Capítulo catorce.
Frente a mí esta Preston Kearney, el supervisor de finanzas de Grey Enterprises, en una reunión de pasillo.
— ¿Para cuándo podríamos iniciar con las mejoras? —pregunté ya exasperado por la tardanza de la reunión.
—Creo que en dos meses sería aceptable —contestó Kearney.
—Prepara entonces los permisos. Quiero que todo esté listo para el día en el que se inicien las mejoras. Demás está indicarle que no puede pronunciar una sola palabra de esto a mi tío.
—No, señor.
Me despedí asintiendo una vez. Al dejarlo atrás, presioné las puertas del elevador para acceder a mi oficina. Mientras esperaba, me entró una llamada al móvil.
—Grey.
—Señor Grey, le habla Walter Evans, el subdirector del Hospital Submarino Trevelyan-Grey.
—Buenos días, Evans ¿En qué puedo ayudarte?
—Hemos depositado algunas ideas para el ecosistema de osos pardos y nos gustaría que pasara para explicarle el costo.
Observé mi reloj de muñeca. Las 11:45 a.m.
—Claro ¿Ahora?
—Si le parece, señor.
—Desde luego, Evans. Nos vemos en media hora.
—Lo esperaremos con gusto, señor.
Colgó. Las puertas del elevador se abrieron y me introduje en el de inmediato. Por suerte estaba vacío, así que no tenía que permanecer en esa postura de jefe hasta que llegara a la oficina. Relajé los hombros, demasiado tensos desde que supe que Amanda era hija del desgraciado que trató de chantajear a mamá ¿Y cuáles serían sus planes ahora que le había cortado de golpe cualquier intento para acercarse a mí? Seguro ya ha de estar maquinando otra manera de hallar información de mi boca. Pero estaba equivocada. Ahora estaba alerta y cualquier cosa que ella dijera la tomaría a modo de mentira.
—Es una maldita traicionera, eso es lo que es —murmuré con los dientes apretados.
Las puertas del ascensor se abrieron. El pasillo estaba tranquilo y vacío. Todo lo que veía era el intento de secretaria, oculta tras el escritorio mientras leía.
—Venga, ¿por qué mierda lo hiciste, Amanda? Diablos, reacciona.
Di pasos lentos y silenciosos para no ponerla sobre aviso. Ella pasó una hoja de lo que leía.
—Maldición, maldición.
Puse los ojos en blanco y aceleré el paso. De pie frente a ella, no despegó la vista del libro. Me aclaré la garganta mientras me cruzaba de brazos. Ella dio un pequeño salto en el asiento, cerrando de golpe el libro. “Placeres de la noche” de Sherrilyn Kenyon.
— ¿Leyendo en el trabajo, Amanda?
Ella se ruborizó.
—Perdone, señor. No había nada que hacer.
—De igual manera no le pago por leer.
—Lo siento, no se volverá a repetir.
—Eso espero —presioné mis manos en el borde dl escritorio con fuerza—. Sino, quedarás despedida ¿He hablado claro?
—Totalmente.
Ella se enderezó y cruzó las piernas. Bajó la vista a sus manos y comenzó a jugar con sus dedos, nerviosa. Seguro era una estrategia para distraerme, pero ahí estaba yo: mirándole los pechos, que subían y bajaban según su respiración, y la gran y exquisita vista de la tentadora porción de su muslo. Un dolor caliente comenzó a crecer en mi entrepierna. Maldita sea.
—Será mejor que te prepares, encanto. Vas a ir conmigo a una reunión.
Ella volteó hacia mí, con el ceño fruncido.
— ¿Qué tendría yo que hacer en una reunión con usted? —preguntó, visiblemente confundida.
—Porque eres mi secretaria, y si te digo que vienes conmigo, encanto, vienes conmigo.
Eh…Perdonen. Les dije que subiría dos, pero mi papá quiere que vea una película con él:s