Capítulo 65.

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IVY:

Había algo que necesitaba hacer si quería salvarme, y tenía que hacerlo ya.

El reloj estaba corriendo. Oía la música proveniente de la sala de estar, una canción elegida por mi tía. Llevaba seguridad a donde fuera, incluso mi casa, con su tono de voz que me permitía oírla desde mi habitación, calmándome al saber que no estaban hablando de mí.

Pronto lo harían.

Tragué saliva con dificultad, mi garganta cerrándose con el impulso de llorar, y me miré al espejo. Le había limpiado las pegatinas de notas musicales, dado que se quedaría en la casa. Ya no había absolutamente nada mío en mi habitación excepto por la ropa del día a día—y un vestido algo elegante que había apartado a propósito.

Me pasé las manos por la falda del uniforme. No solo era horrible, de la tonalidad de gris más aburrida posible, sino que también me quedaba chica. No lo suficiente que no podía ponérmela, sí para hacerlo incómodo. Había tenido que saltar para que pasara por mi cadera y terminaba arriba de las pantorrillas—contrario al reglamento de mi nueva escuela. Peor aun, se pegaba a mí de una manera que remarcaba demasiado mi panza. Mientras más intentaba succionarla adentro, más mi respiración se aceleraba con la desesperación de no lograr que desapareciera.

Estaba por sentarme en el suelo y rendirme, llorar hasta que tuviera que enfrentarme a esto otra vez, cuando la puerta se abrió.

—¿Por qué tardas tanto? —preguntó mi madre con irritación. Giré hacia ella contra mi voluntad, cruzando los brazos a la altura de mi vientre para evitar que lo viera—. ¿Qué le has hecho? No puede ser tan corta.

—Es el talle.

—Debería quedarte bien. Déjame ver.

Alcé las manos por inercia cuando se acercó a mí, buscando espacio, lo que dejó mi vientre a la vista. Mi madre llevó las manos directamente al borde de la falda en mi cintura.

—¿Qué haces? —solté, intentando retroceder—. No me toques.

—No seas ridícula —masculló. Me sujetó en mi lugar por la tela.

Empezó a intentar bajar la falda, cosa que no lograría. Mis caderas eran anchas para el talle que me había comprado. Forcejeó entre quejidos y, al ver que la tela no se movía un centímetro, presionó los nudillos contra mi abdomen, intentando crear espacio entre mi cuerpo y la falda a pura fuerza.

Como si pudiera hacer desaparecer parte de mí solo con empujar.

—¡Duele! —chillé.

—Quédate quieta.

—Suéltame —pedí, intentando zafarme—. No va a hacerse más larga. Hay que cambiar el talle.

—¿Qué está pasando aquí? —oí a mi tía preguntar. Alcé la cabeza con desesperación, lista para rogarle que apartara a mi madre de mí.

No recordaba la última vez que me había tocado, a excepción de los segundos en que tiraba de mis mangas al verlas subidas. Su cercanía me generaba náuseas, y su tacto era demasiado rudo para respirar a través de ello.

—A ver, colabora un poco aquí —dijo mi madre entre quejidos por el esfuerzo—. Mete el estómago para dentro para que pueda bajar esto. Dios santo, debería darte vergüenza.

Mi tía, viendo desde la puerta, entró rápidamente.

—¿De qué hablas? —preguntó con horror—. No la trates así. Ivy, ¿cuál es el problema?

—Dile que deje de tocarme —pedí, mi garganta cerrándose.

Me sentía mal desde el momento en que la falda no había pasado por mi cadera con facilidad. Con cada segundo que me observaba al espejo, la incomodidad aumentaba hasta que quería arrancarme la falda, echarme a la cama y no salir por el resto del día—energía totalmente drenada. Que mi madre me sacudiera y presionara como si fuera un maniquí sin vida para sus diseños estaba cerrando las paredes sobre mi cabeza. Quería gritar, arrancarme la piel o lanzar a mi madre a la otra punta de la habitación.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora