Capítulo 66 - Final.

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HEATHER:

Estaba haciendo algo que no debía.

En mi defensa, él también había cometido errores.

Todo había comenzado en mi casa, aburrida de jugar a ser un alma torturada con el piano, por lo que había acabado en una de mis actividades favoritas: buscar información sobre vidas ajenas.

Había regresado a la página de mi padre. No era la segunda, la tercera, ni siquiera la quinta vez que lo hacía. Ya tenía memorizado su correo electrónico y toda su información. Se había recibido de economista siete años atrás, tenía un cargo importante en una empresa, y aparentemente había trabajado con el gobernador. Se había convertido en un hombre exitoso.

Había encontrado sus redes sociales. No estaba en pareja ni tenía hijos, tampoco mascotas. Sí tenía un hermano, ambos padres, tres sobrinos—uno de cinco años, una de diez, y la mayor de dieciséis. Tenía fotos de viajes con ellos en una playa, en una montaña, y en otro país. Parecía quererlos.

Si la policía me atrapaba persiguiendo a un hombre por la calle, mi única defensa—y una muy honesta—sería que estaba aburrida.

¿Por qué había memorizado la dirección de su oficina y salido de casa? Porque estaba aburrida. ¿Por qué estaba sentada en la sala de espera hacía cinco horas, fingiendo leer un libro que le había robado a Vicente a último momento? Porque no tenía nada mejor que hacer.

No sabía a qué esperaba. La chica de la recepción se me había acercado dos veces a preguntarme si necesitaba algo, y en ninguna me había salido decirle la verdad. Eran cinco palabras muy simples las que debía decir: "estoy buscando a mi papá." Luego tendría que decir su nombre, sin explicar por qué nuestros apellidos eran distintos. La chica lo llamaría, suponía, y él bajaría sin entender nada—no tenía una hija, por lo que el mundo sabía. Lo más cercano era una sobrina de dieciséis con cabello rubio, no negro azabache.

¿Sabía ella de mi existencia? ¿Sus hermanos? Sus padres debían hacerlo, al igual que sus abuelos—mis abuelos. ¿Me recordaban? ¿Mi padre les había prohibido estar en mi vida, o por qué jamás me habían buscado?

Lo único que tenía que hacer era acercarme a la recepción y pedir que lo llamaran, y tendría respuestas a todas mis preguntas. Un cierre, como Ivy había dicho. Aunque no lo necesitaba, claro—solo estaba allí por aburrimiento.

En realidad, todo era culpa de Ivy. Si viviéramos cerca, podría ir a molestarla en vez de estar dejando una marca permanente de mi trasero en la silla de la sala de espera.

Miré hacia la izquierda de la puerta, donde había un par de pantallas para apoyar la huella dactilar—el mismo sistema que en la oficina de mi madre—, y una señora de pelo blanco y un hombre hablando. Miré a la recepción, la chica usando su celular, la silla vacía a su lado. Pero, como si mi cerebro hubiera registrado algo más rápido de lo que comprendía, regresé a mirar a las personas hablando.

Mi respiración se atoró en mi pecho.

El hombre estaba vestido con pantalones oscuros de traje y una camisa blanca. Tenía un maletín bajo el brazo, y hablaba inclinado hacia la señora, de menor estatura que él. A tan solo dos metros de mí, podía ver las líneas de su rostro, cómo se pronunciaban al sonreír. Podía oír su risa y cómo se iba hacia atrás con cada carcajada. Su cabello castaño, recortado a los lados como siempre.

Se veía exactamente igual a mi padre.

El tiempo no había pasado en cuanto a su apariencia física. Era la ropa, el lugar de trabajo, las fotos familiares, lo que había cambiado.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora