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El caos de la sala del Cáliz solo le indicaba a Eden que los gemelos Weasley ya estaban listos para jugar a ser unos idiotas. Desvió su camino de la biblioteca al centro de ruido, y se apoyó en una banca observando como presumían de haber tenido una tan gran buena idea. Para Eden le resultaba estúpido asumir que con una simple poción envejedora se pudiera pasar sobre la potente magia de Dumbledore.
— Esos idiotas acabarán matandose por sus experimentos raros — Angelina se sentó a su lado—. Yo ya he metido mi nombre, quiero probar suerte. Tú aún no tienes los diecisiete, ¿no?
— Aún si los tuviera, no es en absoluto mi intención entrar al Torneo — apoyó el libro que iba a devolver a la señora Pince sobre su regazo, atenta a la rueda de alabanzas de la gente hacia las locuras de los pelirrojos—. No funcionará, pero tengo curiosidad sobre qué ha planeado Dumbledore.
Incluso si había entrado en silencio y sin querer dejar ver a sus amigos que estaba ahí, Fred Weasley tenía la habilidad de detectar la presencia de Eden incluso en enormes multitudes. La observó durante el día de la llegada de los extranjeros organizar a los Slytherin y hablar con confianza con Snape, también en el Gran Comedor y era capaz de saber cuando entraba a una habitación. Su atención siempre estaba en ella, por eso cuando dijo eso pudo escucharla a la perfección. Tiró de George, y fueron hacia las chicas con enormes sonrisas idénticas.
— ¿Ah, no? — se sentó junto a ella, contemplando su perfil y mechones azabache—. ¿Y por qué crees eso, Eden?
Eden se inclinó levemente hacia el frente, señalando la sutil línea neblinosa que rodeaba al cáliz. Fred siguió cada movimiento absorto.
— Dumbledore ha trazado una línea de edad.
— ¿Y? — cuándo se giró, no pudo evitar ponerse extremadamente nervioso. Desde esa cercanía, podía apreciar a detalle el color de ojos de la chica. Grises, un gris tan oscuro que podía parecer negro.
— ¿Una simple poción envejecedora va a superar la línea de edad de Dumbledore?
— Por eso es una idea genial — señaló George.
— Porque es rematadamente absurda — antes de ponerse en pie y salir corriendo al frente de la multitud, el pelirrojo dejó un beso sobre la mejilla de la Slytherin. Angelina sonrió cubriendo su boca, mientras Eden se cubría la zona adquiriendo por segundos un tono cada vez más rojo.
Fred y George amaban las multitudes, el ruido, la atención y la fama. Tener a tanta gente mirando sus estupideces y aplaudiendo sus malas ideas. Eden había estimado que cada diez minutos, a uno de los gemelos se le ocurría alguna idiotez. La mayoría las transformaban en algo inútil como bromas o escándalo, pero otro porcentaje acababa anotado en la lista de productos para Sortilegios Weasley.
