OLIVIA:
Las fiestas nunca habían sido muy lindas en mi vida.
Como mi cumpleaños, servían de recordatorio de todo lo que no tenía.
Todos los años veía fotos u oía historias sobre cómo todos pasaban Navidad con sus familias numerosas, hasta la tía número diez llegando a sus casas para pasar la noche. Risas, música, vestirse como si fuera una fiesta—y lo era, en sus casos. En mi familia, en cambio, solo era cenar en silencio entre las mismas tres personas que éramos siempre—cuatro cuando había estado mi padre—, en pijama; esperar a que el reloj marcara las doce aunque no significara nada para nosotros, saludarnos, e irnos a dormir.
Lógicamente, cuando me desperté ese 24 de diciembre, no fue con espíritu navideño. Ni siquiera cuando bajé a unirme al mundo y me senté en el sofá entre Ivy y Heather; la primera con una sonrisa, la segunda luciendo como si estuviera oliendo mierda como era usual. Tampoco cuando Veronica nos dio un café helado a cada una. Mucho menos cuando pusieron una película navideña para ver, porque todas esas películas eran románticas y yo estaba en una huelga contra el amor. En especial con esa mierda de la magia de la Navidad y cómo todo podía arreglarse ese día. Cómo un ex podía regresar, o un muerto podía revivir, o una cosa así. Lo odiaba.
Toda esa mierda era un invento capitalista. No existía la magia de Navidad. No existía el amor renaciente por Navidad. No existía el amor.
Todos mis pensamientos desde que Quinn se había ido terminaban con esa misma oración. Por supuesto que no me dolía que se hubiera ido por eso, solo que resaltaba los hechos: no volvería a leer mensajes por accidente, ni tener la posibilidad de descubrir su nuevo número, ni de querer llamarlo. Mi última conexión con Noah estaba perdida.
Realmente, lo que necesitaba era ayuda psicológica. Una dosis más potente de las pastillas. O mejor que alguien me sacara de mi miseria y me matara; sentía que esa sería la única manera de olvidarlo.
—¿Podemos ver otra cosa? —mascullé, los ojos fijos en los hielitos del café.
—Eres el mismísimo Grinch —se quejó Heather, lo que era raro, porque a ella le importaba todavía menos esta mierda de la Navidad y la felicidad y yo qué sé.
Ahora que lo pensaba, estaba rara en general. ¿Qué estaba haciendo pasando tiempo con Ivy a solas, antes de que yo llegara?
Entrecerrando los ojos, giré la cabeza para ver a Heather, luego a Ivy, luego a Heather otra vez. Si había algo más fuerte que mi mal humor, era el chisme, así que no me pude contener de preguntar:
—¿Qué hacen juntas?
—¿Eh? No estamos juntas. No digas estupideces.
Parpadeé con fuerza.
—Heather, creo que estás viendo una película con ella. Por si no sabías.
Hubo una pausa, ninguna de las dos apartando la vista de la película en ningún momento, hasta que Heather dijo, su voz más calmada que antes:
—Quiero decir que yo solo estoy viendo una película en mi casa. Contigo. Y ella solo está ahí sentada sin permiso.
—No sabía que necesitaba permiso para sentarme —murmuró Ivy.
—Estás en mi casa. No te lastimaría aprender modales, empezar a hacer cosas después de pedir permiso y saber que la otra persona quiere que las hagas.
Crucé una pierna sobre la otra, reclinándome contra el respaldo del sofá. Si se iban a pelear con indirectas, mejor estar cómoda.
—Pero entonces la otra persona podría mentir y no darme permiso, aunque ambas sabríamos que las dos queríamos.
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Cenizas de Promesas (#1.5)
Teen FictionCOMPLETO. Libro narrado por todos los personajes de El Manuscrito luego del final.