Capítulo treintaicinco.
Si no fuera porque la tenía tomada de la mano, Amanda se hubiese marchado hace mucho. De eso estaba totalmente seguro. Aunque, a decir verdad, la expresión de irritación en su rostro resultaba divertida. Halaba de mi mano disimuladamente, como si realmente pensara que podía soltarse de mí. Mi mirada estaba fija en mis padres. Papá estaba frente a mí, sentado en la silla de su escritorio. Mamá estaba sentada sobre sus piernas, agarrada a él como un salvavidas. Phoebe estaba sentada a mi derecha, pálida como el papel en sí.
—He mandado a reforzar la seguridad en el edificio, de la casa y del Escala —miró fijamente mi mano entrelazada con la de Amanda—. Creo que deberíamos poner seguridad en la casa de la madre de Amanda y en la de su hermano.
Noté como se tensaba.
—No creo que sea necesario. Jack no se va a aparecer por allí.
—Eres en este momento un punto intermedio entre ese hombre y mi familia —señaló nuestras manos entrelazadas—. Estás sosteniendo la mano de mi hijo, lo que significa que hay un punto libre. Si te expones tú, lo expones a él.
—Créame que no le sostengo la mano por mero gusto. Ted no quiere soltarme.
—Si lo hago vas a irte, desaparecer, esfumarte. No, gracias.
—Es porque sigo pensando que las cosas estarían mejor si yo no hubiese aparecido por aquí.
— ¿Crees que si no hubieses venido a buscar trabajo Jack no hubiese aparecido? No es contigo con quien cree tener una cuenta pendiente.
—Pero al menos no tendría que ver a la cara al hombre que Jack tanto odia que, por cierto, el sentimiento es bastante mutuo.
— ¿Tienes algo más que añadir? ¿Quizá te faltó algo?
Me fulminó con la mirada.
— ¿De qué diablos estás hablando?
— ¿Por qué rayos el cabello? Bien, entiendo —bufé—. No, no entiendo. ¿Por qué fuiste a buscar trabajo con un lindo cabello castaño y ojos verdes? ¿Por qué ahora apareces pelirroja con los ojos azules? ¿Qué mierda está pasando?
Ella apartó la mirada, como avergonzada.
—Yo no quería nada que tenga que ver con Jack —musitó en voz baja—. Pero, ya ves, físicamente me parezco a él. Así que empecé a usar lentes de contacto, para cambiarme el color de ojos, y a pintarme el cabello a los doce años. Un tinte que se va a las dos semanas.
La imagen de una chica joven de doce años pintándose el cabello para huir de su pasado, de un padre que jamás le demostró un poco de amor, era devastadora.
—Sólo quería una vida normal, ¿entiendes? —tiró de mi mano con fuerza, en vano—. ¿Cuál es tu problema? No soy una niña estúpida que necesita que cuiden de ella.
— ¡Pues deja de comportarte como tal, con un demonio!
Oímos como alguien se aclaraba la garganta. Un par de ojos grises nos observaban severos.
—Creo que tenemos que calmarnos, me parece —papá le acarició la espalda a mamá para tranquilizarla—. Tenemos que pensar que hacer.
—Hay que atrapar a Jack —Amanda se acarició la sien—. Puede que haya escapado, pero sigue siendo un receloso patán.
— ¿Si? —le espeté meloso—. ¿Cómo piensas hacerlo?
Ella me fulminó con la mirada.
—Jack confía mucho en William. Quizá si logro hablar con él y quiera ayudar, podría…
—Sí, claro ¿Irás a verlo armada? Para serte sincero, si tienes que ir armada para ver a tu propio hermano no es exactamente una prueba de que él nos ayudaría.
—Si tienes una mejor idea, quiero oírla —gruñó cabreada.
—De hecho sí, pero no tiene nada que ver con Jack y no es algo que deba hacerse en público.
Recibí el golpe de su puño cerrado directamente en el abdomen. Mierda, golpea con fuerza.
—Eres un idiota —murmuró entre dientes.
—Sólo he sido sincero.
—Cierra la boca.
—Será mejor que la cierres tú, cielo, porque no me hago responsable de lo que pueda hacer con ella más tarde.
—Ya es suficiente, ustedes dos —gruñó papá—. Me parece que han olvidado que hay más personas en esta habitación. Quiero se calmen. Ambos. ¿Entendido?
Amanda resopló.
—Ted es el del problema. Se comporta como un maniaco.
—Al menos no me comporto como una fugitiva loca que aparece y desaparece de la nada.
—Cielos, váyanse a una habitación —bramó papá mientras golpeaba el escritorio—. Ya he colocado seguridad en las propiedades —señaló a Amanda con el dedo—. Haré lo mismo con la casa de tu madre y de tu hermano. Y, por el amor a Cristo, no desaparezcas.
Amanda gruñó.
—No es un trato justo.
—A la mierda el trato justo —grité de exasperación. Me puse de pie y halándola de la mano la obligué a levantarse—. Tú y yo nos vamos.
Dicho eso caminé con ella fuera de la oficina. Trataba de soltarme, pero al final le resultaba inútil. Logramos entrar al ascensor justo antes de que las puertas se cerraran. Le solté la mano por un momento.
— ¡Mierda, Ted! —se frotó la muñeca—. Eres un bruto.
La acerqué a mí, enroscado mi brazo en torno a su cintura, y la arrinconé contra la pared. Amanda jadeó, provocando que todo su cuerpo temblara. El calor de la cercanía de su cuerpo contra el mío era exquisito. Mis manos se movían automáticas por su cuerpo, acariciando la curva de sus caderas hasta llegar a su muslo; esa deliciosa porción de carne expuesta por un vestido amarillo de estampados de flores. La sentí estremecerse ante el tacto y la pasión anidó con fuerza en nuestros cuerpos, aumentando el deseo. Acerqué mi boca a la carne expuesta de su cuello, danzando sobre ella con besos suaves. Ronroneé contra su piel. Oh, esta mujer sabia de maravilla.
—Dios, Amanda —la aferré más contra mi cuerpo. Noté como sus manos se aferraban a mi cuerpo, atrayéndome hacia ella—. Cielos, te he echado de menos.
Amanda soltó un gemido.
—Oh, Ted ¿Qué vas a hacer conmigo?
La besé en el cuello.
—Voy a llevarte a casa y te haré el amor.
Eh, hola(: Ayer no pude subir porque se me fue la luz. Un caos total, pues. Me acosté a dormir casi a las cinco de la mañana:s
Bueno, les pregunto. ¿Quieren el capítulo treintaiséis y treintaisiete para hoy? Ustedes me dicen:}