Cap.43

291 8 0
                                    

Capítulo cuarentaitrés.

Acaricié con la punta de mi nariz la carne sensible de sus pechos. Inhalé profundamente, deleitándome con el hechizante olor de la piel de esta mujer.

- ¿Por qué siempre terminamos en el suelo? -preguntó ella con voz adormilada.

Solté una carcajada. Oh, era cierto. Habíamos pasado de hacer el amor en la cama al suelo en cuestión de minutos.

-No tengo la menor idea -ronroneé-. Tenerte tan cerca no me permite pensar con claridad.

Sofoqué su risa cuando tomé su boca con vehemencia. Los músculos de su cuerpo se relajaron y comenzó a devolverme el beso. Como fuego y leña nos devoramos, con el pulso acelerado por la sensación. Me obligué a mí mismo a detenerme. Santo Cristo, esta mujer iba a matarme.

-Por Dios, Amanda -le di un casto beso-. ¿Qué estás haciendo conmigo?

Pasó los dedos por mi pelo. Cerré los ojos para saborear mejor la sensación.

-Tú me haces sentir mujer, no un objeto sexual meramente usado para recibir placer -suspiró-. Creí que podría bloquear los sentimientos y evitar que otro hombre tuviese acceso a mi cuerpo, pero cuando me tomaste entre tus brazos y me dijiste que querías hacerme el amor -al abrir los ojos vi como su rostro se acercaba al mío para besarme-: rompiste mis defensas.

La sentí temblar.

-Te amo y no sé otra manera de demostrártelo que no sea con mi cuerpo -volvió a suspirar y noté en sus ojos un tenue destello de remordimiento-. Sólo sé hacerlo de esta manera.

Le sonreí enternecido.

-Tienes mil maneras de demostrármelo, aunque no te has dado cuenta -la golpeé suavemente en el culo-. Basta de pláticas. Tu hermano te está esperando y yo debo ir con mi papá.

Dejé a Amanda frente a la puerta del cuarto de Phoebe, vestida de nuevo con la camiseta de la noche anterior. Phoebe se mostró encantada de prestarle ropa. Para ella Amanda ha de ser una muñeca viviente que puede vestir a su gusto. En cierto modo compadecía a mi mujer.

Cuando atravesé la puerta del estudio, repentinamente deseé haber tocado. Mamá estaba sobre su regazo, tiroteando con vehemencia de los botones de la camisa de papá. Cristo, nunca se cansan.

-Señor Grey. Señora Grey.

Los dos se detuvieron: mamá ruborizada, papá sonriendo como si fuese lo más natural del mundo follarse a su mujer en el estudio. Lo cierto es que estaba bastante seguro que mis padres han probado todas las superficies habidas y por haber de esta casa.

-Lamento interrumpirles el desayuno, pero necesito hablarles de algo importante.

Mamá se acomodó en el regazo de papá, colgándole los brazos del cuello como una niña. La mirada de papá era maravillosa. La veía como si la mujer que tenía delante fuese la razón de su existir, como si no hubiese otra, como si ella fuera la única que lo completara.

Oh, Amanda...

- ¿De qué se trata ese asunto importante, Teddy? -la sonrisa de papá se volvió triste-. Perdona, sé que no te gusta que te llame de esa forma.

Oh, papá....Perdóname.

- ¿Ted?

Agité la cabeza para despertar de mi ensoñación.

-Este, sí -solté una bocanada de aire-. ¿Recuerdas que nos hablaste de Ella? ¿Tu madre biológica?

La sonrisa se esfumó al instante de su rostro. Ese era un campo minado que era mejor no atravesar.

-Sí, lo recuerdo ¿Ella que tiene que ver?

Me pasé la mano por el pelo.

-Amanda cree saber la razón de que William haya ido al Escala.

- ¿Qué tiene que ver Ella en todo esto, Theodore?

Uf, Grey...

-Amanda tiene unas fotos del padre de Jack teniendo sexo con otras mujeres.

- ¡Theodore! -golpeó la mesa con el puño-. ¿Qué mierda tiene que ver la puta adicta al crack con todo esto?

-Según Amanda, Ella aparece en unas fotos con el padre de Jack. Teniendo sexo.

El rostro de papá se volvió color cenizo. Sabía exactamente que cruzaba por su mente.

-No. Jack y tú no son hermanos -siseé.

Pese a todo no vi el alivio en su rostro.

- ¿Cómo estás tan seguro, Ted?

-Amanda me lo dijo.

- ¿Ella como lo sabe?

Incliné la cabeza hacia un lado, disculpándome.

-No me lo ha dicho.

Papá se puso en pie, haciendo a un lado a mamá, y salió como alma que lleva el diablo del estudio. Mamá y yo cruzamos las miradas por un instante y decidimos al unísono seguirlo. En la sala, la escena fue distinta.

Amanda tenía al hijo de John en brazos, acunándolo para que durmiera, mientras míos dos hermanos pequeños escuchaban ensoñados la suave melodía que salía de sus labios. Dejó al niño, ya dormido, sobre el sofá. Al estirar el brazo para tomar algo con que arroparlo, observé como papá se la llevaba a rastras, halándola con fuerza del brazo. Ella trató de resistirse, pero fue en vano. La llevó directo al estudio, sin darme oportunidad de ayudarla.

- ¿Qué estás haciendo, papá? -gruñí.

Él bloqueó la entrada con su cuerpo.

-Esto ya no te concierne, Ted. Este asunto lo debemos arreglar la chica y yo.

-Pero papá...

- ¡Nada, con un demonio! -bramó con fuerza-. La hija de ese cabrón y yo ajustaremos cuentas en este instante.

Luego cerró la puerta con fuerza.

Cincuenta sombras y luces de tedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora