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En la biblioteca había todo tipo de información. No solo recetas de pociones o historias de duendes guerreros, sino largos documentos sobre linajes de pureza de sangre. Los Sagrados 28, quienes poco a poco caían en la desaparición. Black, Malfoy, y extrañamente Prince. El apellido de su abuela era de sangre pura, pero al casarse con un muggle ella ya no podía pertenecer a tal Estatus.
La teoría más acertada acerca de su progenitora era clara: una bruja de la edad de su padre fallecida en la guerra, probablemente del bando de la Orden del Fénix. Ravenclaw, amante de las criaturas mágicas (¿tal vez magizoologa?), y con alguna mancha grave en su expediente. Traidora, infiel, o algo similar. Algo que podría causar el voto de silencio de Severus Snape.
- Prince.
- ¡Por el fantasma de Morgana, Weasley! - chilló bajito, no esperando una aparición repentina tras ella en su silencio de concentración en la biblioteca. Ya que nunca nadie se acercaba a ella, no estaba nunca con sus sentidos desenfocados de su tarea-. ¿Qué quieres?
-Pasaba por aquí - se encogió de hombros, tomando asiento a su lado con confianza. Entrecerró los ojos, y finalmente le distinguió como Fred. Las diferencias eran sutiles pero obvias-. ¿Por qué investigas las familias sagradas? ¿Había deberes?
- No es de tu incumbencia, Weasley - le arrebató el libro que había cogido para hojear-. Si no necesitas nada respecto a pociones o hechizos, largo de aquí.
- ¿Te han dicho alguna vez que te pareces a Snape? - la azabache rodó los ojos-. Eres una mini murciélago de las mazmorras. ¡Hasta usas palabras que no entiendo! ¿Quién dice con quince años "por el fantasma de Morgana"?
- ¿Sabes a qué me recuerdas tú? - musitó-. A una urraca. Ruidosa y molesta urraca. Odio las urracas.
- Urraca...- quedó pensativo, aunque con una pequeña sonrisa en sus labios-. ¿Son esos pajaritos negros? ¿Cómo era su sonido...? - sonrió ampliamente-. ¡Ya me acuerdo!
Tras eso, aclaró su garganta y comenzó a hacer el ruido más molesto, alto e irritante que había escuchado en su vida. Imitaba a la perfección al molesto pájaro que siempre se posaba en la ventana de su habitación, algo que se sumó a su frustración y que acabó con ella dándole un golpe con el primer libro que alcanzó en la cabeza para que guardara silencio. Los pocos alumnos cercanos les miraban como si fueran una extraña atracción de circo. Madame Pince se asomó ante el escándalo, sin poder creerse que la educada hija del jefe de Slytherin estuviera armando tal griterío.
- Tú, maldito pajarraco - el gemelo aguantaba la risa, disfrutando de ver el rostro de la Slytherin teñirse de un suave rojo-. ¿No tienes nada mejor qué hacer?
- En absoluto, Prince - se apoyó en la mesa, absorto en su expresión molesta escalando segundo por segundo a una furiosa-. Nada mejor que pasar el tiempo con mi querida compañera.