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El timbre sonó de nuevo, como si la persona detrás de la puerta quisiera comprobar realmente que había alguien en casa. Eden apenas era capaz de abrir los ojos sin querer cerrarlos de nuevo, y su acompañante ni si quiera se movió.
— Fred... — llamó. Soltó un quejido, hundiendo la cara en la almohada. Volvieron a llamar—. Por Merlín... ¿Y George?
— Se fue con Lee... — su voz sonó ahogada—. ¿Quién es a esta hora?
Con un esfuerzo que se sintió demasiado grande, se incorporó para ver la hora. El reloj de su mesita indicaban pasadas las once de la mañana, y recién recordó quién estaba detrás de la puerta.
— ¡Llego tarde! — chilló, y se tuvo que deshacer del agarre de Fred para salir corriendo al baño. Le escuchó reír—. ¡No es gracioso, Fred! ¡Ve a abrir a Remus!
— Buenos días para ti también, preciosa — la detuvo antes de que pasara corriendo al baño con una toalla—. ¿Besito de buenos días?
— Huelo mal — negó por completo, y se fue corriendo a la ducha.
El pelirrojo negó con una risa, y recogió la ropa del día anterior del suelo para verse medianamente decente frente a la visita. Bostezó con un fuerte dolor de cabeza, y abrió la puerta principal frotándose los ojos.
— ¿Eden está bien? — fue lo primero que preguntó—. Habíamos quedado hace una hora.
— Nos hemos quedado dormidos, perdona — le dejó pasar—. Está duchandose. Es que anoche fue el cumpleaños de Alicia... — Remus siguió los pasos del más alto hasta la pequeña cocina—. ¿Café?
— No es necesario, pero gracias.
— Menos mal, porque no tenemos.
Escuchó al fondo una puerta abrirse y pasos corriendo, y supuso que era Eden preparándose lo más rápido posible. Fred seguía en su nube de somnolencia, vestido con unos pantalones arrugados y una camisa a medio abrochar.
Remus no había estado hasta ese día en el pequeño apartamento al que se había mudado Eden con los gemelos nada más graduarse. No aceptó ayuda de nadie, y recogió sus cosas de Grimmauld Place en un solo día para instalarse de inmediato. Fred y George ya habían convertido ese pequeño piso sobre el local en un hogar, y prepararon todo para su llegada en junio. Desde entonces, siempre se veían en el Callejón Diagon o en algún barrio mágico de Londres.
El local, a diferencia del departamento, era amplio y con un par de plantas. Además, contaba con un amplio almacén perfecto tanto para la reserva de productos como para la experimentación y creación de ellos. A través de una escalera se podía subir al pequeño hogar, y a pesar de su escasez de metros cuadrados, era un hogar cálido. Dos habitaciones, una pequeña cocina conectada a un salón y un único baño. Habían pintado las paredes de tonalidades suaves, y los muebles de madera encajaban a la perfección con las pequeñas decoraciones. Un par de macetas con plantas mágicas que Eden usaba regularmente, una estantería de libros completamente llena, montones de fotografías de una enorme familia de pelirrojos y objetos aleatorios que Remus supo que eran de los gemelos.
