Capítulo veinte.
Retrocedí con cuidado de no hacer ruido y bajé cauteloso por la escalera-peligro-de-muerte. Al salir del callejón, aliviado por librarme de un disparo seguro pero cabreado por saber que Amanda no era más que una asquerosa traidora, reincorporé la marcha contraria hacia el Escala.
Estaba más apresurado que nunca, sin importarme que fueran a ser apenas las seis de la mañana. Visualicé el interior del estacionamiento subterráneo del Escala en tiempo record. El guardia de seguridad me saludó inclinando la cabeza hacia el lado, pero estaba demasiado azorado como para detenerme y hablar con él como hacía en alguna de las ocasiones en las que salía a correr en la madrugada.
Mientras las puertas del ascensor se abrían, mentalicé a una Amanda pelirroja con ojos azules. De acuerdo, si, de ese modo se parecía a la niña de la fotografía ¿Pero de que iba todo esto? ¿Cuál era el objetivo de todo aquel disfraz? ¿De presentarse de una manera físicamente distinta?
Entonces la idea acudió a mí en medio de esta laguna oscura que se interponía en mi camino.
Era un disfraz, una simple máscara de chic-buena-profesional que estaba utilizando para engañarnos a todos, para utilizarla a su manera para que pensáramos justo lo que ella quisiere que nosotros pensemos. Y, por supuesto, todos hemos caído.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, atravesé el vestíbulo como una bala en dirección a mi habitación. Asalté los cajones, me di un baño a prisa y me vestí con el primer traje de lino gris que viera. Tomé las llaves del Audi y me apresuré a bajar para marcharme. Tanteé los bolsillos y hallé el móvil justo antes de llegar al coche. Ya adentro, le conecté el manos libres y marqué el número de Wallace.
— ¿Qué mierda quieres? —gruñó—. Apenas son las seis de la mañana.
—Ha sucedido algo esta mañana. No tengo tiempo de contarte. Voy camino a tu casa, así que reúne allí al equipo de seguridad.
— ¿Quieres que le quite la seguridad a tu hermana?
—No, mierda.
—Entendido —bostezó—. Aquí te espero.
Colgó. Busqué en los contactos el número de Phoebe y marqué para llamar.
—Mierda, Ted —gimoteó—. Es muy temprano.
— ¿Por qué mierda todos tienen que contestar con “mierda”? —bufé—. Necesito que te ocupes de mis asuntos durante la mañana.
— ¿No irás a trabajar?
—En la mañana no, pequeña.
—Ted, ¿pasó algo?
Oh, Phoebe sí que me conoce.
—No, nena, tranquila. Es un asunto personal.
Ella soltó una risilla.
— ¿Una chica?
—Sí —mentí.
Bueno, básicamente eso no era una mentira.
— ¿Una posible cuñada?
Bufé.
—No.
Ella soltó otra risilla.
—Ya entendí. Sin presiones.
Colgó ¿Sin presiones? Solté un bufido y me concentré en el camino.
Veinticinco minutos más tarde me hallaba estacionado frente a la casa de Wallace. Cuando el motor se apagó, me apresuré a bajar y caminar hacia la puerta de entrada. Toqué un par de veces antes de que Wallace me abriera.
—Pasa, pues —entré y luego él cerró la puerta—. No consideré que era necesario todo el equipo de seguridad, así que asigné un portavoz.
—Pusieron seguridad en la casa de tío Elliott y tía Mía, ¿verdad?
—Desde luego.
Wallace me condujo hacia la sala donde esperaban cinco hombres, vestidos de negro y con las manos cruzadas delante.
—Caballeros —habló Wallace—, el hombre los-cité-aquí-por-mis-cojones ha llegado.
Le sonreí burlón.
—Que profesionalismo, hermano —me burlé—. Bueno, no los cité por simple gusto. Más bien ha sido porque descubrí algo esta mañana que me ha hecho reflexionar.
Wallace frunció el ceño, expectante.
—He decidido reducir la vigilancia en Grey Enterprises y aumentarlas en casa de mis padres.
— ¿Reducir la seguridad? —Wallace se pasó la mano por el pelo—. Venga, Ted. Christian se pondrá furioso.
—Christian tendrá que permitirme tomar mis propias decisiones —sonreí burlón—. Además ya me las arreglaré con él cuando regrese del viaje. Sin más que decir, ya pueden incorporarse.
Los cinco hombres inclinaron la cabeza y se marcharon sin el menor preámbulo. Wallace permaneció quiero, con los ojos entrecerrados.
—De acuerdo, suéltalo —chasqueó la lengua—. Dime que sucedió.
Le sonreí. La intuición de Wallace era envidiable.
—Me levanté temprano para correr y me topé con Amanda —Wallace frunció los labios—. Me topé con Amanda Hyde.
—Alto —alzó la mano—. Sentémonos.
Ambos nos sentamos en los cómodos sillones de la sala.
—Explica —gruñó.
Contuve la risa exitosamente.
—Salí a hacer ejercicio y me topé con Amanda. No, no era mi secretaria. No en ese momento. Amanda era pelirroja y de ojos azules cuando me topé con ella.
— ¿Cómo es eso?
—La seguí sin que se diera cuenta hasta un cuartito de un departamento bastante mediocre. Tenía un arma, una Glock plateada.
—Mierda, ¡un arma!
—No me vio, pues. Incluso cuando accidentalmente hice un ruido que la puso sobre aviso pensó que era William, su hermano.
—Entonces fue hasta allí para encontrarse con él —se rascó la barbilla—. Cuando te topaste con ella, ¿Dónde fue?
Le expliqué donde había sido.
— ¿Qué hacemos entonces? —antes de permitirme hablar, alzó la mano—. Iré a investigar el lugar, como cliente o que se yo. Ya veré ¿Qué harás tú?
—Suponiendo que ella esté haciendo todo esto porque desea acercarse a mí y sacarme información o algo parecido —sonreí—, entonces se lo permitiré.
Enarcó una ceja.
—Te has vuelto loco, ¿verdad?
—No ¿Qué mejor manera de saber qué es lo que busca, que hallando la manera de derrumbar sus defensas? —chasqueé la lengua—. Sea como sea, Amanda es una mujer. Una muy atractiva, por cierto. Todo lo que tengo que hacer es seducirla, quizá enamorarla, y llevarla hasta un punto donde su mente se ciegue de tal manera que no sepa cómo llevar a cabo sus planes. Y en ese momento será vulnerable.
—Y sus defensas caerán —concluyó él—. Igual es peligroso, Ted. ¿Qué pasaría si tus sentimientos se mezclan?
Le sonreí burlón.
—Eso no pasará. Tengo claros mis objetivos, y en ellos no está enamorarme.