Capítulo veinticinco.
Amanda permanecía quieta sobre el asiento, con los ojos cerrados y el rostro contraído por una pena enorme. John la agitaba de los hombros, pero ella permanecía igual. Quiera, como una muñeca a punto de caerse del estante donde ha sido colocada con tanto amor y esmero. Rota, como alguien que sufre la pérdida de alguien o algo valioso. Rota, como estuviera muriéndose.
—Por Santo Cristo, nena —le decía John, con una angustia en la voz que me erizó el vello del brazo—. Reacciona, pequeña.
Nada. Quieta. Amanda estaba quieta.
—Por favor, Vanessa.
Otra vez nada.
—Por favor, cielo. Di algo.
Amanda no abrió la boca. No parpadeaba, no movía ni un musculo. Ni siquiera agitaba los hombros, como haría si respirara. Me incliné apenas un poco y tomé su pequeño rostro entre mis manos. Vuelve…
—Reacciona, por el santo amor a Dios —musité con voz ahogada.
¿Por qué debía doler tanto verla en ese estado?
—Vamos, nena. Me está preocupando —acaricié suavemente su mejilla—. Reacciona.
Entonces abrió los ojos de golpe. Inspiró profundamente, como si llevara minutos sin respirar, e inspiradamente comenzó a llorar. Lloraba tan fuerte que el alma se me partió en mil pedazos. Soltó un chillido ensordecedor que me puso a temblar. Comenzó golpeando el pecho de John, quien no hizo el más mínimo esfuerzo por detenerla. Se puso en pie y mientras se halaba el cabello con fuerza gritaba maldiciones en su perfecto danés.
«Es culpa mía»
«Piedad, Jesús»
«Mi héroe está muerto»
«Mi papá se fue»
Amanda comenzó a convulsionar a medida que los sollozos aumentaron. Las manos le temblaban y el rostro estaba humedecido por potentes lágrimas. Me sentía tan impotente… ¿Cómo puedo aliviar un dolor que desconozco?
—No, nena. No —John la presionó con fuerza contra su pecho—. No fue tu culpa.
—Él nunca debió….John…no. Ay, Jesús.
Forcejeó para soltarse, pero John la mantenía pegada a él. Los brazos le enroscaron el cuerpo, deteniendo cualquier tipo de movimiento violento.
—Tenía cáncer, pequeña —John soltó un jadeo—. No podíamos hacer nada más por él.
—Pero no es justo —chilló—. Los doctores dijeron que se estaba recuperando. La doctora Trevelyan-Grey nos lo dijo personalmente.
Mi corazón dejó de latir por un segundo.
— ¿Trevelyan-Grey? —pregunté con voz ahogada.
John asintió mientras le acariciaba el cabello a Amanda para intentar calmarla.
—Atendió a Amanda cuando era niña. Cuando la reconoció, decidió pertenecer al grupo de doctores que atendían a mi padre.
Fruncí el ceño. Por Dios…Jack ha tenido acceso a nosotros durante todo este tiempo. Pero, ¿desde niña? ¿Desde cuando Amanda estaba en la familia Sandford?
— ¿Qué edad tenia cuando la atendió? —pregunté.
John frunció el ceño.
—Seis o siete, no recuerdo con exactitud ¿Por qué?
— La doctora Trevelyan-Grey es mi abuela.
La expresión de John no cambió, pero en la mirada vi reflejada la sorpresa. Amanda se separó de él tambaleándose y comenzó a secarse las lágrimas.
—John, quiero verlo. No puede…él no….por favor.
El dolor surcó sus ojos.
—Voy a llevarte con él cuando estés mas tranquila.
— ¡Quiero verlo ahora! —se abrazó del vientre—. Esto… ¡Esto está matándome!
Se cubrió el rostro con las manos temblorosas. John se pasó las manos por el pelo, sin saber que hacer.
—No voy a llevarte así, estás demasiado nerviosa.
—Quiero ver a mi papá —se dejó caer de rodillas—. Es mi héroe. Mi héroe no puede morir.
Incapaz de soportar la situación por más tiempo, me dejé caer de rodillas y la atraje a mi cuerpo. Ella halló refugio en un pecho caliente, mientras mis manos acariciaban con delicadeza su pelo. Su cuerpo entero temblaba, pero se aferraba a mí como si fuera un salvavidas.
—No llores, nena —le besé el pelo—. Me duele tanto verte llorar.
—Mi papá…mi héroe…Lo quiero de vuelta, Ted.
—Sh, lo se. Lo se, nena.
—Duele —gimoteó—. Duele demasiado.
—Lo sé, encanto. No llores, por favor.
—Me quiero morir —gimoteó con fuerza—. Fue mi culpa, Dios. Mi papá…
—Quédate unos minutos con ella, por favor —John volvió a pasarse la mano por el pelo—. Iré a comprarle un poco de agua de azahar para los nervios.
Apenas pude asentir. Todo su cuerpo temblaba junto al mío. Enroscó los brazos alrededor de mi, buscando un poco mas de refugio. El llanto, los gimoteos y las convulsiones eran cada vez más fuerte.
—Ted, quería… —Phoebe se quedó helada ante la escena—. Jesús, ¿Qué sucede?
El gemido que brotó de la garganta de Amanda nos dejó a ambos helados. Jesús, cuanto dolor…
—Su padre —le acaricié el pelo—. Al parecer acaba de fallecer.
Phoebe se tapó la boca con ambas manos. Amanda, sin embargo, volvió a gimotear con una fuerza increíble.
—Debí estar con él anoche. Debí quedarme a su lado. No debí ir a esa reunión de avaros. Pero no pensé que esa fuese su última noche.
Golpeó mi pecho con fuerza. Dolía, pero no tanto como el hecho de saber que le había arrancado la ultima posibilidad de verlo. Que le había quitado de manera egoísta la última noche que pudo haber pasado con su padre.
—Nena, perdona —le susurré—. Ha sido culpa mía.
Me puse en pie, con cuidado de no sobre alterarla, y la cargué en brazos. Hundió el rostro en mi pecho e inhaló profundamente.
— ¿Qué estas haciendo? —preguntó débil.
—Voy a llevarte conmigo —le besé la frente—. Voy a cuidar de ti.
Y, bueno, sobreviví al capítulo. La verdad me trae recuerdos duros: como la muerte de una de mis mejores amigas y un primo que quería demasiado, que fue asesinado por un borracho. En fin, espero no hacerlas llorar porque la verdad no creo que llegue a tanto. Yo he llorado, pero ha sido en si por los recuerdos:s