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Cuando los hijos de muggles recibían la carta de Hogwarts, tendían a idealizar la vida en el castillo. Magia, chispas de colores, amistad y aventuras. Se olvidaban de otras cosas graves y crueles, ya que creían que el mundo mágico era una dimensión completamente contraria al muggle.
Una de las víctimas del mundo mágico era su padre, también Luna Lovegood, Harry Potter y Remus Lupin. Ella misma, con el acoso que recibía. Sin embargo, muchas personas lo consideraban normal o lo ignoraban por completo.
— Eden, ¿te duele la tripa aún?
— Estoy mejor, Luna — aún así, volvió a inclinarse sobre la taza del baño del segundo piso soltando más babosas. La Ravenclaw, una adorable niña de segundo, acarició su espalda con tal delicadeza que parecía un roce de una pluma—. D-Deberías volver a clase.
— No quiero dejarte sola — sonrió levemente—. Igualmente, seguro que Binns no nota que estoy faltando. Los elfos guerreros tienen nombres muy complicados que me cuesta entender.
La siguiente arcada vino acompañada de pequeñas babositas. No eran grandes como las iniciales, lo cual indicaba que su organismo se estaba adaptando al hechizo que tan recurrentemente sufría para hacer pasar los efectos más rápido. Además, era la primera vez que era atacada entre clase y clase, y había sido por meterse donde no la llamaban.
— Si necesitas ayuda — se limpió la comisura de sus labios—, hablaré con los profesores.
Luna Lovegood era excéntrica, dulce y soñadora. Su apariencia recordaba a un pequeño ratón, y sus enormes ojos celestes intimidaban ligeramente. Por eso mismo, se metían con ella. Hablaba de nargles, conspiraciones del Ministerio de Magia y unicornios, y no estaba segura de si se percataba realmente del acoso que recibía. Por eso, decidió restarles puntos con una advertencia a los chicos que se metían con ella. Por eso, recibió otro tragababosas bajo el canto de "Acusica".
— No lo necesito, gracias — su voz era como un hilito—. Las personas dicen que eres mala, pero yo creo que eres muy buena persona — extendió un pañuelo para que pudiera limpiarse bien—. Tienes unos ojos muy bonitos, también.
— Uh... Supongo que gracias — se sentó en las baldosas, mirando sus zapatos negros perfectamente atados. Su garganta ardía por el vómito, se sentía sucia y aún tenía un sabor viscoso en su lengua. No sabía siquiera como debía sentirse. ¿Triste, enfadada, asustada?—. Ve a clase, Luna. Puedo quedarme aquí sola.
— ¿No te sentirás triste? — ladeó la cabeza. Negó forzando una pequeña sonrisa para la Ravenclaw. Eso la convenció—. Muchas gracias por ayudarme, Eden. Eres una buena persona.
Se retiró con sus pasos ligeros, y el silencio se hizo en el baño. Se suponía que debía estar en Defensa Contra las Artes Oscuras, pero ahí estaba. Sola, adolorida y con sentimientos mezclados en el sucio baño de Mirtle la Llorona. Se sentía una inútil, ¿cómo podía ser posible que siempre acabase dañada por una maldición así? Era la primera de su curso, la alumna más avanzada de Pociones y Encantamientos, experta en maldiciones y Oclumancia. ¿De qué le servía todo el conocimiento si siempre terminaba así? Su padre se sentiría terriblemente decepcionado de verla de tal modo.