Capítulo treintainueve.
Le acaricié la mejilla con la punta de mi nariz mientras ambos disfrutábamos de la dicha postcoital. Estábamos recostados sobre el suelo del vestíbulo: ella sobre mí, yo dentro de ella. Amanda tenía los ojos cerrados, sonriendo, mientras sus manos me envolvían por la cintura. Tomé posesión de su boca y ella me devolvió con la misma viva pasión. Cuando separamos nuestros labios por un momento, escuché como suspiraba.
-Mm -musité mientras mordía suavemente su labio-. ¿Estás cansada?
Amanda soltó una risotada. Una tan llena de vida, feliz y relajada que me dejó alucinado.
- ¿Y tú no? -me dio un casto beso-. Hemos hecho el amor todo el día.
-No es para tanto.
-Oh, Ted. He conocido el lugar gracias a ti. Me has hecho el amor en la cama, en el pasillo, en la cocina, en el sofá, en el baño, en el estudio, en...
La callé con un beso, un beso que ella supo devolver muy bien.
-No puedo estar alejado de ti por mucho tiempo -ronroneé.
Amanda rozó mi nariz con la suya.
-Ojalá te hubiese conocido antes...
Fruncí el ceño.
- ¿Antes de que?
-Antes de que me volviera una puta -repuso con amargura.
Acaricié la curva de su cadera mientras intentaba que me mirara fijamente. Sus ojos azules brillaban con emociones que no pude descifrar.
-Eh, nena -acaricié su cabello-. No repitas eso.
-Es que es la verdad -apartó la mirada-. Me comporté como una puta.
Frustrado, tomé su boca en un beso intenso. Ella tardó unos segundos en responderlo, pero enseguida su boca golpeó con fuerza contra la mía. Rodamos en el suelo, posicionando su espalda contra él, y comenzamos a movernos en un ritmo lento, muy lento. Amanda gimió mientras se aferraba a mí.
- ¿Cómo te hago entender -solté un gemido- que eres la mujer más maravillosa que jamás he conocido?
-No, uh. Por favor.
-No importa, nena. Tu pasado no afecta lo que siento. Te quiero, mierda. ¿No puedes entenderlo?
Escuché como jadeaba en medio de aquel mar de sensaciones. Su cuerpo entero se tensó ante las lentas embestidas. Al cerrar los ojos, la sensación de estar tomándola nuevamente como mía, que no era un simple sentimiento de querer vengarme o sacarle información porque realmente la quería, era una realmente placentera.
Pero aquel ruido inesperado, de cristal que cae al suelo, nos tomó desprevenidos.
- ¿Qué fue eso? -la escuché preguntar con voz temblorosa.
Gruñí de impotencia y, luego de haber separado su cuerpo del mío, me puse en pie. Extendí la mano hacia ella y la ayudó a levantarse. Comenzó a mirar de un lado a otro, nerviosa, mientras se refugiaba en mis brazos como una niña asustada.
-Ven -tomé su mano-. Vamos a buscar algo de ropa. No hagas ruido.
Como estaba oscuro, era imposible no sentirse azorado y desesperado por no sabes que estaba pasando. Caminamos sin hacer ruido hasta la habitación. Ya adentro, rebusqué entre los cajones por un pantalón de deportes y una camiseta. Observé como Amanda tenía problemas para colocarse de nuevo el vestido, así que lancé la primera camiseta que logré tomar de los cajones. La camiseta decía "Doy clases de sexo: Primera erección gratis". Pese a la situación, no pude evitar reírme. Oh, debería dejar de comprar esas camisetas.
Lamentablemente, la diversión del momento se vio empañada por los pasos que se oyeron por el pasillo. Amanda abrió los ojos como plato y pude ver el nerviosismo en ellos. Me pasé la mano por el pelo, desesperado. Tomé su mano y la halé junto a mí.
-Hay una escalera de incendios, podemos bajar por ahí.
Ella asintió frenética y nos vimos los dos corriendo hacia las escaleras. La ayudé a bajar, asegurándome que estuviese bien sujeta, antes de bajar también. Bajamos con cuidado, sujetándonos de donde podamos. Entonces todo pasó muy rápido: oímos la voz de un hombre que gritaba desde la habitación, palabras que no entendí en lo más mínimo.
- ¡Rory! -gritó más claro.
Ninguno de los dos se detuvo, pero noté que Amanda bajaba más lento.
- ¡Dios mío, Ted! -gritó ella-. ¡Es William!
No bien su voz se apagó, oímos el sonido de un disparo cerca de nosotros. Observé al hombre desde abajo. Estaba demasiado oscuro para verle el rostro, pero podía notar que llevaba puesta una gorra. El tal William apuntó de nuevo a nosotros e instintivamente apresuramos el paso. Cuando al fin nuestros pies tocaron el suelo, tomé su mano y comenzamos a correr. Repasé mentalmente la situación:
William había entrado al departamento.
Nos había disparado.
Estábamos en medio de la calle descalzos y Amanda a medio vestir.
No tenía teléfono ni las llaves del auto.
¿Qué mierda íbamos a hacer?
-Ted -habló Amanda con voz ahogada por la carrera-. ¿A dónde vamos? William...William está allí.
Observé el lugar. Debe ser bastante tarde ya, porque el lugar estaba bastante solo. Bueno, el tiempo en brazos de aquella mujer pasaba volando.
-Hay que buscar un teléfono. Si logramos comunicarnos con papá o con Wallace podrían venir por nosotros.
La escuché lanzar una maldición.
-Te dije que estar conmigo te iba a traer problemas.
Tomé su rostro entre mis manos y la obligué a mirarme.
-No importa lo que pase: yo quiero estar contigo. Tú no me causas problemas, me das soluciones. Si no te tuviera conmigo, posiblemente me hubiese lanzado sobre tu hermano para pelear con él. Posiblemente hasta hubiese tenido oportunidad de dispararme -ella gimoteó-, pero tenía que ponerte a salvo.
La besé lentamente antes de sonreírle.
-Vamos -apreté su mano-. Vamos a buscar un teléfono.
Comenzamos a caminar, pero ella me detuvo.
- ¿Qué sucede? -inquirí.
-Creo que sé lo que William quiere.
Fruncí el ceño.
-Hace unos años mi abogado me dio una memoria externa. Me dijo que la guardara y que nunca viera el contenido -arrugó la nariz-. Bueno, um, no le hice mucho caso. La memoria interna tenía unas fotos, desagradables fotos, de Dave Hyde, el padre de Jack, follándose a unas mujeres.
Enarqué una ceja, confundido.
- ¿Y para qué quiere tu hermano esas fotos?
Su rostro se descompuso por el nerviosismo.
-Porque en una de esas fotos aparece la madre biológica de tu padre.