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Aleya

- Vaya, vaya, vaya... - el coronel arrastra sus palabras nada más verme entrar por la puerta. - Pensaba que nunca llegarías. - comenta burlón detrás de su escritorio.

- Yo... no... m- me he distraído un poco. - digo, sin poder evitar tartamudear ante su imponente presencia.

- No, no... - se apresura a decir. - No te preocupes. - mueve su mano quitándole importancia al asunto. Entonces, aun sentado sobre su silla, alza los pies en alto para finalmente cruzarlos sobre la mesa que se interponía entre ambos. - Supongo que si estas aquí... bueno deben de ser buenas noticias. - entonces me regala una amistosa sonrisa, que si he de ser sincera, parecía más que ensayada. - Entonces, ¿has considerado mi oferta?

- Sí. - digo intentando no parecer ansiosa ante él, a la vez que lucho por no bajar la mirada ante la suya. - Pero antes... me gustaría saber como conseguirás traer de vuelta a mi madre.

- Oh, sí. - dice como si hubiera olvidado esa parte tan importante del trato, entonces gira su cabeza en dirección a la puerta semicerrada para gritar. - ¡Dra. Griffin! - estaba claro que había visto la manera en la que me retorcí en mi asiento ante aquel grito, por lo que tras lanzarme otra ensayada sonrisa habla. - Estoy seguro de que ella podrá explicártelo mucho mejor que yo.

Y sin siquiera haber terminado la oración, un mujer, humana, de la misma estatura que la que me había traído hasta aquí, entra por la puerta.

- Coronel. - dice en forma de saludo, después se gira hacia mi. - Tú debes de ser Aleya. - habla neutral.

- Sí, la misma. - digo sintiendo la indudable punzada en el pecho que me advertía que algo no iba a salir bien.

- Dra. Griffin, por favor. - interrumpe el coronel. - No le hagamos perder más tiempo a nuestra querida invitada... - su voz, juraría, era un par de octavas más baja que antes.

- Sí, claro... - habla nerviosa la mujer. - El coronel cuenta con una gran variedad de científicos de primera que a lo largo de los años han trabajado arduamente en increíbles laboratorios de ultima generación. - para entonces ya estaba comenzando a perder el hilo de la conversación. - Hay un proyecto en el que llevamos muchos años trabajando...

- Al grano, Griffin. - interrumpe el coronel.

- Hemos desarrollado un... antídoto, si es que así se le puede llamar, que resumiéndolo un poco, si es inyectado en... seres... - dice no muy segura de que palabra utilizar. - Estos son capaces de volver a la vida, aun habiendo fallecido hace años, siglos incluso. - dice maravillada ante el trabajo; yo tragué saliva lentamente.

- Así que... - ahora el coronel es el que toma la palabra. - Solo tenemos que encontrar el cuerpo de tu madre e inyectarle el antídoto. - resume añadiendo una sonrisa final. - ¡Así de simple!

- Sí, asi de simple... - repito yo dejando escapar una risa nerviosa.

- Siempre y cuando cumplas tu parte del trato, claro. - me recuerda.

- Por supuesto. - digo tratando de sonar seria y comprometida.

- Bueno, - dice dando una ruidosa palmada. - ha sido todo un placer hacer negocios contigo Aleya.

Veo como él se pone en pie, así que yo lo imito dirigiéndome a la puerta por la que había entrado.

- No olvides esto. - comenta entregándome una de esas tarjetas. - Tu habitación se encuentra en el tercer piso a la derecha del ascensor. Es la número 302.

- Número 302... - digo tratando de memorizarlo bien.

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- Número 302, número 302... - eso es lo que susurraba en bucle durante en tortuoso viaje en ascensor hasta el piso que me habían asignado, esta vez sin nadie que me dirigiera como cuando pise estos suelos por primera vez hace menos de un par de horas.

Mi corazón se detiene en el momento en el que escucho el abrir y cerrar de una puerta metálica a mis espaldas, para después sentir unas pequeñas manos agarrar mi pelo tirando de mí hacia las entrañas de la oscura habitación.

Clic. La puerta se había cerrado a mis espaldas.

- ¡Socor! - pero no puedo gritar cuando las mismas manos de antes se ciernen sobre mi boca impidiéndome gritar en busca de ayuda.

- ¡Shhhh! - escucho una joven voz. - ¡¿Podrías callarte un segundo?!

Mis ojos duelen cuando la luz se vuelve a encender, revelando así una cuadrada habitación, y al dueño de esta... el niño humano de los Sully.

- ¡¿Que se supone que haces tu aquí?! - pregunta sin darme tiempo apenas a acostumbrarme a la luz.

- Podría hacerte la misma preg

- ¡Aghh! - gruñe, interrumpiéndome. - Na'vi estúpida... -murmura entre dientes. - ¡¿Que es lo que él quiere de ti?! - me pregunta sin rodeos.

Yo no sabría decir si esa pregunta tenía algún otro propósito además de ofenderme.

- ¿Por qué demonios estas aquí? - vuelve a preguntar impaciente, su mirada viajando constante mente de mí a la puerta a nuestras espaldas.

- No creo que sea de tu incumbencia. - respondo en un tono que esperaba sonar cortante.

- Todo lo que tenga que ver con él... sí, si que me incumbe. - y aunque yo no era una experta en ello, preocupación es lo único que pude entrever en su furiosa mirada. - Mira él... él quiere hacer algo, que... que no esta para nada bien...

- ¿Te refieres al ataque contra los Sully? - lo interrumpo.

- ¿Como sabes de...?

- Un acuerdo, a eso hemos llegado. - hablo.

- Mierda. - se soba el pelo. - ¿Qu- que clase de acuerdo? - podía ver el terror en sus ojos.

- No, no es para tanto... - intento explicar. - Él a prometido traer de vuelta a mi madre... - un suspiro escapa de mis labios. - con la condición de poner a su disposición el ejercito Metkayina en esta batalla.

- No... - niega con la cabeza. - Ellos no lo harán.

- Te equivocas. - le contradigo. - Lo harán si su líder lo ordena. - sonrío ampliamente al darme cuenta de que él no tenía la más mínima idea de que ahora yo era la comandante del letal ejercito Metkayina.

Tanhì Taw ( Neteyam Sully )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora