Capítulo veintidós.
Maldita sea yo y mis impulsos por haberla traído. Y maldita sea Wallace y su frase “te lo dije”. Amanda estaba exquisita: unos simples jeans negros moldeaban las más espectaculares piernas que he visto en mi jodida vida y los tacones le daban una altura bastante elegante, aun cuando era una mujer alta. Llevaba una camisa “Animal Print” que marcaba unos pechos redondos y perfectos que le quedaba de bomba.
Y malditos fueran los hombres que la observaban caminar, con el deseo claro en sus ojos de llevársela al lugar más alejado posible y disfrutar de un buen rato de placer. Ella repentinamente se detuvo y me observó con el ceño fruncido.
— ¿Sucede algo? —preguntó en voz baja.
—Camina —gruñí.
Estábamos en la petulante Reunión Anual del Vino Empresarial, lo cual no era más que una reunión de empresarios importantes y con grandes aportes de Seattle que se reunían para probar de los mejores vinos en todo el mundo y hacer alarde de su éxito. Papá veía a esta reunión para presumir lo que para él era realmente valioso: su esposa.
Yo, en cambio, vine a esta tontería simplemente para tratar de tirarme a mi secretaria sin que fuera exageradamente obvio.
—Sigo sin entender —Amanda apartó un mechón de pelo del hombro para peinárselo con los dedos—. ¿Qué tengo que hacer yo aquí en medio de este monumental gentío de avaros y derrocha-dineros?
A pesar de lo que ese tono de voz significaba, no pude evitar sonreír. Oh, me había descubierto.
—No quería venir solo —admití sin más reparos.
Amanda soltó un bufido.
—Eso es un asunto personal, no uno profesional. De hecho, lo primero no se acerca ni un poco a lo segundo.
—Intenta no estar tanto a la defensiva, ¿quieres? No te he pedido que nos fuéramos a la cama.
—Yo tampoco lo hice —repuso con voz seca—. De hecho, todo lo que hice fue tomarme una que otra maldita copa mientras me contaba cosas acerca de su familia.
— ¿Recuerdas al menos como es que llegaste a mi departamento? —chasqueé la lengua—.Te desmayaste luego de que te besara, nena. Y no pusiste la más mínima resistencia.
—Venga —se detuvo frente a mí, mirándome desafiante—. Mejor dígalo y listo.
Le sonreí burlón.
— ¿Qué quieres que te diga, nena?
—Quiero que me digas cuál es tu maldito problema. Y sí, te estoy tuteando ¿Me despides, por favor? Porque no quiero trabajar para un déspota pedante como tú.
Amanda se cruzó los brazos mientras brazas ardientes cubrían sus ojos. En cuanto vio a un mesero pasarnos por el lado estiró el brazo para tomar una copa del delicioso Malbore de Somotano. Yo la imité y apenas le hube dado un trago a mi bebida quité su copa de las manos.
—Tú no vas a tomar ni una sola gota esta noche —le di otro sorbo mientras observaba su rostro. Cabreada era quedarse corto—. No me fio de mujeres ebrias.
— ¡Eres un maldito estúpido!
Entrecerré los ojos, teorizando.
—Soy un maldito estúpido porque no voy a dejar que otra mujer pise mi departamento ¿Lo vas entendiendo, encanto? Tú no pisas de nuevo mi departamento.
—Oh, es que tengo tantas ganas de hacerlo —repuso en tono irónico.
—Supongo que el lugar te da igual, después que pueda tener acceso a eso que proteges entre las piernas.
Ella abrió la boca, la cerró y repitió esa acción dos veces antes de tomar entre sus dedos la copa de vino. Lo siguiente que vi fue como el líquido oscuro se adhería a mi camisa, mojando mi pecho.
—Acabas de arrojarme encima uno de los mejores vinos secos que he probado en toda mi vida. Oh, mierda. ¿Debería comerte a besos?
Su rostro se descompuso en una mueca de confusión.
—Maldita sea, ¿acaso padeces de bipolaridad? No puede ser que seas tan zalamero.
Le sonreí burlón.
—Cielo, ¿no lo notas? —me acerqué a ella con la intención de bajar el tono de voz—.Todas las personas avaras están observando el espectáculo que estamos proveyéndole —la tomé de la mano y comenzamos a caminar—. Así que mejor ven y ayúdame a quitarme todo el líquido pegado a la piel.
Ella hizo una protesta, la cual ignoré rotundamente. Caminamos hasta los baños, donde ella comenzó a repetir una y otra vez que la soltara discretamente. Junto a nosotros pasó una pareja que reía como si acabaran de realizar una travesura. Nos lanzaron una que otra mirada jocosa antes de alejarse por el pasillo. Unos pasos más adelante visualicé una escalera. Lentamente la subimos y al final hallamos un pasillo. A la izquierda había una puerta de madera pintada de blanco, por la cual entramos. Ya en el interior de la habitación, Amanda logró zafarse de mi abrazo.
—Eres la persona mas jodidamente rara que he conocido —se apartó el pelo del rostro—. Oh, ya se: tomaste antes de venir, ¿cierto?
Chasqueé la lengua de mala gana.
—No, nena. Estoy más sobrio que tú.
Amanda se cruzó de brazos.
—Técnicamente yo estoy más sobria que tú, ya que no me dejaste tomar ni una maldita gota de alcohol.
—Ya te lo he dicho: no me fio de mujeres ebrias.
—Mira, dejemos algo claro: no suelo embriagarme con facilidad, así que…
—Que le den, pues —bramé—. No vas a tomar y punto.
Se mordió el labio para callar su rabieta.
—Despídeme para que pueda irme a celebrar —soltó.
Enarqué una ceja.
—Renuncia —canturreé.
—Despídeme porque no voy a renunciar.
—Renuncia porque no voy a despedirte.
Amanda dio un respingo.
—Entonces yo me largo a embriagarme en cualquier lugar.
Ella se giró, dispuesta a marcharse, pero yo la sostuve del brazo y la atraje a mi cuerpo. Sus pequeñas manos quedaron recostadas suavemente sobre mi pecho. Amanda clavó sus ojos en los míos. Verdes contra azul, brillando con una inusual intensidad que me heló la sangre ¿Qué era ese sentimiento que me surcaba el cuerpo entero, ahora que la tenía tan cerca de mí? Tan cerca que podía respirar su propio aire. Tan cerca que podía inhalar la suavidad del olor de su cabello. Tan cerca que las rodillas me temblaban como un crio de quince años frente a la primera mujer que le levantó emociones, no sólo el deseo.
— ¿Por qué mierda simplemente no puedes quedarte quieta, ahora y siempre, cuando es lo más que deseo? —ronroneé con la vista nublada por el deseo, un deseo que me hervía en la sangre a cada respiración.
—Porque no soy una zorra-calienta-braguetas —una capa húmeda empañó sus ojos—, y no quiero que otro hombre me haga sentir de la misma manera otra vez.
Presionó sus manos contra mi pecho y se separó de mi. Hizo una mueca de dolor, pero inmediatamente se recompuso y atravesó la puerta para marcharse. Nuevamente, me había dejado en un plano frío. Se había negado. Vaya, mierda. No estaba precisamente acostumbrado a que sea una mujer la que se negara. En realidad, esa era la parte que odiaba: el sin numero de mujeres que se ofrecían por un par de horas en mi cama. Nada más. Había esperado que cediera, sin embargo se ha marchado. Claro está: yo la había insultado, pero en ese momento estaba tan furioso con la idea de que ella fuera la hija de Hyde que no podía pensar en otra cosa. Pero ahora lo sabía: sabía que era la hija de ese maldito cabrón. Entonces, ¿Por qué mierda me sentía como un canalla miserable que disfruta insultar a una mujer? ¿A esta mujer en particular?
¿Y por que mierda me importa el estado emocional de esa maldita traidora?
Si, Ted ¿Por qué? Oh, nene. El amor, el amor…