Capítulo treintaitrés.
Ella se acurrucó contra mí en la cama. La abracé suavemente para no aplastarla. No sabía cómo, pero ella siempre aparecía cuando la necesitaba. Su voz y la suavidad de sus caricias eran como un bálsamo para mí.
— ¿Estás más tranquilo? —preguntó mientras recostaba su cabeza sobre mi pecho.
Sonreí.
—Sí, eso creo.
— ¿Quieres hablar de ese ‘creo’?
Suspiré pesadamente.
— ¿Se puede enamorar de alguien a quien no has visto en dos meses?
—Sí, seguro. El amor no está en la imagen, sino en los recuerdos. Cada vez que la piensas, te enamoras más de ella.
Gemí de frustración.
— ¿Y si papá no está de acuerdo?
—Christian nunca está de acuerdo, pero yo le hago pelea. Tú tranquilo.
Reí con ganas, pero cuando una idea cruzó por mi mente fruncí el ceño.
— ¿Y si decidiera buscarla? ¿Me ayudarías con papá?
Soltó una risilla.
—Oh, sí. Además él entendería.
— ¿Cómo lo sabes?
—Ustedes dos son iguales, cariño. Un par de Grey cortados con la misma tijera. Cuando quieren algo ni siquiera tienen que luchar para saber que lo van a conseguir — me dio un beso en la mejilla—. Duerme un poco.
Resultó que esa noche durmiendo con mamá me permitió descansar pleno y completo. Al despertar en la mañana, ella había preparado un sencillo pero delicioso desayudo: tortitas españolas, fresas cocinadas con vino y un jugo de naranja recién preparado. Lo devoré todo con ganas mientras ella me observaba complacida.
— ¿Está rico? —preguntó ella.
Mastiqué lentamente un pedazo de la tortita española. Asentí. Está buena. Cuando terminamos de desayunar nos fuimos directo a Grey Enterprises. Mamá quería darle la sorpresa a papá y por mi mente pasó la idea de que ‘hablarán de cosas importantes’ en la oficina. Ya, claro. Como si uno tuviese aun seis años y no supiera nada de sexo.
— ¿Cómo piensas encontrar a Amanda, Teddy?
Sonreí. Bueno, cuando mamá me llamaba Teddy se me formaba un zoológico entero en el pecho de la emoción.
—No lo sé. No tengo la más remota idea de a donde pudo haberse marchado.
— ¿Le has preguntado a su madre?
Asentí mientras salía del estacionamiento subterráneo del Escala.
—Se le ocurre que pudo haber ido a Detroit o a Alabama.
—Detroit… ¿Por qué Detroit?
—Ella nació allí. Según me dijo Stella, Jack le dijo a la madre biológica de Amanda que se fuera de Seattle. Supongo que ha de haber sido cuando planeó lo del secuestro de tía Mía y todo lo demás.
Mamá se removió en el asiento, inquieta.
— ¿Y Alabama?
—Cuando la madre biológica decidió dejar de visitar a Jack en la cárcel se cambió a Alabama. Stella dice que Amanda ama aquel lugar, porque representa la primera gran felicidad en su vida: la adopción que la alejó de una mala vida.
Bufé.
—Y resulta que está huyendo de eso.
—Ted, no la juzgues tan duro. Tu padre tampoco tuvo una buena infancia que recordar e igualmente huyó de eso —observé por el rabillo del ojo y noté que sonreía—. Fue el amor lo que lo sacó de las sombras.
Una idea cruzó rápidamente por mi mente.
—Cincuenta Sombras ¿A eso te refieres, verdad? El apodo que le has dado a papá: Las cincuenta sombras de su pasado.
—Sí —suspiró—. Todos tenemos sombras, pero también luces.
— ¿Y por qué mierda ella tiene que pensar que no las tiene? —gruñí frustrado.
—Porque su padre no la quiso y su madre…bueno, no sé qué hacia su madre, pero si dejó que alguien más adoptara a su hija es porque no le importaba demasiado. Cuando tienes una idea de que tus propios padres, los que te dieron la vida, no te quieren, no puedes pensar que eres merecedor de amor.
Un escalofrío invadió todo mi cuerpo.
—Te refieres a papá, ¿verdad? ¿El creía que no merecía ser amado?
—No, para nada. Con tu padre las cosas nunca fueron fáciles. Fue duro hacerle entender que lo quería.
— ¿Me parece a mí solamente o papá y Amanda tienen cosas en común?
Observé que sonreía.
—Muchas, en realidad: un carácter cambiante, una mirada expresiva, indecisiones emocionales, las ganas de pelea, la inseguridad, el miedo a no ser correspondido…
—Lo que me lleva a una sencilla conclusión: tengo que encontrarla. Necesito encontrarla.
Casi una hora más tarde llegamos a Grey Enterprises. Llevé a mamá a la casa para que tomara un baño y se cambiara de ropa. La llevaba del brazo mientras me contaba una que otra cosita del viaje entre tanto esperábamos dentro del ascensor. Un viaje que estaba seguro no fue lo suficientemente placentero y que deseaba que todo esto se acabase para poder iniciarlo nuevamente.
—He hablado con Christian y le he dicho que cuando toda esta pesadilla acabe y reanudemos el viaje, organicemos otro con toda la familia. Pero, ya sabes, alguien tiene que quedarse a cargo. He pensado que Mía podría dirigirlo, pero él no está muy de acuerdo.
—Podríamos pedírselo a tío Eliott.
—No sé si pueda con Grey Enterprises y Grey Construcciones a la vez.
Las puertas del ascensor se abrieron. Ella seguía hablando mientras caminábamos hacia la oficina del magnate.
— ¿Crees que Christian acceda a que Ethan, el hermano de Kate, lo dirija temporalmente? Sé que el podría.
—Podríamos intentarlo —le sonreí divertido. Papá no accedería a que Kate o Ethan manejaran asi como asi su imperio.
Abrí la puerta para que ella pasara. Papá y Phoebe tenían el rostro lívido, mientras observaban no-se-que sobre el escritorio. Mamá y yo quedamos como estatuas en la puerta.
— ¿Por qué esas caras? —preguntó ella.
Se movió al instante, se aceró a papá y le agitó el hombro. Apenas había dado un paso al interior de la oficina cuando dos pequeños brazos se colgaron de mi cuello. Sus senos golpearon con fuerza mi pecho, estremeciéndome. El cabello rojo tan intenso como la pasión se movía de aquí para allá, como si tuviese vida propia. El abrazo tuvo fuerza a medida que enroscaba los brazos aún más en torno a mi cuerpo. Al separarse, unos hermosos ojos azules me miraban cubierto de lágrimas, brillando por el miedo, la emoción, la tristeza y la inseguridad.
Era imposible no reconocer aquel rostro encantador.
Adivinen, adivinen…