Capítulo treintaiocho
De acuerdo, no vuelvo a reírme.
— ¡Estúpido cabrón insensible!
La sujeté con cuidado de las muñecas para detenerla cuando volvía a lanzárseme encima para golpearme. Vaya, hay que admitirlo: golpea con fuerza, demasiada.
—Nena, perdona, no me estaba riendo de ti.
Amanda soltó un chillido y dejó de forcejear. Se tambaleó con cuidado y cayó sentada en el sillón, con las manos cubriéndole el rostro.
—Cálmate, cariño —ronroneé cuando me senté junto a ella—. Sh, no llores.
Amanda retiró las manos del rostro y volteó a verme. La imagen de una mujer cansada, agotada y emocionalmente destruida era más de lo que pudiese soportar.
— ¿Por qué te has sentado a mi lado, cuando hace unos minutos debiste echarme de aquí? —preguntó con voz lastimera.
Sonreí con timidez.
— ¿Por qué me has contado todo esto si es obvio que te avergüenzas de lo que has vivido?
Ella se ruborizó.
—Si lo digo, me echarías.
—Pruébalo.
—No puedo.
—Sí.
—No.
Sonreí complacido y estiré mi brazo para cubrirle el cuerpo. En un movimiento rápido, la impulsé hacia mí. Amanda se acomodó sobre mi regazo y colocó las piernas a ambos lados de mi cintura. Le acaricié los brazos suavemente, disfrutando de ese contacto tan esencial, primitivo y natural. Amanda cerró los ojos y de su boca se escapó un gemido que conectó directamente hasta mi entrepierna.
—Sé que estas sintiendo lo mismo que yo, nena —acaricié lenta y calmadamente su pierna—. ¿Cómo has podido permanecer callada, sabiendo que esto nos estaba matando a ambos?
—Ted…
—Quiero oírlo, cariño —acerqué su cuerpo al mío y acaricié la deliciosa piel de su cuello con suaves movimientos de mis labios—. Necesito oír de tus labios lo que está sintiendo tu corazón.
Ella gimió y buscó el camino más rápido para alcanzar mi boca. Detuve su trayecto, sosteniendo su cabeza con mis manos. Sonreí.
—Sólo tienes que decirlo, nena —rosé apenas mis labios contra los suyos—. Dilo y será lo que nos libere.
—Tengo miedo.
—Lo sé, pero no voy a hacerte daño. Vamos, nena. Quiero oírlo.
Ella volvió a gemir mientras tomaba mis manos entre las suyas. Asaltó mi boca, primero con besos suaves y cálidos, luego con más ímpetu. Mordió suavemente mi labio y lentamente noté como todo su cuerpo se relajaba.
—Ted… —intensificó el beso—. Te amo…
Sonreí contra su boca, la apreté contra mi cuerpo e impulsándome hacia adelante me puse en pie. Amanda enroscó las piernas en mi cintura, decidida a no alejarse. Absortos por una nube de pasión, Amanda y yo nos devoramos lentamente entre caricia y caricia. La apreté con fuerza y lentamente nos encaminamos hacia el dormitorio.
Amanda gimió cuando su espalda sintió el reconforte de la cama. Mientras mi boca hacia un lento y placentero recorrido desde su boca hasta su cuello, ella palmeó con dedos temblorosos mi pecho para desabrochar los botones de mi camisa. Solté una risa ronca mientras le acariciaba la curva de la cadera.