunca vas a entender lo que es pensar que tu madre esté muerta, lo que es llorar todas las noches preguntándote que hiciste mal para que te odiara, te dejara morir de hambre y te rechazara.
Se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Estiró ambas manos hacia mí y acabó por golpearme con fuerza en el pecho.
- ¡Nunca lo entenderás, Theodore Raymond Grey! -gimiteó-. Siempre has tenido lo que yo quise: tuviste amor a manos llenas. Todas las noches alguien te daba un beso, te arropaba y te abrazaba hasta que te quedabas dormido. Alguien siempre te protegía de las pesadillas ¡A mí no! -jadeó- La única caricia, las únicas palabras cálidas que recibí de mi madre biológica, fueron las que me dio esta noche. Cuando me abrazó, me sentí protegida. Sentí, aunque sea por unos segundos, que le importaba y que me amaba. Nunca tuviste que preguntarte lo que era saber que la madre que te dio la vida te amaba, porque siempre lo supiste. Pero hay personas como yo -señaló a papá- o como tu padre que no tuvimos ese sabor dulce del amor maternal.