Capítulo 4.

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AFRODITA:

Le regalé una planta a Olivia.

Cuando entré a su habitación y logré despertarla, lo primero que hizo al abrir la bolsa de plástico con la planta fue arrugar la nariz.

—¿Para mí? —preguntó en voz baja. Porque todo lo hacía en voz, o energía, baja.

—Para ti.

—Sabes que no me gustan las plantas.

—Sí te gustan; lo que no te gusta es cuidarlas.

—Es lo mismo.

—No. Ahora aprenderás a cuidar de una. —Agité la bolsa, que todavía no agarraba del todo—. Y te gustarán al cien por ciento. Y serás más feliz.

—No.

—¡Pero las plantas pueden hacer feliz a cualquiera! —protesté.

Se recostó contra las almohadas, sus labios en un casi mohín.

—No quiero cuidar de una planta.

Últimamente, Olivia apenas podía cuidar de sí misma. Cuando había intentado llevarla al parque para que caminara y tomara aire, se había negado rotundamente a ir allí, sin siquiera darme una explicación. Aunque al menos sí me había dejado llevarla al patio de su casa.

Claro, solo había pasado una semana desde la graduación, pero ni un solo segundo de su vida debía ser desperdiciado en un idiota, estúpido, imbécil, miserable de mierda.

Me senté al lado de Olivia, dejando la bolsa con cuidado sobre mi regazo. Cada vez que veía a Olivia, veía el momento exacto en que me había dado cuenta de que algo había salido mal con la conversación que Noah le había pedido.

Cuando no había aparecido en la casa de Quinn, a pesar de saber del plan de prepararnos allí para la fiesta, una parte de mí había sabido al instante qué había sucedido, pero otra había querido creer que no. No tenía sentido que Noah dejara a Olivia, si era muy obvio que el muy inútil, inservible, pedazo de basura, la amaba.

Luego Quinn había confesado. Y había corrido a la casa de Olivia.

La había encontrado en el baño.

La había sostenido mientras lloraba desconsoladamente, tan fuera de sí que ni siquiera me había preguntado cómo lo sabía, ni siquiera había intentado contenerse por su vergüenza de siempre a la hora de mostrar lo que sentía.

Se sentía como si esa escena, Olivia pasando por algo horrible, se repitiera cada dos semanas. No hacía tiempo a sanar por algo que ya se le agregaba algo más de lo que recuperarse.

Había muchos momentos difíciles en la vida, y uno de los mayores era el haber tenido que sentir a Olivia temblar contra mí, hasta que su llanto se había tornado silencioso pero no por eso menor, hasta que había parecido que no quedaría nada de ella. 

Yo no era una persona que, al enfadarme, se pusiera violenta. En realidad me ponía a llorar de frustración y luego acababa pidiendo perdón yo, tuviera la culpa o no. Sin embargo, en ese momento, lo único que había querido hacer era cazar a Noah Tanner fuera del escondite en el que se debía haber metido y cortarle múltiples partes del cuerpo. La más pequeña primero. Y no hablaba de ningún meñique.

En cambio, solo me había quedado con Olivia toda la noche, la fiesta de graduación, Noah Tanner, Quinn y el resto del mundo a la mierda.

Ahora, viendo a Olivia encorvada en la cama de la que no salía, temerosa de incluso aceptar una planta inocente, recordé que todavía no era demasiado tarde para cumplir con la desmembración a aquel imbécil. Le había preguntado a Quinn y me había dicho que el vuelo de ese inútil sería al día siguiente.

Cenizas de Promesas (#1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora