Capítulo cinco.
La vi agitar el cabello mientras anotaba las últimas indicaciones que le daba. Se mordió el labio cuando su mirada se encontró con la mía. Maldita sea ¿Qué es lo que quería? ¿Qué le arrancara la ropa allí mismo y la follara?
―…y ya he programado su reunión para mañana a las nueve de la mañana.
― ¿Tienes algo que hacer esta noche?
Maldita sea, ¿qué dije? Ella rio tímida.
―Um, no. Creo.
― ¿Te gustaría salir conmigo?
››Maldita sea, Theodore Raymond Grey. Cierra la puta boca‹‹
― ¿P-perdón? ―la oí tartamudear. Las mejillas se le tiñeron de un adorable carmesí.
Le sonreí.
― ¿No le apetece una copa? ―chasqueé la lengua― ¿O no tomas?
―Los viernes, a veces ―se encogió de hombros―. Depende el lugar.
― ¿Qué te parece mi departamento?
Oh, maldita sea ¿Qué diablos estaba pasándome? Ella me miró. Una mirada caliente, lasciva, que dejaba claro sus intenciones.
Después de todo no era el único que estaba pensando en una cama.
―Yo…Esto no es correcto, creo ―se mordió el labio―. Usted es mi jefe y yo su…
Ella calló. Su mirada y la mía se encontraron por lo que pareció una eternidad. Aquel par de ojos verdes brillaban con malicia y deseé saber que estaba pensando. Me levanté de la silla y caminé lentamente hacia ella. Amanda permaneció allí, totalmente inmóvil, con la mirada inundada por un flameante fuego que me quemaba las venas. Nuestros cuerpos estaban cerca, demasiado, separados por una ráfaga de aire caliente proveniente de su cuerpo y del mío. Amanda no apartó la mirada, sino que la sostuvo en cada momento.
―Dime, Amanda ―le sonreí lascivo. La escuché jadear― ¿Alguna vez has follado en una oficina?
Ella volvió a jadear mientras su cuerpo retrocedía. Su pecho subía y bajaba a medida que su respiración se aceleraba. Acerqué mi rostro al suyo con lentitud y rocé suavemente mis labios contra los de ella. Dejó escapar el aliento, un aliento cálido y agradable, que se impregnó por mi nariz. Bajé los labios lentamente y abriendo la boca, le rosé la barbilla con los dientes. Nuestros cuerpos no se tocaban, pero ambos desprendían fuego por cada poro.
―No ha contestado mi pregunta, señorita Sandford.
―No.
― ¿No me ha contestado o no ha follado en una oficina?
―No he follado en una oficina.
Sonreí y en menos de un segundo pasé mis manos por sus caderas (oh, que caderas) y la atraje con fuerza a mi cuerpo. La respuesta fue instante y el uno pudo sentir el calor y el deseo del cuerpo del otro a pesar de la ropa. Ella tembló cuando vio en mis ojos mis intenciones pero no me detuvo. Con una sonrisa triunfal en mis labios tomé pronto posesión de los suyos.
Su respuesta al simple tacto fue un gemido tan agudo como el de una gata en celo. Al sentir como abría un poco más la boca para mayor acceso, tomé de ella cuanto pude. Metí mi lengua dentro de su boca y la suya la buscó, tentándola y provocándola. Bien, yo también podía jugar.
La agarré del culo y la acerqué aún más a mi cuerpo mientras aumentaba el ritmo del beso. La besé con fuerza, chupando de sus labios con tanta intensidad que me volvía loco, y comencé a acariciarla. Madre mía. Besarla mientras la tocaba se sentía realmente, realmente bien. Amanda pasó sus manos por mi pecho y me acarició. Pasó las manos por el cuello, los hombros y volvía al pecho. Repentinamente respondió al beso con una intensidad que me dejó en el abismo. La escuché gemir.
Esta mujer me ponía al cien.
De pronto, sus manos me alejaron de ella bruscamente. Extasiado hasta el límite, a punto de perder la cordura, la miré frío.
―Esto no está bien, Theodore.
Oh. Me había llamado por mi nombre. Y lo odiaba. Realmente detestaba que me llamaran así. Sonaba demasiado personal ¿Cómo es que repentinamente, dicho por esos labios rojos e hinchados por el beso, sonaba tan jodidamente excitante?
―Oh, nena. Deja que te enseñe lo que no está bien ―la tomé de la cintura y la acerqué bruscamente a mi cuerpo―. Primero, dejarme picado―volví a besarla. Un beso caliente que la hizo gemir―. Segundo, dejándome jodidamente caliente sólo por un jodido beso.
Aunque esperaba algo diferente, su respuesta volvió a ser la misma: se alejó de mí bruscamente. Absorbió una gran bocanada de aire y ofreciéndome una última mirada, desbordada de deseo y lujuria, salió corriendo de la oficina hacia el elevador. Primitivo y lo suficiente hambriento, moví mis pies al ritmo necesario para alcanzarla. Ella ya estaba dentro del elevador, presionando los botones para cerrar la puerta, cuando di un salto y logré entrar. Las puertas se cerraron. Ella, yo, solos, las puertas cerradas. Sonreí.
Amanda colocó su mano sobre mi pecho para detenerme.
―Oh, no. Por favor ―jadeó―. N-no quiero perder el control.
Volví a sonreír y asalté su boca con besos suaves y sensuales. Ella no me apartó, no, sino que tomó más de mí de lo que hace unos minutos había hecho. Pegó su cuerpo al mío, ofreciéndose como el plato de la noche. Mordisqueé su labio suavemente y ella me respondió con un beso carnal y sensual. Madre mía, esta mujer sabía besar. Su cuerpo comenzó a temblar de una manera casi frágil.
―Por favor ―suplicó débil.
Y de un segundo a otro fui consciente de que Amanda había perdido el conocimiento en mis brazos.