Capítulo 41.

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aviso: menciones de suicidio, autolesiones


IVY:

No hice nada por un día.

Mentí diciendo que me había resfriado con la lluvia para que, al anunciar que no saldría con todos, nadie se alarmara ni se quedara atrás para hacerme compañía.

Matt no me creía, pero lo había convencido de salir igual.

Heather, claramente, sabía la verdad.

No había podido convencerla. Se había quedado en la casa todo el día, a pesar de que no le hablé y a duras penas me atreví a verla a los ojos. No insistió para que lo hiciera; mientras que me pasé todo el día en la cama, ella lo hizo en la terraza.

Cuando no estaba en movimiento, sentía el hueco en mi pecho con más fuerza que el resto del tiempo. Cuando en medio de mi calma, construida sobre cartas, llegaba un soplo de viento que causaba su desmoronamiento, el hueco en mi pecho quedaba descubierto.

Una vez, mi psicóloga me había dicho que visualizara mi cuerpo por dentro. Todo lo que había podido decir era eso—un hueco oscuro.

Por eso solía cortarme. Estaba esta tristeza aguda que jamás se iría, que conformaba mi núcleo. Nunca podía cortar con la profundidad suficiente para llegar a él y quitarlo de mí, pero al menos me hacía sentir algo. Podía ver la sangre correr e imaginarla como un vial para lo oscuro. Podía verla y tocarla; era real, el dolor era real, el daño era causado y controlado por mí.

Por más que mi vida hubiera mejorado, siempre existirían desencadenantes que llegarían como una patada al estómago, enviándome a un espiral.

Así que me quedé en la cama.

Al otro día, cuando fui a la cocina a desayunar, la voz de Heather me hizo frenar en el umbral justo antes de caer en riesgo de ser vista. Presioné la espalda contra la pared, frunciendo el ceño en confusión.

—Está enferma —decía, y sonaba enfadada.

—No está enferma. —Mi corazón dio un vuelco al oír a mi madre. Presioné mi mano contra mi estómago con horror—. Solo se está escondiendo. Hazme el favor de decirle que venga a hablar conmigo, o dile que iré yo a ella.

Presioné con más fuerza. Era claro que hablaba de mí. ¿Ahora qué quería? ¿Qué le había hecho, si no me había movido de la cama en todo el día anterior?

¿Por qué metía a Heather? Miré hacia la sala de estar, aunque sabía que no había nadie. Tampoco había oído voces provenientes de la habitación de al lado al despertar.

—Señora —la voz afilada de Heather me hizo volver la vista a la puerta abierta—, con todo afán de ofender, podría al menos tener la decencia de no maltratarla cuando alguien más está en la casa y dejar de avergonzarse a sí misma.

Mi corazón cayó todavía más. Estampé una mano contra mi boca, sin poder respirar.

Esto no podía ser real.

Esperé, con mi corazón latiendo en mis oídos, la respuesta de mi madre.

Fue un sencillo "¿disculpa?". Ni siquiera pude discernir su expresión a partir de su tono.

—No voy a pretender que no sé lo que sucede, ni que le tengo algo de respeto —continuó Heather, como si estuviera discutiendo con alguien cualquiera en vez de con mi madre. Con una adulta—. Claramente tampoco le interesa si la respeto, así que creo que podemos terminar la conversación aquí.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora