OLIVIA:
Escribí.
No lo hice para escapar, a pesar de sí aislarme del resto. Esta vez, no escribí ficción, sino cartas.
Mi psicóloga me lo había recomendado, de hecho. Hablaba con ella sobre la mayoría de las cosas, pero había otras que no podía poner en palabras sin que los sollozos me desgarraran la garganta hasta hacer de mí un nudo mal hecho. Hasta que no podía respirar, ver, ni terminar de modular. Había cosas que todavía no estaba lista para mencionar en terapia.
Había dicho que un diario me podría ayudar; decidí seguir su consejo, aunque fuera en otro formato.
Tuve mi primer examen de la escuela. Luego de rendir, había tenido que esperar unas tres horas hasta que me habían dado la nota—había aprobado. Una de cinco menos.
No había sentido nada. Ni alivio, ni felicidad. Ni tristeza por estar sola en la escuela, los pasillos desolados a excepción de los alumnos en la misma situación que yo. ¿Qué importaba, en el gran esquema de mi vida, haber aprobado Química? Sonaba tan tonto.
Mi mente estaba en otras cosas. Por desgracia—y predeciblemente—, mi técnica de no pensar en nada real no había dado frutos. Había acabado tropezando con las mismas piedras de siempre.
Tal vez por el calor, tal vez porque hacía un día que no comía, me había bajado la presión en la escuela. Tal vez porque esas eran las reglas, tal vez porque ella no quería, mientras esperaba la nota me había llegado un mensaje de mi abuela diciendo que no vería a mi madre por las fiestas.
Me quedaba toda la semana de exámenes, con el último siendo el veintitrés, pero ese día me dejé regresar a casa y no estudiar.
Mi intención desde salir de la escuela había sido llegar y escribir. Sin embargo, al sentarme en mi cama con mi cuaderno en mano, el cansancio no tardó en tirar de mis músculos. Mis párpados se cerraban solos; debía haber dormido dos horas.
No quería, pero releí lo que ya estaba. Quizás así me reconocería a mí misma, porque sentía que ya no sabía quién era. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que algo había sido bueno, y tanto tiempo que llevaba reprimiendo lo malo, que no sabía en qué me había convertido.
Mamá,
Estoy cansada.
El peso del mundo no está balanceándose sobre mis hombros y encorvándome, como suele decir Dita que siento. Ese punto lo pasé hace mucho tiempo.
El mundo ya me ha vencido y su peso ha colisionado conmigo. No está sobre mis hombros, sino sobre todo mi cuerpo, encerrándome contra la tierra y no dejándome escapar. Atorados mi cuerpo estrellado y el peso causante nos encontramos, en el punto más bajo posible, donde siempre quedará mi huella.
Mis rodillas cedieron, mis brazos bajaron, mi cabeza quedó bajo tierra. Mi espalda destruida por el mundo cayendo sobre ella y las astillas de este atravesando mi corazón.
Pero, por algún motivo, sigo aquí. Sigo viva, debajo de todo eso.
Desearía no estarlo. Desearía haber perdido del todo.
Llega un punto en que perder ya no parece la peor opción. A veces, resulta más terminante seguir viviendo a pesar de todo, que encontrar un descanso eterno.
Escribo esto para ti porque, aunque nunca lo leerás, sé que serías la única en comprenderme.
Comprenderías que no quiero levantarme, no quiero quitarme el peso de encima, no quiero mejorar, no quiero intentar volver. No quiero. No quiero nada.
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Cenizas de Promesas (#1.5)
Teen FictionCOMPLETO. Libro narrado por todos los personajes de El Manuscrito luego del final.