Capítulo cuarentaiséis.
Luego de cenar fuimos a un par de tiendas más. No pude evitar comprarle un par de modelitos de lencería que iban a quedarle de maravilla. Desde luego, sin que los viera. Logré convencerla de que se fuera con aquel pantalón blanco, la blusilla negra y unos preciosos tacones Christian Louboutin que mostraban unas piernas de muerte. Nuevamente protestó a la hora de pagar, pero la distraje con un par de besos mientras le pasaba la tarjeta de crédito a la pelirroja que nos atendía. Caminé con ella de la mano por el centro comercial mientras se acostumbraba a la altura. Estábamos a la misma estatura ahora.
- ¿Cómodos? -le pregunté con un deje de inocencia en mi voz.
Ella asintió, sonriendo.
-Tengo el presentimiento de que estoy usando unos tacones carísimos.
-Lo valen, nena. Te quedan de muerte.
- ¿Cuánto valen?
-Un precio bastante módico, cariño. No te preocupes por eso.
- ¿Cuánto?
-Déjalo, cielo -la abracé por la cintura-. Nos iremos en el otro auto, con dos de los chicos de seguridad, porque el mío está repleto de bolsas. Los otros dos se lo llevarán.
-Te lo dije -replicó con voz cantarina.
Le di un golpecito en el culo.
-Ya, déjalo. Vámonos ya. Tenemos que ir al Escala por mi ropa.
Cuatro sujetos altos de seguridad estaban frente a mí. Dos de ellos eran hermano y recuerdo que sus nombres eran Stephan y Conor Morgan. Solía llamarlos 'Morgan 1' y 'Morgan 2'. Creo que les hace gracia, porque siempre que los llamaba así intentaban disimular una sonrisa. Los otros dos no los recordaba. Creo que son nuevos.
-Revisaremos el departamento Morgan 2 y yo -Stephan contuvo la risa-. Eh, quiero decir: Conor y yo.
Asentí con una sonrisa traviesa en mis labios. Morgan 1 y 2 salieron del elevador, dejándonos con los dos empleados desconocidos. Amanda se removió inquieta, apretando mi mano.
- ¿Y si William se llevó algo? ¿Sabrías que pudo haber sido?
-William sólo pudo haber venido por dos motivos: a buscarte o a matarnos.
- ¿Pero cómo sabia él que estaba contigo?
Lo medité por un momento.
-Quizá nos estaba siguiendo.
- ¿Y si nos estaba siguiendo justo ahora? ¿Desde la casa de tus padres, desde el centro comercial o...?
Presioné mi boca contra la suya para calmarla. Noté como se relajaba y lo seguía al instante.
-Puede estar siguiéndonos, pero estamos protegidos. Ellos saben lo que hacen.
Apreté su mano para que notara que estaba allí para ella. Dos golpecitos contra las puertas del ascensor nos pusieron sobre aviso. Los dos hombres de seguridad frente a nosotros, los cual seguía sin recordar, apretaron un botón y las puertas se abrieron.
-No hay nadie en el edificio, señor -anunció Morgan 1.
-Bien -halé de su mano-. Ven.
Atravesamos el vestíbulo con pasos largos. Tanto ella como yo teníamos esa necesidad oculta de marcharnos lo antes posible de allí.
-Son ideas mías, ¿o estás nervioso?
Solté una risilla.
-La última vez que estuve aquí no me trae buenos recuerdos.
La oí jadear.
-Ah, ya -musité con voz cortada.
Le sonreí burlón.
-Me refiero a la visita de William, cielo. Hacerte el amor en mi cama y en todos los lugares que pudimos antes de la desastrosa persecución fue delicioso -golpeé mi boca contra la suya-. Oh, no tienes idea. Te arrancaría la ropa y te haría el amor aquí mismo, pero hay cuatro hombres en este lugar.
Ella gimoteó y enroscó sus dedos en mi cabello, aumentando la intensidad del beso. Mm, que labios tan suaves...
-Quieta -aparté las manos de mi cabello, sujetándolas con fuerza-. Te recomiendo no despertarme, cielo, porque entonces no permitiré que salgas viva de este lugar.
Ella sonrió traviesa.
-No suena tan malo.
Mordisqueé su labio, para quitarle la sonrisa. Madre mía, cuanto la quiero. Mm, la quiero desnuda, debajo de mí. Ahora, en esta mullida y suave escalera.
-Cuando te tengo cerca no puedo pensar -la besé fugazmente-. Sólo puedo pensar en hacerte gritar mi nombre mientras te hago el amor, mientras hago contigo lo que más deseo.
Rosó sus labios con los míos en un tacto sublime. Tan sublime que me hizo estremecer. Su beso fue lento, tierno, pero con un sabor a pasión que me traspasaba por completo.
- ¿No íbamos por tu ropa? -musitó inocente.
Solté una carcajada.
-En efecto, señorita. Y usted va a ayudarme.