Capítulo noventaiuno.
-Un paso primero, luego otro. Uno, dos, Uno, dos.
Me golpeó en el brazo.
-Dios, Ted -se aferró a mi cintura-. Eres tan raro.
-Sólo estoy bromeando. Anda, sostente de algo mientras abro la puerta.
Amanda se sostuvo del precioso arbusto en el pequeño jardín de entrada. Sostenía los tacones dorados. Rebusqué las llaves en mi bolsillo, pero no lograba encontrar una mierda. Sólo tenía las llaves del auto, la caja del anillo (que al tocarla no pude evitar una pequeña sonrisa de satisfacción), el celular y la billetera. Las llaves de la casa no estaban. Intenté abrir la puerta, pero tenía seguro. Tomé la billetera. Recuerdo haber guardado una copia... ¡Aja! La llave estaba junto a dos paquetitos plateados. ¿Preservativos? ¿Cuándo mierda los había puesto?
-Los estoy viendo desde aquí -canturreó.
Solté una carcajada mientras tomaba la llave.
-Si eres de esos hombres que lleva preservativo en sus billeteras, ¿por qué no los usaste conmigo?
Me encogí de hombros, evadiendo la respuesta. Cuando la puerta estuvo abierta, la tomé en brazos y entré con ella. Sentí el replique del dolor en los nudillos, pero hice caso omiso. Amanda dejó caer los tacones en el suelo del recibidor, provocando un ruido seco. Ocultó su rostro en mi cuello y soltó una carcajada.
-Tienes una risa muy dulce -comenté con voz melosa. Lancé una patada a la puerta para cerrarla-. Por fin en casa, madre mía.
-Estoy loca por quitarme el vestido y ponerme ropa de casa.
-Yo te ayudo con el vestido.
Volvió a soltar una carcajada.
-Contaba con eso -canturreó-. Pero hay algo que quiero saber. Sobre los preservativos.
Puse los ojos en blanco mientras subía las escaleras.
-No sabía que los tenía -le expliqué-. Ni siquiera recuerdo haberlos puesto.
-Antes de conocerte, antes de que estuviésemos juntos, ¿salías con otra mujer?
Me detuve en seco frente a la puerta. Estiró el cuello para conseguir verme.
-Salía con otras mujeres, Amanda. Pero era sólo era sexo. Siempre fui claro con ellas.
Sus ojos se clavaron en los míos, analizando y asimilando cada una de mis palabras. Lentamente, una pequeña y hermosa sonrisa se dibujó en su rostro.
-Como nunca me has aclarado que sólo quieres sexo conmigo, estás en problemas. No pienso desistir. Ahora me cumples.
- ¿Y no es lo que he estado haciendo?
-Sí, pero quiero que tengas presente que no pienso marcharme.
-Ni debes preocuparte -tanteé con cuidado en busca de la cerradura. Al hallarla, le di una suave patada a la puerta para abrirla-. Veo muy difícil que te deje marchar.
Su sonrisa se amplió. Me conduje hacia la cama y la recosté sobre ella. Amanda tomó mi corbata con ambas manos, obligándome a permanecer sobre ella.
- ¿Por qué no vamos a nadar un poco? -sugirió.
- ¿Qué hay de tu tobillo?
- ¿Qué más da? Tú puedes sostenerme, ¿no?
Incliné la cabeza, asintiendo y disintiendo a la vez.
-Supongo que sí -dije.
-Entonces, ¿por qué no pones a calentar el agua de la piscina mientras me desvisto?
Ella alzó las cejas, sugerente. Le sonreí perverso a modo de respuesta.
-La verdad eso de nadar desnudos resulta -haló de mi corbata, acercándonos más- deleitante.
-Y supongo que tendré que cargarte como la otra vez -me acerqué a su boca, mordisqueando su labio suavemente. Un pequeño rose, luego un mordisco suave y luego el extenso y sonoro beso-. Ya sabes: esas cosas pasan cuando usas unos jodidos tacones de tres metros...
-No eran de tres metros, por Dios. Y sólo me tropecé un poquitín.
-Um... ¿Y te sigue doliendo?
Se ruborizó.
-Un poco.
-Entonces, la moraleja, ¿cuál es?
-Ah, no ¿No usar tacones?
-Exactamente.
- ¿Me lo vas a prohibir? -gimoteó.
-No, no precisamente. Pero, dadas las circunstancias, ese doblez de tobillo pudo evitarse. Pudiste usar algo más bajo.
-Vale ¿Si uso algo más bajo, no te comportarás tan gruñón?
-No estoy siendo gruñón.
-Uh, pero pronto va a salir. En estos últimos días me has estado gruñendo demasiado.
-Anda, quítate ese vestido para darnos ese bendito chapuzón -le gruñí.
Soltó una carcajada.
-Te lo dije -canturreó.
Me quité de encima y desanudé mi corbata.
-Iré a calentar el agua. Tú deshazte de ese vestido, mujer.
-Sí, señor -musitó burlona.
Me di media vuelta y caminé hacia las escaleras que dan al techo.
El móvil comenzó a sonar frenéticamente. Observé la hora en la pantalla. Mierda, eran las seis y diez de la mañana. ¿A qué jodido loco se le ocurriría llamar a esta? hora Volví a observar la pantalla. Oh, claro. Papá.
-Hola, papá.
Lo que me hizo levantarme de golpe fue reconocer que él estaba llorando.
- ¿Qué pasa, papá? -pregunté alarmado.
-Ha -se le cortó la voz-. Sucedió algo y... -estalló en sollozos-. Ted...
Papá maldijo en voz alta. El corazón se me disparó del pecho, latiendo tan fuerte que comenzaba a dolerme.
-Madre mía, ¿pero qué estás sucediendo? Comienzas a asustarme.
Amanda se desperezó a mi lado, observándome confundida.
- ¿Qué sucede? -preguntó.
- ¿Papá? -insistí-. Ya dime que está pasando.
-Es Phoebe -jadeó-. Ella...
- ¿Ella qué? -grité.
-No puedo decirte mucho, porque no sé qué coños pasó, pero Phoebe sufrió un accidente esta mañana mientras salía hacia el trabajo.
Una corriente de aire frío me cruzó por la columna.
-Es urgente que vengas al hospital. Perdió mucha sangre y Ana no puede donar por el embarazo. Tienes que venir tú. Son del mismo tipo.
Asentí, consciente de que no puede verme. El móvil me resbaló de las manos, cayendo ruidosamente al suelo. Santo cielo, mi hermana. Mi Phoebe.
«Oh, Dios mío, no. Por favor, no...»