Cap.1

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Capítulo uno.

Que un rayo me parta si no estaba cansado. La última vez que había visto el reloj eran las seis de la mañana y después no había podido volver a dormir por culpa del dolor de cabeza. Y que un rayo parta a Bobby, por llevarme a un bar a tomar de esa porquería. Estiré el brazo hacia la mesa y tomé el BlackBerry. Siete llamadas de mamá junto a dos mensajes de “¿Dónde te metiste, Teddy? Responde” y “Mas te vale que estés en el Escala, Theodore Grey , porque si me entero que volviste a tomar con Bobby estarás en serios problemas y otras trece llamadas de papá y un solo mensaje que decía: “Estás preocupando a tu madre. Contesta, no me hagas quitarte el puto coche.”

Mierda. Ahora sí estaba en problemas. Salté de la cama en menos de un segundo y me metí a dar un baño. Apenas hube terminado, me vestí y salí del Escala en mi Saab 9-3 rojo, un regalo de mi padre. De acuerdo, a papá le gustaba regalarme cosas, y a mí recibirlas. Recuerdo hace unos meses, cuando cumplí los veintiún años, el momento en el que me entregó las llaves. Mamá reía.

―No puedo creer que le regalaras este auto ―dijo ella.

―Te gusta, Anastasia, y lo sabes.

Ella se ruborizó. Papá le sonrió y volteó de nuevo a verme.

―Fue el primer auto que le regalé ―la miró de reojo y ella se ruborizó aún más―. Sé que le trae recuerdos…umm…

―Déjalo ya, Grey.

Vi cómo le daba un azote en el culo y ella chillaba, acalorada. Papá sonreía juguetón. Puse los ojos en blanco. Ellos nunca ocultaban ese magnetismo sexual que aún existía entre ellos, a pesar del tiempo. Por eso para mí y Phoebe el sexo era algo sublime, natural y tentador. Pero claro, papá y yo nos ocupábamos de que Phoebe contara con las experiencias menos posibles. Era una niña todavía, no estaba en edad para tener sexo.

Cuando dejé de saborear los recuerdos, noté que ya estaba en casa de mis padres. Dejé el auto en la entrada, y me apresuré a entrar.

― ¡Theodore Raymond Grey! 

Mierda.

―Hola, mamá.

Ella venía bajando las escaleras con las mejillas coloradas y el cabello levemente despeinado, mientras se acomodaba el vestido. No era necesario ser su hijo para saber que acababa de abandonar los brazos de papá, quien debe estar lo suficiente satisfecho para no echarme pelea a mí.

―Son casi las diez, Teddy ¿Dónde estabas? Nuestro avión sale al medio día ―ella suspiró―. Ya, abrázame.

Le dediqué una media sonrisa, de esas que por alguna razón sus ojos se humedecían, y la abracé. Los brazos de esta mujer siempre fueron cálidos, y yo los amaba. Ella se alejó y sonrió a sus anchas. Pero que hermosa era mamá.

―Tu padre está contentísimo con dejarte esta responsabilidad. Dice que está seguro de que podrás ―entrecerró los ojos y me apuntó con el dedo―. Cuidado, Grey.

―Anastasia, Anastasia ¿Qué voy a hacer contigo?

Bajando por la escalera, estaba el mejor padre del mundo. Sonriéndole a mamá, como siempre le hacía, se acercó a ella para abrazarla por a cintura y besarla en la cabeza.

―Hola, Ted.

―Hola, papá ―le sonreí― ¿Todo listo para el viaje?

Abrazó más a mamá.

―La señora Grey jamás olvida lo esencial.

Ella soltó una risilla y se ruborizó. Siempre he pensado que se guardan un secreto que no nos han dicho ni a Phoebe ni a mí.

― ¿Y Phoebe?

― ¡Aquí!

Mi hermana bajó casi saltando por las escaleras. Llevaba puesta una camisa ajustada, una falda hasta la mitad de los muslos y tacones.

― ¿Es que no puedes ponerte pantalones? ―dijimos papá y yo al unísono.

Mamá y Phoebe pusieron los ojos en blanco.

―Siempre sé cuándo me pones los ojos en blanco, Anastasia ―dijo papá.

Ella volvió a ruborizarse.

―Bueno, ya nos vamos.

Papá me dio un abrazo corto con golpecitos en la espalda. Cuando abrazó a mi hermana, los músculos se le tensaron.

―Enserio, Phoebe, ten cuidado. Eres demasiado preciosa y hay muchos corrompe-señoritas en las calles.

―Sí, papá.

Los brazos de mamá reemplazaron los de papá. La abrazó fuerte y le dio un beso en la frente. Vino hacia mí, me abrazó y me dio un beso en la mejilla.

―Cuida a tu hermana, pero no la esposes.

Papá se rio. De nuevo, otro secretillo entre ellos dos.

―Sí, mamá.

―Los amamos, cuídense.

Y riendo como un par de críos enamorados, escapándose de sus padres, atravesaron la puerta para buscar su pedazo de paraíso privado. 

Cincuenta sombras y luces de tedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora