Capítulo ochenta.
El Harborview Medical Center era el hospital más cercano. Estaba lleno de gente, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo ese día para no facilitarnos las cosas. Sostuve a Amanda contra mi cuerpo para mantenerla en pie. Ella soltó un grito de dolor y se retorció.
-Aguanta, nena -musité-. Tú puedes, chica loca.
Deslizó su mano temblorosa hasta alcanzar la mía.
-Tengo miedo -susurra.
-Ya, no lo tengas. Todo va a estar bien.
Contuvo un gemido de dolor. Apretó mi mano y noté que temblaba. Papá sólo tuvo que gritar una sola vez para que recostaran a Amanda en una camilla. Cerró los ojos, luchando con el dolor y el deseo de gritarlo. Aferraba mi mano con fuerza, incluso cuando poco a poco nos acercábamos a las puertas de "sólo personal autorizado".
-No puede pasar, señor Grey -me dijo una enfermera.
Me detuve en seco.
-Por favor, yo... -gimoteó-. Acabo de recuperarla. ¿No podría...? Ni siquiera voy a...
-Vamos a revisarla, señor. No se permiten familiares.
Papá presionó su mano en mi hombro, haciéndome retroceder.
-Va a estar bien, Ted -dice-. Hay que esperar.
Reí sin ánimos.
-Para ti es fácil decirlo -gruñí.
Aparté su mano de golpe y caminé hacia la sala de espera. Me desplomé en la primera silla vacía que hallé, presionando mi cabeza con ambas manos. Las imágenes de las últimas cosas que habían sucedido regresaban a mi mente con rapidez, golpeándose entre sí para sobresalir. La espera iba a ser insoportable, sean ya cinco o diez o quince o incluso una hora, las dudas iban a sacudirme sin contemplación para torturarme, las miles de preguntas que quería hacerle (¿Cómo estás? ¿Qué te han hecho? ¿Cómo hemos podido aguantar tanto separados?) vagaban en mi cabeza sin saber cómo organizarlas. Cerré los ojos con fuerza, refugiándome en los recuerdos. Los buenos, esos que tanto extrañaba contarle. Aquellos que eran capaces de sacarnos a ambos una sonrisa.
«¿Tienes una idea de lo feliz que estoy de tenerte?»
Tú no tienes idea de lo feliz que me hace tenerte de nuevo.
«- ¿Qué te hace sentir eso?
Sonreí.
-Excitado, muy excitado.»
Sonreí involuntariamente.
«Dime que me amas, Ted. Necesito escucharlo para sentirme mejor conmigo misma.»
¿Por qué esa frase seguía torturándome, como si me causara un dolor que no pudiese describir?
«Sé que hay una parte de ti que está muy asustado, pero no lo quieres admitir.»
Suprimí un gemido de dolor. Esto que había pasado había sido culpa mía. Si tan solo no hubiese sido tan irresponsable, testarudo, impulsivo y cobarde no hubiésemos tenido que pasar por todo esto.
El secuestro.
La espera.
El tiempo doloroso.
Amanda aquí, en ese estado.
-Ted.
Froté mis ojos con ambas manos y levanté la cabeza. Papá extendía hacia mí un vaso de cartón. El olor del café me relajó un poco.