Capítulo 24.

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AFRODITA:

Le temía a la muerte.

Era un miedo común y racional, y en mí latía con ferocidad. Pasaba más tiempo del día pensando en la muerte que viviendo, incluso antes de Hunter.

Estaba tan consciente de ella que a veces sentía que yo era quien tenía el poder en este mundo. Años atrás, le había preguntado a mi abuela si le temía a la muerte. Era la única persona que conocía que había perdido a su madre, y en mis temores el que más se repetía era perder a la mía—a veces, antes de dormir, imaginaba cómo sería, cuándo, cuál sería mi reacción, qué me diría el resto. No importaba que mi madre estuviera tan sana como una persona podía estar y no tuviera motivo para morir.

Mi abuela me había dicho que no tenía miedo. Decía que ella sabría cuándo vendría, tanto para alguien que amaba como para ella misma, y que tendría tiempo para hacer las paces con ello. Le había preguntado cómo era posible que lo supiera, que yo también quería eso, y me había dicho que me enteraría a su debido tiempo. Cuando fuera su hora, me había prometido, me visitaría en sueños una vez más.

Su intención había sido tranquilizarme, al también haberle dicho que me aterrorizaba tener un último momento con alguien sin saber que lo sería. Desde entonces, cada vez que soñaba con ella o alguien más, despertaba temiendo que ese fuera el mensaje del universo—cuando saliera de la cama, encontraría que esa persona estaba muerta.

Un día me había dado cuenta de que tenía poder sobre mis sueños. Empecé a hacer tratos con el universo. Si mi abuela me estaba enviando un último momento, al despertar podía simplemente actuar como si no supiera de qué se trataba, por lo que el universo no se daría cuenta de que ya me había despedido de ella. Si no me había despedido de ella, me otorgaría otro momento para hacerlo—entonces, no se la llevaría.

El universo me hacía saber lo que podía suceder, pero mientras que yo no hiciera nada al respecto, no se haría real.

Si Ma había salido a hacer las compras y se estaba tardando demasiado en regresar, no le enviaba mensaje para saber si estaba bien. De hacerlo, el accidente automovilístico que me había imaginado se convertiría en la realidad. En cambio, si actuaba como si no supiera lo que había ocurrido, el universo de alguna manera lo desharía y Ma no tardaría en llegar. Si soñaba con mi abuela, ni siquiera le preguntaba a Ma si había hablado con ella recientemente; esperaba a verla, a pesar de la ansiedad comiéndome viva.

La noche que Hunter había estado regresando a la ciudad, había sido por mí. Le había dicho que lo extrañaba, a lo que él había respondido con un simple "espérame". Apenas habíamos vuelto a intentar con lo nuestro, entrando en la etapa de no poder pasar mucho tiempo separados.

Tomaba cuarenta minutos ir de la ciudad a Edvey si no había tránsito. Cuarenta minutos y Hunter no había llegado. Una hora, había imaginado que había tránsito, aunque fuera tarde en la noche y no hubiera motivo alguno para que mucha gente viajara a Edvey. Una hora y media, tal vez se había retrasado haciendo lo que fuera que había estado haciendo. Dos horas, me había acostado en mi cama con las luces apagadas y me había distraído con mi celular. Dos horas y media, ya no había podido distraerme, solo sentir mi respiración. Tres horas, podría haber vomitado del miedo.

Entonces, mi celular había vibrado con una llamada. Hunter.

Mi alma había regresado al cuerpo. Podría haber llorado de alivio.

Todo había estado en mi cabeza como siempre. Nunca aprendía.

Pero no era Hunter, sino un policía con su celular, llamando al nombre más reciente en la pantalla.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora