Cap.86

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Capítulo ochentaiséis.
»Punto de vista de Amanda

Tuve que poner mucha paciencia de mi parte para convencer a Ted de que lo curara. No era un golpe enorme, era apenas un rasguño pequeño, pero no quería que se le infectara. Todo el tiempo gruñía, o soltaba una maldición. No recuerdo haberlo visto tan enojado alguna vez y la verdad era preocupante. Se salía de control con una facilidad preocupante.

-Quédate quieto, Theodore Raymond Grey -volví a presionar el algodón con alcohol sobre el labio.

Hizo una mueca de dolor, pero prefirió permanecer en silencio. Al fin. Yo estaba sentada sobre sus piernas, en una posición bastante incómoda. Me movía constantemente para acomodarme, pero creo que en el trascurso del movimiento estaba despertando algo que no era conveniente.

- ¿Te duele algo? -preguntó con voz pastosa. Tenía el ojo izquierdo abierto, pero no el derecho-. Deberías no moverte demasiado.

Noté que el calor me inundaba en las mejillas, pero continué deslizando el algodón por su labio como si nada. Al final, Ted terminó por cerrar ambos ojos, sus hombros se relajaron visiblemente y una pequeña sonrisa se asomó por sus labios. Me constó un montón concentrarme. Ted realmente era guapo. Incluso ahora podía notar que era mucho más guapo de lo que mis ojos ya se habían acostumbrado. Tenía un rostro intimidante. Aunque sus ojos estaban cerrados, sabía que ocultaba un par de ojos azules incriminatorios, calculadores y salvajes, pero cálidos y tiernos al mismo tiempo. Cuando sonreía, parecía hacerlo por dos motivos: porque está tratando de intimidarte o porque está intentando agradarte. Era una sonrisa insegura, como si temiera que lo rechazaras, lo que me provocaba un vuelco en el corazón. Su cabello rizado, ahora ligeramente más largo, le caía alborotado hasta las orejas y lo hacía lucir aún más atractivo, incluso más salvaje. Las cejas, dibujadas a la perfección de un dios seductor, no eran ni muy claras ni muy espesas. Cuando enarcaba una ceja acusatoria, mi corazón se desbocaba. La barba de varios días le había lucir mayor, seguro, y totalmente listo para salir y conquistar el mundo.

Era demasiado atractivo, casi como un delito, pero yo sabía que lo más hermoso de él estaba por dentro. Es un romántico empedernido, tierno, cariñoso, asfixiantemente sobreprotector y muy dulce con los niños.

- ¿Terminaste? -preguntó con voz suave.

No había sido consciente de que me había detenido. Entreabrí la boca para respirar. Observé sus labios, que aún mantenían la sonrisa. Mis dedos se deslizaron con cautela por su barbilla y su quijada. La barba rasposa me causaba escalofríos y una sonrisa involuntaria se formó en mis labios mientras me inclinaba para reclamar los suyos. La extraña mezcla de alcohol y menta me parecieron temporalmente agradables.

- ¿Amanda? -Ted deslizó las manos por mi cintura, apretándome ligeramente a él-. Yo también quiero, pero...

Enrosqué mis menos en su cabello, presionando mi boca contra la suya con más fuerza, obligándolo a callar. No podía soportar que me dijera que no podía hacerme el amor, que debíamos detenernos, que tocarnos sólo estaba llevándonos a la tentación. Pero yo quería que me tocara, que jugara con mi piel, que su lengua recorriera cada centímetro de mi carne. Le deseo tanto que me entran ganas de llorar, porque sé que va a rechazarme. Porque sé que va a poner distancia.

Sin embargo, Ted deslizó sus manos por mis piernas, subiéndome el vestido. La piel se me erizó ante el contacto de sus manos calientes, tocando con avidez la carne de mi vientre. Parpadeé varias veces, regodeándome de las sensaciones. Cuando tuve los ojos bien abiertos, caí en cuenta de que ya no llevaba el vestido. Sus manos me propinaron caricias suaves en la espalda, sobre la cicatriz. Me arqueé contra él, deseando que no tocase esa espantosa cicatriz.

Cincuenta sombras y luces de tedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora