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La prohibición de Umbridge acerca de clubs no registrados despertó cierta desconfianza en Eden. Era claro que la mujer se había enterado de su reunión y haría lo imposible por evitar más en adelante. No había sido un soplo interno, por lo que se trataba de algún otro espía externo.
Sin embargo, nadie estaba dispuesto a abandonar el grupo. A excepción tal vez de Marieta Edgecombe o Zacharias Smith. Los gemelos se habían emocionado aún más al respecto, problamando ser todos unos fugitivos de la autoridad de la arpía rosa. Azriel simplemente preguntó si se aceptaban niños de primero, y logró incluir a sus dos hermanos menores.
— Es una gran idea — Eden giró entre sus dedos el galeón mágico. Hermione se ilusionó cuando recibió tal halago de la Premio Anual, y por poco chilla de emoción cuando sonrió en su dirección—. Brillante. Dame ocho galeones más, se los daré a mis amigos y los Burke.
—¡C-Claro! — había hecho de sobra para todos y algunos más por si había gente como Neville capaz de perderlos—. ¿No estás preocupada por si Umbridge te atrapa? Eres Premio Anual, y tu padre jefe de casa.
Eden negó con tranquilidad.
— Tengo un plan para salvarnos en caso de que nos atrape infraganti — aseguró. Hermione la admiraba profundamente—. Lo imprescindible es encontrar un lugar de reunión seguro, lo demás estará en mi mano.
— ¡Confiamos en ti! — aseguró la menor—. Aún no encontramos ningún sitio bueno, pero os avisaremos a todos por el galeón.
— Perfecto — asintió—. Nos vemos.
Volvió a su tarea correspondiente, paseándose por los estantes de la biblioteca en busca de más libros para su ensayo de Herbología. Encontrarla era sencillo: biblioteca, sala de Slytherin o en uno de los pasillos con Fred. Otras veces, estaba en el aula abandonada del último piso creando más productos para Sortilegios Weasley. En menor frecuencia, en el despacho de su padre quejándose de sus clases de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Los gemelos estaban castigados con McGonagall por algo que no quisieron admitir estar haciendo (Eden lo descubriría de igual modo), así que cuando terminó de estudiar fue a su escondite a seguir preparando bombones de la risa, surtidos saltaclases y cualquier cosa de la que dispusiera los materiales.
— ¡Mi preciosa Eddie! — cantó Fred. Se sobresaltó cuando abrió la puerta de golpe, haciendo estallar en risas a George—. ¿Sabías que hay exactamente treinta grietas en el techo del despacho de McGonagall? Las he contado todas.
— ¿Eso es lo que has estado haciendo durante la hora de castigo?— guardó en la última casa un puñado de caramelos.
— Claro que no — se sentó a su lado—. También he pensado en ti.
— Se le caía la baba — afirmó George, ayudándola a colocar las cajas que venderían en secreto por Hogwarts.
— ¿Pensar en tus errores y recapacitar acerca del motivo de tu castigo no ha estado también en tu mente? — sugirió.
