Capítulo 43.

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OLIVIA:

No tenía la más pálida idea de cómo había resistido el impulso de hablarle.

No había podido resistir el de atender la llamada, un momento en que mi cordura me había abandonado y solo había quedado con la profundidad de mi necesidad por oír su voz.

Luego, al fin lográndolo, teniendo su voz en mi oído, preguntando por qué no respondía—Quinn—, seguía sin saber cómo me había contenido de no decir un simple hola. Dejarle saber que era yo.

¿Qué habría hecho entonces? Lo más probable era que me hubiera cortado la llamada antes de que pudiera terminar de decir la palabra. Sin embargo, una parte de mí no paraba de preguntarse si podría haber sido como con Dita—si habría hablado, aunque pausado.

¿Habría dicho "hola" de regreso? Sonaba como una palabra demasiado simple, después de cómo habíamos terminado. Cualquier cosa, menos él apareciendo en mi puerta y arrancándose su corazón frente a mí, sonaba como muy simple después de eso.

No sabía cómo me había contenido entonces, ni mientras lo oía tenuemente al hablar con Dita, ni en este momento, al ver a Quinn apoyada contra el barral del café, hablando por teléfono con la espalda a nuestra mesa.

No lo había llamado la noche anterior, en cambio terminando las rondas de juegos con nosotros antes de que Matt la acompañara a su hotel para dormir. Habríamos salido a una discoteca como era el plan, de no ser porque Ivy y Heather no habían llegado a la casa hasta las cuatro de la mañana. ¿Qué habían hecho todo ese tiempo en la calle? Solo Dios sabía.

Ahora, Quinn estaba cobrando esa llamada en el bar con terraza en la playa que habíamos elegido para desayunar, porque al parecer éramos millonarios. Básicamente todos estábamos usando las tarjetas de nuestros padres como reparación de los daños psicológicos causados por ellos.

—¿De qué creen que hablan? —pregunté ausentemente, sin apartar la vista de la chaqueta blanca de Quinn.

—Liv... —suspiró Dita, con un tono de "no empieces".

—¿Qué? Solo tengo curiosidad.

—No deberías. Y sigues sin contarme por qué le atendiste, siquiera.

La peor parte era que mi primer instinto cuando alguien me llamaba por teléfono era huir—hasta atenderle a mi abuela me daba pánico. Debía significar que era hora de abandonar mi medicación. Menos regular los químicos de mi cerebro, más ansiedad.

—No me hacen sinapsis las neuronas. —Ante la falta de respuesta, me resigné a girar la cabeza para verla, al estar sentado a mi lado. Estaba arqueando una ceja—. Me halaga que no me creas.

—No, sí te creo —replicó. Lancé las manos al aire, indignada—. Pero hay algo más.

Negué con la cabeza, volviendo a enfocarme en Quinn. De cara al mar, su cabello ondeaba hacia atrás con el viento. Me frustraba no poder ver sus expresiones faciales.

Si quería, o si abandonaba mi cordura por completo, podía hablarle. Conociendo a Quinn, ella ni siquiera se opondría a que tomara su celular y hablara con su amigo. A pesar de saber que nunca lo haría, la mera posibilidad trasladaba mi corazón a mi garganta. Mi café estaba a medio tocar, como en los cinco minutos desde que Quinn se había alejado de la mesa para llamar a Noah.

Era serio si ni siquiera podía pasar café por mi garganta.

—¿Quieres un poco, Liv? —preguntó Dita, chocando su plato con tostadas contra el de mi café—. Deberías concentrarte en algo más.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora