HEATHER:
A pesar de solo ser una excusa, sí fuimos a comprar golosinas para esa noche apenas salimos del café, para no olvidarnos luego.
Llegamos a una zona del centro donde había más gente que por el café, aunque todos resguardándose de la lluvia dentro de las tiendas. Con las luces de los lugares, además de aquellas incrustadas en el suelo a cada lado del paseo, la oscuridad del cielo lo hacía todo más bonito. Además, por mucho que amara la playa, nada se comparaba a deber caminar con las manos en los bolsillos por el frío.
Luego de comprar una bolsa entera de golosinas—y temiendo que no alcanzaran; conocía a Olivia—, Ivy me frenó antes de salir del local y señaló al que estaba al frente. Era uno de esos que vendían cualquier idiotez innecesaria, que se rompería a los tres minutos de compra.
—Vamos a ver —pidió, a la vez que arrugaba la nariz. Llevaba haciéndolo desde que habíamos salido del café, diciendo que así evitaba que se le congelara.
Su cabello estaba completamente húmedo, al no tener capucha al contario de mí, y nuestras ropas estaban empapadas. Llevaba varios locales insistiendo con que no era necesario que sufriera con el frío y que podíamos regresar otro día, y había perdido la batalla cada vez. Decía que nadie podía morir por un poco de lluvia, pero sí por aburrimiento.
Como a mí no me molestaba el clima y prefería estar lejos de Quinn y los demás, dejé que Ivy me arrastrara a la tienda número cien.
Al entrar, me recibió una oleada de una fragancia floral tan fuerte que mi nariz empezó a picar. Ivy, inmune, me soltó y comenzó a adentrarse en el lugar. Los pasillos eran angostos, con estantes que explotaban de cosas que vender. Al encontrar un grupo de gente en medio de uno, Ivy giró en sus pasos y se metió en otro corredor desolado.
Era el de los anillos, mostrados detrás de un vidrio al contrario que en el otro pasillo que habíamos visto.
—¿Te gustan? —pregunté, incrédula, cuando Ivy se pegó al vidrio para verlos—. Sabes que una gota de agua y ya se oxidarán, ¿no?
—No todo tiene que ser de calidad para tenerlo. Mira. —Me acerqué a ver el punto al que señalaba. Entrecerré los ojos contra el reflejo de la luz en el vidrio—. ¿Dónde más encontrarías eso?
Era un anillo gigante, gigante, morado, con un incluso más gigante diamante falso incrustado—o pegado con pegamento escolar, más probable.
Era una horrorosidad, pero Ivy me miró con cara de superioridad, como si acabara de demostrar que esos anillos valían la pena.
—Es horrible. —Parpadeó un par de veces, suficientes para que yo suspirara—. Déjame buscar a una vendedora para que nos lo de.
A segundos de darme vuelta, Ivy llamó mi nombre. Con otro suspiro, giré para buscarla, viendo que se había movido al lado opuesto del corredor, donde no había una vitrina, sino collares colgados en la pared.
—Mira —dijo con emoción. Me acerqué a ver qué otra horrorosidad había encontrado—. Hay que comprar uno también.
La podría haber rodeado, posicionarme del otro lado y ver los collares con tranquilidad. En cambio, me estiré sobre ella, pegando todo mi cuerpo a su costado. Alzó la barbilla, causando que nuestros rostros quedaran a centímetros de distancia.
Su cabello estaba en sus usuales dos trenzas, ahora húmedas por la lluvia y a medio desarmar, por lo que grandes mechones de cabello caían sobre su rostro. Me encontré tentada a apartarlos, o a deshacer sus trenzas por completo, segura de que sus rizos estarían más marcados que nunca.
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Cenizas de Promesas (#1.5)
Teen FictionCOMPLETO. Libro narrado por todos los personajes de El Manuscrito luego del final.