Capítulo 3.

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OLIVIA:

No podía salir de la cama.

Solo habían pasado dos días desde la graduación, pero ya estaba atrasada con el estudio. Debía dar cinco exámenes en la semana de Navidad, con el último siendo el 23. Cinco exámenes de todos los contenidos del año de cinco asignaturas para poder de una vez por todas decir con total convicción que realmente había terminado la secundaria.

Pero no podía. No podía estudiar.

No podía salir de la cama.

Estaba acostada encogida en mí misma, el edredón cubriéndome incluso la cabeza completa, sumiéndome en la oscuridad a pesar de ser mediodía.

Si me concentraba lo suficiente, la almohada que abrazaba a mi pecho seguía oliendo a él. O solo me estaba volviendo loca. Cualquiera fuera el caso, no haría nada para cambiarlo.

Solo pensar en él hacía que mi corazón fuera atravesado por un dolor visceral, tan fuerte que me hacía encogerme aún más en mí misma, apretar más los ojos cerrados.

Todo dolía. Que se hubiera ido, y cómo lo había hecho. Que no hubiera tenido tiempo a prepararme. Que no hubiera sospechado que ese día sería el último. Había sabido que algún día no muy lejano ocurriría, pero apenas había estado empezando a hacer las paces con perderlo en unos meses. Y luego, me había quitado la posibilidad de asimilarlo. No me había avisado. No me había dejado hablar. No me había dejado decidir. No me había dejado cubrirme los oídos. Me había arrancado todo con tan poco cuidado como a mi corazón.

Lo que más dolía era que siguiera estando en el pueblo. Todavía le quedaban unos días antes de su vuelo, me lo había dicho él mismo.

Quizás, de tener la fuerza necesaria para salir de la cama, me lo habría cruzado por alguna calle. Podía incluso ir a su casa y verlo una vez más. No estaba muerto ni en la otra punta del mundo. Seguía estando aquí, en Edvey. Lo único que teníamos en común ahora—por unos días.

No había nada más entre nosotros. No amor, porque si él me amara jamás habría hecho esto. No dolor, porque yo era la única que lo estaba sintiendo. No era una pérdida para él, o no habría tomado esta decisión sin ningún motivo real.

Solo habían pasado dos días. Era increíble que ese fuera el poco tiempo que llevaba vagando por la vida con el pecho vacío, mi corazón robado por alguien que no lo merecía para luego lanzarlo al suelo y quedarse observando fijamente cómo se rompía en mil pedazos.

Me paré para ir al baño. Al verme al espejo, mi vista se emborronó.

Se notaba, en cada centímetro de mí, la profundidad del hueco en mi pecho.

Mis labios estaban pálidos, la piel rota. Mis ojos parecían ocultos por las ojeras, además de estar más pequeños por tanto llorar.

Y claro, llevaba al menos un mes así. Un mes de golpes y golpes a mi corazón, como si al universo le fascinara ver qué tanto podría aguantar hasta que se saliera.

Me pregunté, de no haber perdido tanto ese año, si quizás él dejándome no se habría sentido así. Si quizás habría podido ser fuerte.

No importaba; en la realidad no lo era. Eran muchas cosas y estaba muy cansada, y si eso me hacía la persona más débil del mundo, romperme porque un chico me dejaba, entonces no había nuevas noticias a mis oídos.

No quise arreglar mi cabello, ni mi rostro, ni mi estado en general. Hice mis necesidades y regresé a la cama, escondiéndome bajo las sábanas otra vez.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora