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Si había algo que había aprendido con los años, era a enfrentar los problemas de frente. Si rompía algo, no lo escondía. Si se equivocaba, se disculpaba. Si había prometido asistir a la prueba de las orejas de Sortilegios Weasley, iría aún después de la discusión con Fred y George (esencialmente Fred).
Según su padre, mantener la frente en alto aún cuando todos te juzgan era el mayor arma de todas. Él no bajaba la cabeza aún cuando era duramente criticado, no bajó la cabeza cuando la guerra acabó y todos le señalaron y ella no bajaría la cabeza por algo tan estúpido como una discusión.
El camino jamás se la había hecho tan largo, ni el silencio tan pesado. Sus propios pasos resonaban entras las altas paredes de piedra del antiguo castillo mágico, y por un momento se sobresaltó al ver a un fantasma atravesar la pared frente a ella. En quinto se puso frente al demente Sirius Black y un hombre lobo transformado, y ese curso había estado literalmente en el fondo del Lago Negro. Un estúpido pelirrojo no iba a ser peor que esas tres cosas.
Tomó aire, apoyó la mano en el pomo y abrió.
— Eden.
Cerró tras ella. Buscó con la mirada a George, pero sólo estaba él y su cara de arrepentimiento. Olía a pólvora y poción de la risa, y al fondo unas cajas se tambalearon por la corriente generada al abrir la puerta y cerrarla tan rápido.
— ¿Dónde está George?
— En el despacho de McGonagall — Eden le lanzó una mirada de duda mientras pasaba por su lado para dejar las cosas en una silla. Fred siguió sus pasos con la mirada—. Estará castigado un buen tiempo.
— ¿Tú no?
— Me ha cubierto para que pudiera venir aquí — bajó un poco el tono de voz. Eden se apoyó en el escritorio con calderos vacíos, cruzandose de brazos. Bien, esperaba su disculpa—. Yo... Eddie... Lo siento mucho, he sido un patán, un idiota, un impulsivo y todas esas cosas que tanto odias que haga.
Eden alzó ligeramente las cejas. No iba a demostrar aún que estaba bajando la guardia dispuesta a aceptar sus disculpas. Quería ver hasta dónde llegaba.
— No me escuchaste.
— ¡Lo sé, perdóname! — pidió, acercándose a ella. En dos largos pasos, estuvieron frente a frente—. Es que, escuché eso y me dio tanto miedo que comenzaras a pensar igual de mal de los muggles y todo eso como Malfoy. En cuanto te fuiste traté de seguirte, pero George me dijo que me lanzarías una maldición — hablaba tan rápido que se trababa, y sus orejas comenzaban a ponerse tan rojas como sus mejillas—. ¡No me importa que seas Slytherin! M-Me gusta mucho que seas tan inteligente, y tan astuta y determinada. Sí, me caen mal tus compañeros de casa pero tú me gustas muchísimo y no sé qué tiene que ver esto ahora pero me miras así, me pones nervioso y se me olvida el discurso que he preparado.
