HEATHER:
Lo único que podía sentir era arrepentimiento.
No estaba en mi pecho, ni en mi estómago, sino en un punto en el medio. Dolía tanto que me costaba respirar y cada voz o mínimo ruido me hacía sentir como si mi cabeza estuviera por estallar.
Quería retractar lo que le había dicho a Ivy.
No había reflexionado antes de hablar. Solo había estado pensando en que no quería que Ivy dejara de hablarme.
Al admitir todo en voz alta, aquello en mi interior había quedado desnudo, desprotegido. Era un virus y, al reconocerlo, solo había logrado que se esparciera con más rapidez.
Se estaba volviendo claro que era una parte de mí con la que no podía negociar. Eso era todo, esto era mi vida, esto era yo. Y, si no desaparecía, significaba que en algún momento tendría que enfrentarlo. En algún momento, todos en mi vida lo sabrían.
Olivia lo sabía. Una de las dos personas en el mundo que menos debía hacerlo, solo detrás de mi madre. Aquella con quien jamás debería haber hablado de esto.
Sin saber lo que sentía por ella, se había parado ahí a decirme que esto era algo que siempre había tenido en mí. Sabía eso—en parte. Lo había sentido de pequeña al ir a su casa a jugar con nuestras muñecas y hacerlas besarse entre sí, lo había sentido en las pijamadas cuando me tocaba dormir en el mismo colchón que ella, lo había sentido cuando habíamos crecido y pasado a dormir en colchones separados, cuando peleábamos para ver quién se quedaría con el mejor y acabábamos rodando por el lugar, piernas entrelazadas, pechos pegados.
Siempre lo había sentido. Ese era el problema.
Necesitaba salir y besar a un chico. Cualquier chico. Ni siquiera importaba cómo se veía a esta altura. Solo podía pensar en que allí afuera todavía estaba la manera de salir de esto. En el beso de un chico esperaba aquella Heather que siempre había estado conmigo. No aquella que escondía, sino la que me protegería de todo. La que reestablecería el orden de las cosas y me permitiría regresar a mi vida.
Si después de decirle a Ivy que solo la deseaba a ella, y que ella me dijera que no había sido solo un beso, me daba la vuelta y besaba al primer chico que cruzaba, sabía que eso sería el fin de todo. Sabía que le dolería. Que no me daría otra oportunidad.
Sonaba perfecto. ¿No era eso lo único que quería? ¿Herir a Ivy? Y en el proceso me recuperaría a mí misma.
No volveríamos a besarnos. No volveríamos a hablar. Todo volvería a como debía ser y, cuando volviera a casa y mi madre preguntara si había conocido a algún chico, le diría que sí. Se sentaría junto a mí, por una vez sin actuar como si fuera un estorbo, volviendo a ser más como la madre que solía tener por un rato. Amaba hablar sobre chicos.
Todo estaría bien. Todavía tendría cientos de problemas, pero este no sería uno. Respirar volvería a ser fácil, mis ojos ya no se llenarían de lágrimas sin previo aviso. Tal vez dolería un poco cuando pensara en Ivy, tal vez nunca volvería a sentir el deseo que sentía por ella, pero eso también estaba bien.
No necesitaba deseo. Solo necesitaba ser Heather Collins.
Como en un sueño, o una pesadilla, puesto que no me pude mover, vi a Ivy entrar a la habitación y sentarse junto a mí en la cama, mientras que yo estaba acostada.
—Aquí estás —dijo, sonando preocupada—. ¿Estás bien?
Me tomó un momento abrir la boca.
—Me duele el estómago. —No era mentira.
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Cenizas de Promesas (#1.5)
Teen FictionCOMPLETO. Libro narrado por todos los personajes de El Manuscrito luego del final.