Capítulo setentaiuno.
Volamos por más de una hora. Durante esa hora le propuse distintos destinos a Amanda, pero ella insistía en que era mejor regresar. Al final decidimos viajar hasta California. Las próximas horas de vuelo se la pasó debatiéndose si aceptar esta locura o seguir insistiendo en regresar. Al final terminamos aquí, en Tahoe City, California. Inmediatamente que bajamos del jet, nos dirigimos a un alquiler de autos.
- ¿Quieres escoger tú el auto? -le pregunté burlón.
Puso los ojos en blanco.
-No seré responsable del dinero que gastes -pestañeo coqueta-. Luego tu padre me hará culpable. Por cierto, deberías llamarlo.
Golpeé mi boca con la suya y mordisqueé su labio.
-Después -la tomé de la mano-. Ahora consigamos un auto.
Poco después salimos conduciendo un precioso Camaro Z28 del 2013 blanco.
- ¿Qué te parece el coche? -le pregunté sonriendo.
Evitó una sonrisa, disfrazándola con una mueca.
- ¿Te pone de buen humor gastar dinero?
-A Phoebe le cambia el humor comprar roja, zapatos y cientos de cosas -deslicé los dedos por el volante-. Yo siempre he querido un Camaro.
-Ya, pero tienes un bonito Saab.
-Y antes del Saab tuve un Audi -sonreí. Giré el volante hacia la derecha-. Verás, es como un chiste familiar: Mamá y papá tienen un Audi. Al cumplir quince años, me dieron uno. Los Blackberry igual. Todos tenemos uno. Cuando cumplí los veintiuno, papá me preguntó que quería de regalo y le pedí el Saab.
-Tienes más coches que vergüenza.
Solté una carcajada.
-Se puede decir.
Amanda suspiró y permaneció en silencio un buen rato. Me concentré en conducir, pero podía notar que ella me observaba.
-Te ves relajado -comentó-. Como antes.
Fruncí el entrecejo mientras la miraba de reojo.
- ¿A qué te refieres con "como antes"?
-Cuando te conocí. Cuando yo sólo era tu secretaria y no había un Jack Hyde entre las sombras -jugueteó con las puntas de su cabello-. Desde que Jack dio señales de vida, siempre tienes el rostro tenso. Pareces mayor de lo que eres. Más maduro. La preocupación está dibujada en tu rostro desde la más viva expresión.
Mantuve una mano sujeta al volante y la otra la extendí hacia la tuya. Su pequeña mano se perdió en la mía.
-Incluso cuando estás con tu familia, te ves nervioso y preocupado -apretó mi mano-. Desde que llegamos te ves más sereno.
-Me siento más tranquilo -acaricié su muñeca, sobre una de sus cicatrices, con el pulgar-. Papá mantendrá a toda la familia a salvo. Sabe cómo. Es experto en controlarlo todo -suspiré-. Pero ya no soy un crío. No puede estar todo el tiempo velando por mí. Ahora menos: adoptaron dos niños. Son su responsabilidad.
Noté que sonreía.
-Son unos niños adorables -canturreó.
-Sí, ya.
- ¿Es que no te agradan?
-Sí, me agradan. Es sólo que ¿Cuántas veces los he visto? Un par de veces nada más.
Ella se quedó callada. Silencio.
- ¿Y si le decimos a Christian y a Ana que los dejen quedarse con nosotros un tiempo? -sugirió-. California es hermoso. Les encantará.