QUINN:
No estaba acostumbrada a llegar a casa y que mi madre llamara mi nombre.
No creía que hubiera ocurrido en algún momento de mi vida, ni siquiera cuando todavía vivía con ella. Mi madre no era una persona que estuviera en casa, nunca. Siempre había lugares más importantes que requerían su presencia.
Cuando llegué a casa ese día y sí oí su voz, frené en mis pasos.
—¿Quinn? —No sabía desde dónde hablaba—. ¿Puedes venir un segundo?
Inspiré hondo. Al principio, había sido difícil no vivir con mis padres. Ahora, era consciente del privilegio que suponía. Para lo único que existían—o mi madre; mi padre ni eso—, era para molestar.
—¿Dónde estás? —pregunté, alzando la voz.
—Cocina.
Colgué las llaves en la puerta de entrada y fui hacia la cocina, intentando prepararme mentalmente para la estupidez que me fuera a decir. La encontré sentada en una de las banquetas, una taza y un plato de frutas frente a ella en la isla. Su cabello teñido de un rubio platinado—sabía por las entrevistas que veía que el cambio había ocurrido en octubre, por lo que lo atribuía al divorcio—estaba atado en un fuerte moño a lo alto de su cabeza, dando la impresión de que tiraba tanto de su cráneo que debía tener una migraña.
—Pensé que regresabas ayer —dijo, antes de tomar un sorbo de su taza.
Me senté frente a ella, dejando mi mochila sobre la banqueta a mi lado.
—Me quedé en la casa de Olivia. —Una mentira fácil de comprobar, pero sabía que ella no perdería tiempo en hacerlo.
—¿Olivia?
—¿Stacey?
Ladeó la cabeza, entrecerrando los ojos. No tenía la menor idea de quién era Olivia, me daba cuenta, pero le daría un medio punto por fingir intentar recordarla.
—¿Ya has hecho las maletas? —Con otro sorbo, hizo a un lado el tema.
—Solo me queda guardar la ropa que he estado usando estos días.
Caímos en silencio.
No le importaba. No sabía por qué me seguía sorprendiendo, si esto era lo máximo que habíamos hablado desde su llegada a la casa un mes atrás. Ni siquiera cuando había aparecido mi padre—y realmente no había sido nada más que una aparición—, gritando cosas que yo había intentado ahogar con el ruido de una película, habíamos hablado luego. Todavía no sabía para qué había ido, aunque sí sabía que no había sido para verme, como había proclamado en un principio. Nunca había subido las escaleras a mi habitación.
Me froté la sien disimuladamente. Por esto intentaba no estar en casa si mi madre también estaba allí. Los pensamientos malos eran instantáneos, drenadores de energía.
—¿Y el otro chico? —preguntó al cabo de un rato, tomando una fresa del plato.
—¿Matt? —Por su expresión, me di cuenta de que nunca había oído ese nombre—. ¿Noah?
¿No recordaba el nombre de quien había estado viviendo con nosotras el último mes?
—Ese mismo. ¿Ha llegado bien a Italia?
Hacía días y días.
—Sí —dije con un poco de brusquedad, mientras me ponía en pie—. Iré a acomodar el resto de mis cosas.
Me colgué la mochila al hombro y casi llegué al umbral cuando mi madre preguntó:
—¿Estás segura de que quieres hacer esto?
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Cenizas de Promesas (#1.5)
Teen FictionCOMPLETO. Libro narrado por todos los personajes de El Manuscrito luego del final.