Capítulo 53.

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HEATHER:

Estaba teniendo una competencia de miradas con el perro de Ivy.

Había entrado a mi habitación sin permiso, abriendo la puerta por su cuenta, y se había sentado en el suelo a un lado de mi cama, donde yo estaba acostada. Al echarlo inmediatamente, el perro solo había bufado y girado en su lugar hasta encontrar una posición cómoda. Me había sentado, indignada, y era así como llevábamos minutos en una batalla para ver quién cedía primero.

Era extraño tenerlo en mi casa, en especial considerando que ni Ivy ni Matt estaban cerca. Mi madre se había ofrecido a cuidarlo durante el viaje, del que habíamos llegado la noche anterior—tan cansados que ella les había dicho que pasaran a buscar al perro al día siguiente.

—¿Quieres jugar? —le pregunté al perro, molesta.

Frente a su nariz había apoyado su juguete de un pollo, cuya decapitación había sido producto de sus dientes, a juzgar por las marcas.

Señor no reaccionó. Su nombre era el colmo de lo ridículo de la situación.

—Apuesto a que Ivy te nombró pensando en mí —le comenté—. No me importa que parezcas tener muchos años. Ivy estaba viendo formas de ridiculizar a una chica en el futuro y se le ocurrió ponerle ese nombre ridículo al perro que abandonaría en su casa. Sí, abandonado —recalqué. Señor solo me miró a los ojos—. Mírate. Mendigando compañía de mi parte. ¿Ivy no te ha hablado sobre mí?

—Necesitas un pasatiempos —una voz me dio un sobresalto. Debí abandonar la batalla con Señor para alzar la vista, donde encontré a Olivia apoyada contra el umbral de mi puerta—. O extrañas tanto a Ivy que ya has caído en la demencia.

Me crucé de brazos.

—¿Qué quieres?

—Un lápiz —respondió, adentrándose en mi habitación sin permiso—. Y hojas. Y una calculadora.

—¿Siempre tienes que perder todo?

—Hola, Señor hermoso —hizo más aguda la voz al agacharse junto al perro y acariciarle la cabeza—. ¿Extrañas a Ivy y Matt?

Me lancé atrás en la cama, dejando que mi cabeza rebotara contra las almohadas. Debería haber apreciado la época de mi vida en que toda la población mundial me había odiado. Al menos entonces no tenía que lidiar con perros abriendo puertas y una hermanastra robándome útiles.

—¿Qué estabas haciendo, además de hablarle a Señor? —preguntó Olivia. Apreté la mandíbula al oír los cajones de mi escritorio abrir y cerrar.

—Pensaba.

—¿Eso solo?

—Cuando tienes la habilidad de pensar, llega a ser entretenido. No pretendo que lo entiendas.

—¿Y en qué piensas?

En que, ahora que el viaje había terminado, no tenía idea de cómo continuaría lo mío con Ivy. En que había notado cajas de mudanza en el corredor que llevaba al patio—no estaban a la vista ni eran muchas, pero ya había partes de esta casa empacadas. En que mi madre nos había dicho que, ahora que habíamos regresado, debíamos ayudar a Vicente a empacar todo lo demás ya que nos mudaríamos en una semana y un par de días. En que la ecografía para saber el sexo del bebé se hacía, según Internet, entre el cuarto y quinto mes de embarazo y ya había pasado un mes de eso, por lo que no quedaba tanto para el parto. Entre la mudanza y comenzar la universidad, no me daría cuenta del paso del tiempo y pronto me vería hundida en pañales y llantos.

Oficialmente estaba entrando en el período de mi vida más confuso e imposible de predecir.

—Tal vez sí necesite un pasatiempos —murmuré, alzándome en un codo para verla.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora