Capítulo 61.

1.1K 203 543
                                    

IVY:

No me preocupé por lo que fuera a lo que Heather se había referido con "hacer que fuera suficiente."

No tenía manera de hacer algo viviendo a horas de distancia y, para cuando me mudara a la ciudad, ya habría pasado el tiempo suficiente para que se olvidara de mí.

Empecé mi proceso de desintoxicación de Heather Collins. Para ello, me concentré en la mudanza, aunque tampoco me entusiasmaba. Mi madre ya había viajado dos veces a la ciudad para ver departamentos y ninguno le había convencido, por lo que seguíamos en la búsqueda. Esperaba que no fuera fructífera para así no tener otra opción que quedarnos en Edvey.

Mi madre consiguió cajas para la mudanza y repartió unas cuantas para cada uno. Comencé guardando mis libros, partiendo de los más antiguos. Aunque, al bajar todos de sus estantes y sentarme en el suelo entre pilas y pilas, incapaz de salir de mi rincón hasta guardar algunos, ya estaba cansada y solo quería volver a la cama. Para motivarme, puse música a todo volumen en mi celular, aprovechando que mi madre había salido a hacer mandados por lo que no podía retarme.

Era terapéutico gritar las canciones mientras ordenaba. Excepto por cuando se puso Dreams y debí saltearla al sentir náuseas. Otro motivo para nunca perdonar a Heather: me había arruinado una canción de mi banda favorita. Por suerte, había muchísimas canciones de ellos que, aunque las relacionara con Heather, podía gritar con sentimiento.

Estaba en el medio de mi recital, habiendo dejado de ordenar para cantarle al cepillo que sujetaba como un micrófono, cuando mi puerta se abrió. Me callé abruptamente, avergonzada cuando Matt alzó una ceja.

—Tienes visita —dijo.

Me estiré a tomar mi celular de la cama como podía entre las pilas de libros, hasta lograr pausar la música.

—Qué raro. No hablamos de vernos con las chicas.

Matt se rascó la cabeza, haciendo una mueca.

—Es alguien más.

Pensé en la tía, pero no tenía sentido. Más allá de un "sé fuerte" cuando se había desatado la noticia de la mudanza—como si me dirigiera a mi muerte, lo que me tranquilizaba mucho—, no hablábamos.

—Si quieres que pare de cantar, solo tienes que decir eso.

Sin embargo, presa de la curiosidad, me trepé a mi cama para bajar del otro lado. Pasé junto a Matt hacia la puerta de entrada, donde se me unió Señor. Mi último pensamiento antes de abrir la puerta fue que tal vez mi madre había enviado una monja.

Fue algo tan peor que me llevé una mano al corazón.

—¿Qué haces aquí?

Heather se sacó los lentes de sol, una sonrisa en sus labios rojos.

—Hola.

—No, nada de hola. ¿Qué haces aquí? —Metí la cabeza dentro y grité—: ¡Matt!

—¡No me pienso meter entre ustedes otra vez! —gritó de regreso desde algún lugar del corredor—. ¡Arreglen las cosas! ¡O no! ¡Lo que quieras!

Bajé la vista a Señor, quien me miró como si me compadeciera. Aburrido de que no abriera la puerta lo suficiente para que saliera, dio media vuelta y se fue.

—Estaba por alrededor —la muy idiota de Heather habló con toda la normalidad del mundo—. Pensé en pasar por aquí.

—Vives a como tres horas de aquí.

—Eso está alrededor.

—¿Qué quieres?

Un poco de nerviosismo se hizo paso a través de su fachada. Acomodó sin necesidad uno de los tirantes de su camiseta.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora