Capítulo 18.

1.7K 313 708
                                    

HEATHER:

A veces odiaba tanto a mi madre que no podía respirar.

Mi odio puro era como una mano en mi garganta, cerrándose con fuerza, nublando mi vista, haciendo que me concentrara en ella y solo ella. Cuando lo sentía, me era imposible dar un paso atrás y ver el panorama. Me era imposible no sentirme consumida por el odio.

Ese día, estaba desayunando cuando bajaron ella y su esposo a la cocina y comenzaron a hablar sobre la mudanza. Vicente criticaba—como si fuera un adolescente—a su hija por no ser razonable, diciendo que cómo podía ser que su amiga le importara más que lo que su padre le decía.

—Tal vez —sugerí, alzando la taza de café a mis labios—, porque hace más de un año que renunciaste a ser su padre.

Tomé unos sorbos y dejé la taza sobre la isla. Al alzar la vista a Vicente, parado del otro lado de la isla, noté que me estaba mirando fijamente. Sus cejas eran casi una con cómo las estaba uniendo, su mandíbula tensa. Cuando lo molestaba, nunca reaccionaba, más que las obviedades en su rostro. No me respondía como lo habría hecho con Olivia, lo que en parte debía ser porque estaba mi madre sentada a su lado, en parte porque debía tener un poco de coherencia y darse cuenta de que no era nadie para decirme qué hacer.

—No le hables así —fue mi madre la única en hablar—, no seas maleducada.

Rodé los ojos. Su taza hizo un ruido seco contra el mármol al dejarla con brusquedad sobre la isla.

—Solo digo.

Ellos dos se miraron. Luego, Vicente se fue de la cocina, con un simple "me prepararé para salir".

—¿Tienes que arruinar todo? —me reprochó mi madre, volviendo a verme apenas su esposo se fue—. ¿No puedes esperar a terminar de desayunar al menos?

—Si no quieren que opine sobre lo que dicen, no hablen frente a mí.

—No me hables así. ¿Qué te está pasando últimamente? —agregó, su rostro afligido como si de verdad no entendiera—. Siempre tan enfadada.

—No te importa.

—Sí, me importa. —Le di un vistazo rápido, sorprendida de oír eso, hasta que dijo—: Nos arruinas el día a todos con tu humor. A ver si arreglas lo que sea que te está pasando de una vez por todas y dejas de castigarnos al resto, que ya no eres una niña. —Quería golpear algo. Ni siquiera me dio tiempo a replicar. Con su voz vibrando con cólera, continuó—:  Y empieza a respetar a Vicente, que es tu padrastro. Y respétame a mí.

No. Ese hombre no era nada. Y tampoco la respetaría cuando ella no había respetado una sola de mis decisiones u opiniones desde meterse con ese hombre, a pesar de habérmelas pedido y dicho que "siempre pondría antes lo que yo deseara."

—Estás imposible de tratar —siguió. ¿No era suficiente ya?—. No se te puede hablar. No se te puede respirar cerca. No se puede nada contigo. Con todo lo que estamos pasando nosotros, ¿te parece justo agregar a los problemas?

Y siguió y siguió, pero apagué su voz, concentrándome en mi café.

Al acabar, arrastré el taburete hacia atrás con brusquedad. No terminé de pararme que mi madre ya dijo que no me fuera sin lavar la taza. ¡Claro que lavaría la taza! ¡Solo me estaba parando! Mientras la lavaba con tanto enfado transparente como podía, oí que mi madre se iba. Al terminar, subí a zancadas a mi habitación y cerré con un portazo.

Podía parecer poco como para reaccionar así, pero era algo que se repetía todas las mañanas. Y, antes del matrimonio, o antes de ese hombre en general, no había sido así. Nunca. Habíamos sido amigas.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora