Capítulo veintinueve.
— ¡Contesta, Ted!
Se apartó el pelo de la cara y una mirada helada se cruzó con la mía.
— ¡No te quedes callado, maldición! —tomó la fotografía en sus manos—. ¿Cómo es que tienes esta foto? ¡Se supone que nadie más debe saber de él, solo mi maldito abogado!
Papá me lanzó una mirada extraña y leí que sus labios decían “haz que siga hablando”.
—Yo… —balbucí—. ¿Qué?
Soltó una maldición.
— ¡No finjas, Theodore! Tú no puedes tener esto, mierda. Es…es un archivo privado ¿Qué hiciste? ¿Cómo te atreves a fisgonear en mi vida?
—Yo... —miré a papá. Asintió—. Pido un informe de todos los empleados.
—Pero son archivos privados, Ted ¿Cómo los obtuviste? —gimió de frustración—. Esas fotos deberían estar en manos de mi abogado, no en las tuyas.
— ¿Como que tu abogado? ¿De qué hablas, Amanda?
—A ver —ella suspiró—. Mi abogado ayudó a mis padres en el proceso de adopción. Él documentó algunas cosas y eliminó otras, eso es todo.
— ¿Eliminar qué? —gruñí frustrado—. No estoy entendiendo nada.
Amanda suspiró y tomó una de las fotografías. Era la única de las seis fotografías en las que no me había fijado. La observó por un minuto entero, con el rostro descompuesto por el dolor, y la colocó frente a mí.
—Ella era mi madre, mi madre biológica —soltó un suspiro ahogado—. Pero ya murió.
Tomó dos fotografías y las puso frente a mí. Una era Stella, su madre adoptiva, y la otra la del hombre de sonrisa amable y cabello oscuro.
—A ella la conoces: es Stella, mi madre adoptiva —señaló la fotografía del hombre. Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Él es Bruno: mi…mi padre adoptivo.
Contuvo el sollozo cuando la voz de papá retumbó por el lugar. Colocó la foto frente a ella, sosteniéndola en la mano, mientras la mirada. Frío, controlador y calculador.
— ¿Él quién es? —la interrogó.
—Jack —respondió con asco—. Es Jack Hyde, el hijo de puta que me dio la vida.
Miró hacia otro lado, escapando de los recuerdos o de la cruda mirada de papá. Jesús, este hombre podía ser intimidante cuando quiere.
— ¿Y qué sabes de él?
Observé como sonreía burlona.
—Lo normal: que está en la cárcel —soltó una risilla burlona—. Es lo que se merece.
— ¿Por qué está en la cárcel?
Bueno, Grey. Déjalo ya.
— ¿Por qué está en la cárcel? —preguntó nuevamente.
Amanda lo miró fijamente, desafiante. Una mirada potente frente a una fría y controladora. Era una conexión tan electrizante e impresionante que uno retrocedería de la escena instintivamente.
—Todo lo que mi abogado quiso decirme fue que hizo algo malo, pero no quería quedarme con eso solamente. Así que investigué —Amanda frunció los labios. La mirada que le lanzó a papá le dejaba claro que no era su tema favorito—. Acosó a la mujer de un magnate, intentó asesinarlo y quedarme la empresa, secuestró a su hermana, chantajeó a su mujer y casi la asesina a golpes cuando acudió a la cita.
Papá parpadeó, perplejo.
— ¿Y no sabías nada de eso?
—Yo nací cuando él estaba en prisión. Considerándolo: pues no.
— ¿Entonces?
— ¿Qué quiere que le diga? —gruñó frustrada—. Conocí a ese cerdo en prisión, desde un principio dejó claro que yo no era de su agrado, mamá dejó de llevarnos, William se volvió loco y toda esa mierda empeoró cuando mamá se convirtió en una puta para ganar dinero —se pasó la mano por el pelo—. ¿Enserio cree que me hace feliz que vean eso en algún maldito expediente?
Papá la miró fijamente, luego a mí, a mamá y se marchó del lugar sin decir nada.
— ¿Y ahora que dije? —gimió de frustración.
Mamá sonrió tímida mientras se acercaba. Le acarició el cabello en un gesto maternal y observé como Amanda se relajaba.
—No eres tú, cariño. Es él. Christian también es adoptado y siempre se ha referido a su madre como “la puta adicta al crack” —la abrazó—. Sólo le has despertado unos cuantos recuerdos.
Soltó el abrazo y fue en busca de papá. Una Amanda cansada y frustrada cayó sentada en un asiento frente a mí. Su mirada se cruzó con la mía de repente.
— ¿Qué? —bramó.
Alcé las manos en son de paz.
— ¿Qué era lo que querías con esto, Ted? —bufó—. Ya te había dicho que era adoptada, ¿no era más fácil preguntarme lo que sea que querías saber en vez de hacer toda esta tontería?
—Mira —me crucé de brazos—: yo no mandé a investigar nada, ¿entiendes?
— ¿Fue tu padre entonces? Porque a decir verdad era quien más se veía ávido por saber.
—No, tampoco.
— ¿Pretendes decirme que simplemente aparecieron en tu cama, Ted? Porque el sobre estaba allí a la vista de todos. Y, para colmo de males, decía mi nombre: Amanda Hyde ¿Cómo demonios pudiste averiguar eso?
Me mordí la lengua para no hablar. Aún tenía muchas, demasiadas, dudas. No me convenía que ella supiera la razón por la cual la he investigado. Ni cuanto ya sabía.
—No lo sabía, pues. Te juro que esas fotos no las he conseguido yo, ni papá ni nadie. Simplemente no sé cómo llegaron hasta mi cama.
—No quiero que hagas eso, Ted
— ¿Hacer qué?
—Rebuscar en mi pasado. Mi pasado está sucio, manchado y arruinado. No quiero que navegues en aguas tan profundas, porque no va a gustarte lo que vas a encontrar.
—Todos tenemos nuestras sombras, nena.
—No, Ted. Todos tenemos nuestras sombras, pero yo no tengo luces —ella se puso en pie y caminó hacia mí—. Tú sí. Tu padre se ha dado cuenta, por eso me mira con tanta molestia. No soy una buena chica. Soy hija de Jack y todo lo que venga de él es malo.
Me acarició el rostro con la mano. El tacto de esa caricia era una delicia. La calidez de sus dedos sobre mi piel me hacía estremecer.
—Lo mejor es que no vuelvas a verme —jadeó—. Una persona como yo sólo podría hacerte daño. Eres tan bueno, tierno y sincero que me desarmas. Nunca he conocido a alguien como tú y es fascinante.
Pasó el pulgar por mis labios con suavidad.
—Mereces algo mucho mejor —presionó sus labios contra los míos—. Renuncio.
Y sin más reparos observé como atravesaba la puerta, dejándome un vacío devastador en el pecho ¿Por qué debía doler aquellas simples palabras?