Cincuenta Sombras de Grey
Capítulo noventaitrés.La primera semana en el hospital fue la peor de todas. Las buenas noticias: Phoebe había aceptado bien la operación y, pese a haber caído en un coma, era cuestión de días, quizá semanas, despertaría. Las malas noticias: me sentía como un bastardo hijo de puta. Hacía exactamente una semana desde que Amanda había pisado el hospital. El móvil estaba repleto de mensajes que no había escuchado. Amanda no parecía comprender que no quería hablar con ella. Pero mi estúpido corazón parece tampoco comprender que esta mierda debía acabarse. Mientras ella estuviese cerca, en mi familia iban a suceder todo tipo de desgracias.
La segunda semana fue mil veces peor. Amanda no dejaba de dejarme mensajes en la contestadora del móvil. Yo me sentía cada vez peor. Y peor. Y peor. Me entraban unos incontrolables deseos de volver a casa, abrazarla con todas mis fuerzas y repetirle incansablemente que la amaba. Pero luego recordaba a Phoebe y volvía de nuevo a la antigua posición de brazos caídos. No podía hacerlo. No había pisado la casa desde que me marché esa mañana rumbo al hospital. He estado viviendo en el Heathman, solo.
La tercera se convirtió en un infierno insoportable. Papá estaba frenético. No dejaba de repetirme una y otra vez que estaba comportándome como un imbécil bastardo hijo de puta. Y dolía escucharlo decirme eso. Es como si, de la noche a la mañana, dejara de sentirse orgulloso de su primogénito. Yo me limitaba a escucharlo, aunque en el fondo sabía que todo lo que me dijera me era bien merecido. Mamá ni siquiera trataba de calmarlo. Venía a ver a Phoebe en la mañana y se marchaba en la noche, así que aprovechaba el día entero para recriminarme y estar de acuerdo en todos los puntos que papá exponía.
En la cuarta semana, cuando se cumplió un mes del accidente, toda mi resistencia y cordura se fueron a la mierda. El móvil me temblaba en la mano. Deseaba llamarla, escuchar su voz, pedirle perdón...pero sabía que estaba furiosa. Después de tanto tiempo había hallado el valor para escuchar los mensajes.
«No sé qué sucedió en el hospital, ni por qué me rechazas, pero quería que supieras que esperaré a que te encuentres de mejor humor. Te amo»
«¿Qué tal estás? Estoy muy preocupada por ti. Hazme saber que estás bien»
«¿Sigues enojado? Lamento haber hecho algo que te hiciera enojar. Llámame, por favor»
Me salté varios mensajes. Por el tono de su voz, podía deducir que lloraba. Me aferro a la silla, desesperado. Me sorprendo de la facilidad con la cual lastimo a las personas que amo. Su último mensaje, dejado ayer, me hiela la sangre de dolor.
«Estoy cansada de dejarte mensajes, de preocuparme por ti.
No quieres hablarme, lo sé. Tu padre ha venido y me lo ha contado. Quizá yo tenga la culpa. Tal vez debí decirle a Christian lo que sabía de Jack, así él pudiese haber protegido a tu hermana con mucha mayor eficacia. Pero tú eres un despreciable egoísta, miserable y poco hombre. Que estés enojado conmigo, que me odies, no tiene una mierda que ver con tu hijo. Me duele saber que estoy enamorada de un cobarde. Quizá no sea perfecta, quizá no soy tan buena para ti, pero no voy a permitir que a mi hijo le suceda lo que a mí: crecer con una madre abusadora, tener un padre que reniegue y lo odie. No va a crecer con una madre que le guarde rencor al padre, después de todo me hiciste feliz. Gracias por este regalo, pero ya no puedo soportar más esta situación»El hueco en el estómago se me expande con rapidez, doliéndome. Ella tenía razón: me he comportado como un miserable poco hombre. Me he perdido del embarazo, de ver como mi hijo crece lentamente en su vientre, de su sonrisa de felicidad, de su tranquilidad. ¿Quién la ha estado cuidando? ¿Estará sola? ¿Se ha alimentado bien, ha dormido suficiente, su salud habrá mejorado?