67

698 61 109
                                    

Ao'nung

- ¿Y bien, reconoces a alguien? - la voz de Rihia hace eco en toda la estancia, y probablemente fuera su voz la razón que me hacía mantenerme cuerdo ahí abajo, ya que la humedad y oscuridad no hacían más que recordarme a aquellos tres terribles días, esos que juraba que serian nuestros últimos.

Nos encontrábamos en una de aquellas "celdas", Rihia me acababa de decir el nombre, pero supongo que la tensión y el nerviosismo se habían encargado de borrar aquello de mi mente; frente a nosotros se encontraban nada más y nada menos que cinco guerreros Metkayina, todos ellos con sus manos atadas a la espalda pero sin ninguna venda sobre sus ojos.

- No... - susurro aun sabiendo que nos escuchaban.

Y no mentía, no conocía absolutamente a ninguno de ellos, ni siquiera a la guerrera que parecía ser más joven, ninguno me sonaba de nada...

- Puede que no sean Metkayina y simplemente se traten de algún otro clan del arrecife... - dice Rihia dándoles la espalda y dirigiéndose a la entrada.

- No. - interrumpo provocando que ella parase en seco. - Todos... todos ellos son Metkayina. - digo muy seguro de mis palabras. - Sus tatuajes... - señalo. - Cada clan tiene los suyos, únicos y característicos. Esos, esos son Metkayina.

Entonces aparto mi pelo para mostrarle que yo mismo llevaba ese tatuaje, idéntico, en mi cuello. Ella se acerca a mi, muy cerca, y curiosa acerca su mano a mi cuello, trazando las líneas del tatuaje como si se estuviera esforzando por memorizarlas para así ser capaz de identificarlas en otros na'vi. Todo mi cuerpo, y cuando digo todo es absolutamente todo, reaccionó ante esa involuntaria caricia; tuve que esforzarme mucho en mantener la compostura, y no dejar entrever lo que su tacto provocaba en mi.

- ¿Entonces no te suena nadie? ¿Ni siquiera un poco? - dice levantando su rostro para mirar el mío, a unos centímetros el uno del otro.

- L-lo siento, yo... - tartamudeo ante la impotencia de no ser de ayuda, giro mi cabeza avergonzado.

- ¡Hey! - una pausa, su mano se posa sobre mi mandíbula, dirigiéndola así hacia ella, manteniendo el contacto visual. - Esta bien, todo va a estar bien; tú solo... confía en mí ¿sí? - dice, sus ojos violeta más brillantes que nunca.

- Siempre. - digo mirándola; a ella, sus ojos, sus labios, aquellos puntitos blancos, su pelo trenzado... admirándola a toda ella.

- Bien. - sonríe. - Vamos. - entonces la sigo; aquí, ahora, y por siempre...

Mi sangre se congela cuando, al salir, vemos como una de las guerreras del clan traía consigo a un último rehén, una Metkayina, no cualquiera. A esa si la conocía. Zaera.

Mis ojos encuentran los de Rihia. No, claramente nada iba bien.

Aleya

- Por aquí, por favor. - una mujer realmente pequeñita me guiaba a lo largo de un pasillo grisáceo. Todo el mundo nos miraba, sin hacer siquiera reparo alguno en que realmente todos esos pequeños ojos sobre mi no hacían más que incrementar mis nervios.

¿Queda mucho? Eso es lo que realmente me encantaría preguntar, ya que desde que bajamos de aquel helicóptero y entramos aquí... no se cuanto tiempo llevaba en este "marui de hierro" pero realmente el camino hasta la "oficina" del coronel se me hacia eterna. ¿Acaso los humanos vivían en otro espacio-tiempo paralelo al nuestro?

Nos adentramos en un pasillo prácticamente vacío; algo que me genera una sensación que se asemeja a la incertidumbre con un toque de tranquilidad. Las paredes de ambos lados estaban repletas de puertas, a las que solo podías acceder usando un trozo de ¿papel? que no todos los humanos aquí parecían tener.

Me detengo frente a una de las puertas, estas lo suficientemente altas como para que un na'vi cupiese en ellas, y miro atenta a través de la pequeña ventanilla. Un niño.

Pero no, no era un niño cualquiera; yo... ya lo había visto antes... ¡El niño de los Sully! Sí, era él, no tenía duda alguna.

Nunca había intercambiado palabra alguna con él, ni siquiera me había preocupado hasta ahora por saber cual era su nombre, siempre me había parecido... extraño, peligroso, una creación de maldad... y ahora yo estaba completamente rodeada de gente como él.

Intento abrir la puerta, después recuerdo que no tengo ese maldito "papel", intento forzar la cerradura.

- ¡Hey! - la humana que me dirigía me llama la atención. - No conseguirás nada sin esto. - dice mostrando el pequeño pedazo de papel. Yo lo miro asombrada, esta ríe para decir... - Es una tarjeta, puede que el coronel decida darte una.

Sin decir una sola palabra más se gira y continua la caminata, yo doy un último vistazo a aquel niño que dormía al otro lado de la puerta para después seguirla.

Tras un par de minutos más de caminata, damos con un aparato llamado "ascensor", que si mal no había entendido servía para ¿subir y bajar? Admito que pude sentir como el aire abandonaba mis pulmones al entrar en un espacio tan pequeño, pero afortunadamente nuestra estancia ahí no fue demasiado larga.

Ella sale primero, y yo la sigo; algo me decía que ya estábamos muy cerca, por lo que me obligué a concentrarme en el característico sonido de sus pisadas contra el blanco suelo para distraerme así un poco a mi misma. De pronto su caminata se detiene.

- Bueno, mi trabajo aquí a terminado. - dice inclinando su cabeza hacia arriba para así poder mirarme a la cara. - Suerte. - dice antes de dar un paso atrás.

"Despacho del Coronel M. Quaritch"

Eso es lo último que leo sobre la puerta semiabierta antes de empujarla.

Tanhì Taw ( Neteyam Sully )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora