HEATHER:
Me encontraba comiendo una naranja con toda la calma y normalidad del mundo, en lo absoluto pensando en Ivy Talbi y orgasmos, cuando Matt entró a la cocina.
—¿Qué haces despierto tan temprano? —pregunté tras tragar.
Aunque era mediodía, apenas habíamos llegado alrededor de las siete de la mañana y este era Matt. Dita y yo éramos las únicas personas vivas en la casa.
Un bostezo fue la única respuesta que obtuve.
—¿Dónde hay naranjas? —preguntó, voz ronca.
Rodé los ojos.
—En el horno, Matt. ¿Dónde van a estar?
Fue con otro bostezo que caminó hasta la nevera y abrió la puerta de abajo, la del congelador. Mi naranja quedó a medio camino de mi boca mientras lo observaba, intentando descifrar qué mierda hacía.
—Matt —intenté no reír cuando pasaron segundos y seguía fijo en su lugar—. Matt, ¿estás buscando una naranja en el congelador?
Le tomó un rato reaccionar. Alzó la cabeza en cámara lenta y pestañeó—tan lento también que bien se acababa de echar una siesta.
—¿Eh?
—¿Por qué no vuelves a dormir?
—Me duele la cabeza. —Entrecerrando los ojos, dio unos pasos hasta la ventana abierta y la cerró de un golpe, además de correr la cortina. Hice una mueca al verme sumida en la casi oscuridad—. ¿Y tú qué haces ahí sola?
—Dita está en la terraza. —Yo también había estado allí, echada a la sombra, hasta que mis pensamientos se habían desviado a Ivy y me había parecido indecente seguir frente a Dita como si nada—. Las demás duermen.
—¿Quinn?
—No me interesa.
Matt se pasó una mano por el rostro, que tenía marcas de la almohada en una mejilla.
—No entiendo por qué no ha venido a dormir aquí. Podría haber compartido con Ivy.
Se me escapó una carcajada.
Sí, podía intentarlo, y despertar con su preciado cabello que cuidaba como si tuviera poderes mágicos cortado en mechones por toda la cama.
Matt apoyó la frente en la mesa y, tras unos segundos, comprendí que lo había perdido. Me recosté contra el respaldo de la silla, volviendo a disfrutar del silencio.
El cansancio, sumado al orgasmo en el que definitivamente no llevaba horas pensando, me habían noqueado con facilidad a pesar de todo lo que había estado sintiendo antes de dormir. Mis ojos se habían cerrado solos mientras esperaba a que Ivy regresara para preguntarle si estaba bien. Me aliviaba, honestamente. De tener energía, habría tenido tiempo de arrepentirme y sentir el asco que siempre, sin falta, llegaba después de tener sexo.
Con lo mucho que odiaba el absoluto disgusto que se apoderaba de mi cuerpo, uno creería que dejaría de tener sexo para ya no pasar por eso. Sin embargo, siempre había hecho lo contrario: mientras más lo sentía, con más desesperación buscaba una ocasión en que pudiera superarlo. Esta vez será distinto, me decía. Elegiría bien al chico, o cambiaría de posición, o dejaría que me besara, o lo tomaría con calma—pensaba que sentía asco por hacer algo mal y siempre buscaba enmendar mis errores.
Jamás los encontraba. Sin importar qué hiciera, con quién, cuándo—siempre me dejaba sintiéndome sucia. Podía imaginar que con Ivy sería todavía peor.
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Cenizas de Promesas (#1.5)
Teen FictionCOMPLETO. Libro narrado por todos los personajes de El Manuscrito luego del final.