Capítulo 63.

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HEATHER:

La prohibición de mi madre de conducir sola a Edvey se levantó para la fiesta de Dita, y pensaba aprovecharlo. No me iría de aquí sin Ivy.

Me había mentido. No me había dicho más que cinco palabras en toda la fiesta, y dos habían sido "eres rara", lo que todavía no sabía a qué había venido. Solo había estado parada detrás de ella mirándola mientras hablaba con todo el mundo, se emborrachaba y se tropezaba con la nada misma.

Seguía ignorándome ahora, sentada frente a mí en la isla de la cocina de Quinn. La fiesta había terminado hacia las seis de la mañana y solo nosotros cinco nos habíamos quedado a dormir para ordenar todo después. Ivy era ajena a cómo la miraba con fijeza, concentrada en los videos que veía en su celular, mientras con la otra mano comía sus cereales con leche. Moví mi vaso de jugo de naranja de un lado a otro con cuidado, pensando en cómo presentar mi plan. Que no era mucho un plan, sino tan solo una idea. Una esperanza.

—Tengo una propuesta que hacer —comencé—. Dirás que no.

—Entonces no la hagas —respondió, sin alzar la vista.

—Hay un recital esta noche. En la ciudad. Tengo dos entradas, pero no tengo con quién ir.

—¿Entonces para qué tienes dos entradas?

—Me las regaló mi madre, que se las regaló un compañero del trabajo.

—Ve con ella.

Alcé las cejas. Ella deslizó el dedo por su celular para ver otro video, sin prestarme mucha atención. Al menos bajó el volumen, lo que me dio esperanza.

—Pagaré por todo. Comida, bebida... —Me contuve de hacer una mueca. No lo estaba vendiendo muy bien—. Es un recital. No puedes negarte a un recital. No sé quién toca, pero a mi madre no le gusta, así que debe ser bueno.

—Primero, pasar tiempo contigo no es divertido. Segundo, ¿cómo regresaría aquí?

No pude contener la mueca esta vez.

—Es por la noche. Tendrías que quedarte a dormir en mi casa.

Me miró por primera vez. Entendía cómo sonaba—muy tentador para mí, una pesadilla para ella. No había un solo motivo para aceptar.

—¿Lo dices en serio? —preguntó con irritación—. No. No, ni de broma. No. No voy a dormir en tu casa, ¿estás loca? Suponiendo que te soporto por tanto tiempo, tu madre no quiere verme ni de lejos. ¿Y cómo volvería al otro día? ¿No se supone que dejarás de viajar tan seguido aquí?

—Sí, pero no importa. Es más fácil pedir perdón antes que pedir permiso. —Ivy rio por lo bajo—. ¿A qué viene eso?

Le tomó un par de carcajadas más responder:

—No te es fácil pedir perdón.

—Claro que sí. Ya te lo he pedido, por ejemplo.

—De una manera de mierda.

—¿Preferirías que me ponga de rodillas?

—¡Antes de que respondas eso! —el grito de Dita nos sobresaltó a ambas—. ¡Desde aquí podemos escuchar todo!

—Ya te he dicho lo que prefiero —replicó Ivy, alzando la voz todavía más—. Y es que me dejes en paz. Para siempre. Adiós.

Dita y Olivia abuchearon desde donde fuera que estaban.

No sabía si reír, aprovechar que estuvieran de mi lado, o decirles que dejaran de tratarnos como los personajes de su novela semanal.

—Ven al recital —regresé a lo importante.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora