AFRODITA:
Mientras todos decidían qué hacer esta noche, me escapé a la terraza.
Me senté de piernas cruzadas en una tumbona a medio recostar, de cara a la playa, aunque con la oscuridad no se llegaba a distinguir. El plan era salir dentro de poco, a una discoteca ya que hacía varias noches que no lo hacíamos, por lo que quería aprovechar el tiempo que tenía para estar sola.
No tenía el corazón para decirle a alguien que no quería salir, así como no lo había tenido a la hora de rechazar la invitación al viaje.
Por un lado, claro que quería estar con mis amigos, en especial con la fecha de expiración que colgaba sobre nuestras cabezas. Era el mismo lado que quería ser feliz, intentar sanar. Por otro lado, lo que menos me ayudaba era tener que estar con gente cada segundo del día, sin privacidad incluso a la hora de dormir.
Cada día, me decía que debía disfrutarlo o me arrepentiría más tarde. El problema era que no estaba segura de cuándo llegaría ese "más tarde"—¿más tarde, cuando me sintiera mejor y estar con gente no me dejara exhausta? ¿Más tarde, cuando estuviera completamente sola en España y me diera cuenta de que había peores cosas que mi batería social acabándose?
¿Más tarde, cuando Olivia se enterara de que su hermano había muerto por mi culpa y la perdiera?
No podía ni mirarla a los ojos algunos días. Desde la muerte de Hunter, fingía estar bien en parte porque era el hermano de Olivia y, en mi mente, ella era la única que tenía el derecho a estar mal. Ahora eso se había sumado a la vergüenza y el temor de que supiera por qué Hunter había estado conduciendo en esa carretera a esa hora. Y, si fuera a enterarse de que yo había sabido, incluso antes de obtener la llamada con la noticia, y no había hecho nada al respecto—de que lo podría haber salvado, cada minuto marcando una diferencia—, no podía imaginar qué haría.
Llevaba tanto tiempo tratándola horrible, sin excusa. Todo el año anterior ocultándole mi mudanza, para soltárselo a los días de la muerte de su hermano. Y luego había tenido el descaro de enfadarme con ella por enfadarse conmigo—incluso había acabado siendo la única en ofrecer una disculpa real.
No la merecía, y aun así no podía dejarla.
De perder a Olivia, sería lo mismo que perderme por completo.
Así que ponía tanto espacio entre nosotras como podía, a la vez que estaba allí para ella cuando me necesitaba.
Recosté la cabeza en la tumbona, llevando la vista al cielo. Estaba lleno de estrellas. Amaba como se veían desde aquí, con más claridad y facilidad que en Edvey. Siempre había encontrado pacífico, calmante, sentarme a ver el cielo de noche; incluso me inspiraba a pintarlo. Ya no era el caso.
Ahora, por más que mis manos picaran por pintar la escena que fuera, había algo que me lo impedía. Al usar el arte como una forma de escape, cada vez que tomaba un lápiz o un pincel desde noviembre, algo en mí se cerraba. Si había tenido una idea de qué hacer, esta se esfumaba una vez que me encontraba con una hoja en blanco. Como si el saber que, de empezar a dibujar mi mente se despejaría, hiciera que esta cerrara una puerta y no me dejara escapar.
Intentaba con otras cosas. Durante el último mes de clases, había sido preocuparme por el estudio. Desde las vacaciones, cualquier manualidad y talento inservible que pudiera encontrar—macetas, velas, jabones y, mi más reciente y la única que podría llegar a convertirse en algo si lograba dominarla, tejer.
Esas estupideces eran las que me estaban manteniendo cuerda, evitando que me obsesionara con la muerte de Hunter. Pero no me hacían la Dita de siempre, sin importar cuánto intentara. No me hacían feliz, ni espontánea, ni nada menos que la bola de nerviosismo y preocupación extrema en la que me había convertido desde perder a Hunter. No me hacían divertida ni tolerable, y podía sentir al resto empezar a cansarse de mí actuando como si fuera la madre de todos, siendo todo lo que no se quería en el último verano antes de la vida adulta.
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Cenizas de Promesas (#1.5)
Teen FictionCOMPLETO. Libro narrado por todos los personajes de El Manuscrito luego del final.