Capítulo 9.

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AFRODITA:

Al regresar del lago, tanto Olivia como Quinn estaban de mal humor.

Habíamos pasado un buen rato allí. La temperatura había bajado, por lo que no habíamos podido bañarnos en el lago, pero sí nos habíamos quedado en las rocas, jugando a las cartas mientras escuchábamos música—aunque Olivia se la había pasado estudiando y Quinn con los ojos cerrados tomando sol.

Al llegar a la casa de Heather y Liv, todo volvió a la normalidad. Olivia subió a darse una ducha y Quinn se lanzó al sofá a ver una de sus películas raras que solo a ella le gustaban. Desde la llegada de su madre, y suponía que más desde la partida de su amigo, estaba conociendo un lado de Quinn que había creído que nunca existiría—el triste.

Cualquier resentimiento, aunque pensarlo tardaría en dejar de doler, había desaparecido al ver que Quinn realmente sentía su disculpa, sin importar cómo esta había llegado. Suponía que esa era Quinn—estaba acostumbrada a cometer errores con las personas y, hasta hacía poco, nunca había tenido motivo para disculparse. Lo importante era que estaba aprendiendo.

Cuando mis galletas en forma de corazón terminaron de hornearse, las llevé a la sala de estar donde los demás estaban sentados alrededor de la mesa baja.

—¿Y Liv?

—La ducha ya frenó —me respondió Heather, sentada en el suelo—. Debe estar cambiándose.

Me senté en el amplio espacio entre Ivy y Heather. Quinn, sentada frente a mí  viendo la televisión a mis espaldas, me hizo una mueca de fastidio. Le lancé un beso, pero intenté agacharme para no taparle mucho la vista.

Matt fue a hacer cafés y, una vez que todos tuvimos nuestras bebidas—Ivy con un té, a pesar del calor, por no gustarle el café—, comenzamos a hablar sobre qué podíamos hacer antes de que Quinn se fuera en unos días. A la vez que se sentía como si tuviéramos un millón de opciones, no había nada lo suficientemente significativo para despedir a Quinn.

¿Cómo se suponía que haríamos eso? ¿Cómo iría al aeropuerto y la abrazaría por última vez en no sabía cuánto tiempo? Ella decía que claro que regresaría a visitar a Edvey, pero a mí solo me quedaban dos meses de vivir aquí. Parecía imposible encontrar una fecha y lugar en el que coincidir en el futuro.

Media hora después, cafés terminados, galletas enfriadas, y seguíamos sin decidirnos a dónde ir. Matt le había quitado el control remoto a Quinn para poner Cars, así que todos solo estábamos poniendo la mitad de la atención a la conversación, la otra mitad a la película.

—¿Y si vamos a la ciudad? —murmuró Matt ausentemente.

—¿Por qué la ciudad? —pregunté, sin apartar la vista de la carrera de la película. Estaba doblada incómodamente, al estar de espaldas a la televisión, pero me avergonzaba admitir que prefería un dolor de espalda momentáneo a perderla.

—No voy desde que me mudé aquí.

—¿Aquí dónde?

—A Edvey.

—¡¿Qué?! —exclamamos Quinn y yo a la vez. Continué—: ¿No has vivido siempre en Edvey?

—Ni siquiera cerca de aquí. —Matt se encogió de hombros.

Miré a Ivy.

—Nos mudamos cuando murió nuestro padre —agregó.

—Me estoy empezando a dar cuenta de que no sé nada sobre ustedes.

—No importa —dijo Matt—. Vayamos a la ciudad.

—Yo digo que sí —dijo Ivy con una sonrisa. Giré a ver a Heather con el ceño fruncido ante el resoplido que soltó—. Podemos ir a una disquería...

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora